La escuela es una de las elaboraciones de la modernidad más importante, en ella se albergan imaginarios, representaciones, legitimidades sociales y políticas pero también rupturas y resistencias culturales. El 17 de marzo pasado la pandemia mundial por coronavirus, generó una fuerte ruptura con el mundo de la escuela, una profunda escisión entre la sociedad y la vida escolar.
La escuela como espacio institucional que alberga y le da cobijo a vivencias y legitimidades políticas quedó rebasada, al cerrar las escuelas como medida de prevención, se han cancelado también más de 200 años de un estilo de hacer educación institucional basada en la homoneginizacion, el control y la conducción basada en una autoridad adulto-crática.
Los niños y niñas regresarán algún día pero la escuela que habían conocido y que la sociedad había construido a lo largo de tantos años ya no existe, ha dado lugar a nuevas formas de atención y de regulación educativa; ahora el rostro del docente ha cambiado por el de un monitor, las instrucciones no son la voz del maestro o la maestra sino los vídeos, los indicadores, las consignas instructivas de un frio procesador.
La escuela que conocíamos hasta el año 2019 se ha derrumbado poco a poco, a cambio de ello, han nacido una serie de hibridaciones basadas en esquemas virtuales o a distancia, con el uso del internet, mediadas por procesadores, computadores, teléfonos móviles inteligentes, etc. La socialización, el intercambio de ideas y representaciones del mundo. los conflictos, o las disputas por el poder, el territorio, el reconocimiento social y la necesidad de visibilizarse hoy han pasado a otro plano, el de la virtualidad, que no siente y que poco se ve.
En el mes de septiembre o tal vez un poco después las escuelas como espacios formales de instrucción pública abrirán nuevamente sus puertas, pero su legado histórico ha quedado cancelado en cierta medida, regresará el asombro, la sorpresa, las dudas, las preguntas espontáneas, pero el cúmulo de respuestas ya no será el mismo. La escuela tradicional, la escuela de la modernidad, la escuela que legitima las políticas públicas y que sirve como espacio de contención y homologación social, ha quedado rebasada por la izquierda, por la derecha y hasta por el centro, un pequeño bicho microscópico llamado COVID – 19 que ha jaqueado al mundo también ha atacado a las escuelas.
Resulta paradójico que muchos directores o responsables de dirigir centros educativos sobre todo en educación secundaria, se estén lamentando por las pérdidas millonarios de su negocio escolar.
La escuela como tal (así en abstracto) no sólo servía para impartir instrucción pública, a partir de la tarea de un cuerpo docente profesionalizado y pagado por el Estado, también servía para el despliegue de una serie de lealtades, pugnas, circulación de dinero y de muchas cosas más que también –con la pandemia- han quedado canceladas.
A partir del mes de septiembre si el semáforo cambia de rojo, a amarillo y a color verde, los niños y niñas regresarán a sus escuelas, harán el recorrido tradicional por las calles, por el camino de siempre, mirarán los rostros de la gente a su paso, se detendrán a mirar con detenimiento el ingreso de su escuela (a la que tal vez nunca antes habían mirado), se detendrán ante el cerco sanitario, mirarán a las personas que los reciben, todo esto pasará si, pero hay una seguridad superior: la escuela a la que se regresa en septiembre ya no es la misma.
En toda esta turbulencia que de manera obligada hemos vivido, sólo queda una conclusión sencilla: la escuela tiene que reinventarse si no quiere seguir muriendo como lo está haciendo hoy en día.