Lourdes González
Sin duda, la escuela tiene nobles tareas entre las que se cuentan el educar en valores, tales como: la libertad, la paz, la justicia, la solidaridad, la igualdad, el respeto y preparar para la vida (Santos, 2010). Cabe destacar que las tareas serían más fáciles de lograr, cuando las familias apoyan a los académicos en las mismas.
También la buena noticia de que ya son muchos más los que se suman a considerar que la sociedad sea más humana, llámese medios de comunicación, familias, estudiantes, académicos, propuestas que ha compartido la SEP, entre otros (Gómez, 2019; Santos, 2003). Sin embargo, sigue siendo uno de los retos con los que se enfrentan las sociedades, que actuemos con más consciencia de los demás y con otros seres vivos.
De igual manera, todavía falta hacer los análisis de otros discursos, referidos a que socialmente el mayor peso de lo relevante se otorga al aprender y a enseñar las materias, frente al más complejo de preparar a los educandos para el compromiso ético, político y social. Entonces, será conveniente comenzar tener presente el subtítulo que Lidia Santana destaca en su libro: «cambian los tiempos, cambian las responsabilidades profesionales» (Santana, 2007).
Sin duda, para mejorar las acciones para la paz, entonces será deseable que la familia tenga mayor participación con los estudiantes y ayudarles a pasar de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica, como proponía incesantemente Paulo Freire (Santos, 2010).
No basta, con logros en el reino de lo cognitivo, es necesario articularlos al compromiso por mejorar las estructuras sociales. Para implementar acciones acordes a la paz, no basta un conocimiento meramente teórico o abordar los problemas de la sociedad y sentirlos como imposibles de resolver. La educación se diferencia de la mera socialización, porque se añade la dimensión crítica, la dimensión ética, acciones con metas alcanzables. Que las competencias no sean meros conceptos técnicos.
Las competencias se forman por el conocimiento, por el hacer y el ser- convivir. Y justamente, la esfera de los sentimientos generalmente se encuentra silenciada, ya que regularmente las preguntas más frecuentes son: ¿Usted qué sabe sobre…? Y pocas veces Usted qué siente sobre esto.
Es así, que la educación socioemocional se ha convertido hoy día, en una de las exigencias más contundentes de la tarea educativa y familiar.
Preparar para ser y convivir con paz interior, articulándola con el ámbito en que nos movamos, aunque esta propuesta representa un reto y esté dificultada por las contradicciones de la que hemos hablado al comienzo. Sin duda será conveniente analizar que
Se torna difícil convencer a los alumnos, a las alumnas y a los colegas de la importancia de la solidaridad, de la tolerancia, de la cooperación…, si ven en los modos de comportarse de educativos, de la familia, sociales, laborales o en el ámbito donde se desempeñan con una permanente acción individualista (…) modificar sólo los discursos sin que se mejoren las actitudes y las prácticas resulta un cambio intrascendente. (Santos, 2010, p. 34 – 35)
Las mejoras de los resultados esperados no se producen solamente a través de la reflexión. La práctica resulta imprescindible y por supuesto, que la acción colegiada multiplica la eficacia de la acción. Si se consiguen unas excelentes calificaciones en las materias, pero se descuida en acciones el trato, la autoestima, la solidaridad, el aprecio, habrá que cuestionar el efecto secundario de la práctica educativa escolar o familiar, que aunque no se hubieran pretendido alcanzar, se cultivaron. No se trata solamente de mejorar el rendimiento, sino de interrogarse por los valores de esa práctica.
La formación no puede estar de espaldas a los problemas, ha de estar abierta al medio para evitar el reducto del intelectualismo y de la mera elucubración teórica (Santos, 2010). No basta una disposición legal que así lo determine. Si en la escuela o en la familia se transmite un caudal de conocimientos y de pautas culturales, sin sometimiento a la crítica y al compromiso de la mejora, será imposible hacer en ella una tarea auténticamente formativa.
La lógica y la ética exigen que, al poner en funcionamiento un proyecto formativo se ponga también en marcha un proceso de evaluación que permita comprobar y explicar si se ha conseguido lo que se pretendía o no. En el entendido de que la formación puede mostrar efectos pretendidos en su enseñanza y secundarios. No basta, pues, con solo comprobar la presencia de los datos relativos a los conocimientos que se ha pretendido que los estudiantes en familia o en la escuela adquieran.
Es decir, que hay que hacer evaluación y que hay que hacerla bien, a quién beneficia, para qué se pretende emplear y revisar las mejoras. Cuando en el lenguaje de la evaluación está excluida la reflexión de los protagonistas, el camino de la mejora está cortado y es probable que así, la evaluación se pone al servicio de la ciencia, pero no al servicio de la comunidad. Por ejemplo, John Elliott (1992) señaló la conveniencia de ligar una operación aritmética a brindar ayuda o apoyo a otra persona.
Dar mayor mérito sólo los conocimientos fácticos de los alumnos y las alumnas y de manera cuantificable, es en sí mismo una limitación censurable.
Elliott, J. (1992). Una crítica del curriculum nacional británico. Cuadernos de Pedagogía, 200, 75-79.
Santana, L. (2007). Orientación educativa e intervención psicopedagógica. Cambian los tiempos, cambian las responsabilidades profesionales. Madrid: Pirámide.
Gimeno Sacristán, J. (1982). La pedagogía por objetivos. Obsesión por la eficacia. Madrid: Morata.
Gómez, C. (10 de octubre de 2019). Facebook y SEP se unen contra el “bullying”. La jornada, p. 1. Recuperado de https://www.jornada.com.mx/ultimas/sociedad/2019/10/10/facebook-y-sep-se-unen-contra-el-2018bullying2019-7323.html
Santos, M. (2006). Arqueología de los sentimientos en la escuela. Buenos Aires: Bonum
Santos, M. (2010). Una pretensión problemática: educar para los valores y preparar para la vida. Revista de educación, 351, 23-47.