Luz Jiménez Lozano
Pronuncio la frase no sólo como expresión empática. Lo es, pero pretendo sea más. Soy Cañada Honda en la esperanza de la articulación de un movimiento que implique a las escuelas normales en la construcción de un proyecto de formación de docentes, desde la experiencia y el compromiso que ha representado históricamente el normalismo en México.
Soy Cañada Honda, sí. Seis años de vida en el internado (de los 12 a los 18) fortalecieron -como decimos los normalistas rurales- la sensibilidad hacia la gente, la capacidad de decisión, la búsqueda estratégica de modos dignos de sobrevivencia y el deseo de ser artífices de un mundo mejor.
Iniciábamos el ciclo profesional, cuando el Gobierno de Díaz Ordaz, asestó el gran golpe. La reducción de 29 a 14 Escuelas Normales Rurales. Algunos de nuestros maestros trataban de disuadir la protesta buscando convencernos de que habría una mejor atención, el presupuesto se incrementaría y mejorarían las condiciones para habitar y estudiar; una promesa de bienestar a costa del de otros. Aceptamos la incorporación de compañeras de Galeana, de Atequiza y de Tiripetío, obligadas primero en nuestra incomprensión de los acontecimientos, solidarias luego, reconociendo en ellas nuestra propia condición y la legítima aspiración de llegar a ser maestras. Como hoy, el ejército sofocaba toda manifestación de inconformidad. Vivimos el clima autoritario y represor del sexenio eventualmente “protegidas” en el uso político de la protesta en beneficio del gobierno estatal.
Las investigaciones realizadas en torno a las escuelas normales rurales dan cuenta del abandono y la existencia marginal a la que fueron desplazadas con el cambio del proyecto económico del país. Luego estigmatizadas a partir de las imágenes de noticiarios focalizando “las atrocidades de que son capaces los normalistas”. Recientemente, el crimen Ayotzinapa mostró al mundo las condiciones de miseria del internado. Y como Ayotzinapa, todos los demás. Consternada, indignada, leí mucho sobre la inadmisible continuidad de las normales rurales y me he preguntado insistentemente sobre la responsabilidad del Estado en la formación de profesores, en la atención de las instituciones que administra, en la obligación sobre el derecho a la educación para todos. Ni filosofía ni política. Eso es hoy un asunto de economía. Me he preguntado por la idoneidad de los profesores para los contextos de los que provienen y por las disposiciones para incorporarse a una profesión denostada, sojuzgada, sometida. Escribo ahora quizá, con más pasión que razón, en este nuevo gran golpe: frente a la futilidad con la que el Estado reduce su compromiso con la formación docente; frente a la negación de la pobreza contenida en la apuesta por la individualización, la meritocracia y la simplificación del “cualquiera puede ser maestro”. Cuestiono el desplazamiento de la responsabilidad hacia los maestros y las comunidades por los resultados de las escuelas, siempre exigidas y siempre a la espera de los recursos prometidos que cuando llegan, si llegan, llegan tarde o a medias.
Y hay que decirlo, no son sólo las normales rurales las que han sido colocadas en vías de extinción. Las Escuelas Normales todas, han sido puestas en entredicho; la apertura del “servicio profesional docente” para profesionales de diversos campos sin requisito de la formación escolarizada para la docencia, así como la transformación de las condiciones laborales y profesionales en los centros de trabajo, apuntan a instalar una cultura distinta en la escuela pública. Desde las propias condiciones e imaginarios de quienes se incorporan, obligados a construir perfiles, a orientarse por parámetros e indicadores, llegarán a contextos escolares donde las exigencias no sólo se multiplican, además habrán de conseguir sus propios medios para resolver lo que al Estado le compete.
¿Cuáles son los supuestos sobre llegar a ser maestro y cómo se produce el sujeto docente? ¿Cómo la experiencia puede contribuir a construir alternativas que atiendan a las condiciones y proyecto de futuro, frente a la desestructuración del trabajo docente y la reconfiguración de la docencia como profesión?
El apagón, mi querido Alberto, no se busca sólo sobre las normales rurales, es sobre las normales. Por eso la esperanzadora resistencia de las estudiantes de Cañada Honda, quienes se juegan la permanencia al buscar asegurar oportunidades para otras, como ellas, que pese a todo eligen ser maestras; y en el fondo, la existencia de la institución en su significado histórico. Y no, no creo que deseen vivir en las condiciones en las que se mantienen actualmente los internados, es simplemente que la opción a su alcance es ese. Se les critica como si aquellos, aquellas, que no pueden pagar ni estancias ni traslados para asistir puntualmente a la escuela desde sus regiones, debieran renunciar a aspiraciones y derechos. O sus formas de lucha, como si sobre sus aprendizajes no nos plantearan preguntas sobre los habitus constituidos y sobre las condiciones de existencia.
Y qué tal si en lugar de criminalizar la protesta se evalúan los costos de una oferta de formación a la carta, que no alcanza a imaginar siquiera la heterogénea realidad, y se decantará inviable, cuando aun siendo idóneos, los profesores lleguen a vivirlas. Y qué tal si las normales aún pueden construir un proyecto alternativo. Si encuentran razones para ser y reivindican su lugar estratégico frente nuevas y diversas formas de relación societales, frente al mercado que rompe identidades y una política educativa que induce a valorar en términos de costo-beneficio quienes somos.
Lo que reclaman las estudiantes de Cañada Honda, puede juzgarse ligeramente como intransigencia reiterativa, como pretensión de privilegios inmerecidos, como gasto inútil si se consideran las evaluaciones de la formación normalista. Yo quiero pensarlo como la expresión de la posibilidad contestataria que desestabilice la pasmosa calma con la que muchas escuelas normales parecen (parafraseo a Benedetti) seguir esperando su destino, congelando toda acción que los ponga en riesgo, salvándose, juzgándose sin tiempo.