Dicen que dice la sentencia que, para ayudar a un semejante pobre, si le das un pescado come un día; si dos, un par, pero si le enseñas a pescar comerá toda la vida. Ante los resultados de la medición multidimensional de la pobreza, dados a conocer por CONEVAL el 29 de julio, demos una vuelta de tuerca al refrán para mostrar los supuestos que conlleva, y a las simplificaciones a que conduce.
La política social vigente, expresada en el Programa Oportunidades, surgió hace muchos años con una finalidad y descansaba en varios supuestos: el objetivo era impedir “la reproducción intergeneracional de la pobreza”, esto es, romper la cadena en que la suma de carencias era la más segura condición que compartían abuelos, padres e hijos. Evitar que origen social fuese destino. Impecable. ¿Cómo lograrlo? Aquí empiezan los supuestos: ser pobre se debe a no tener educación, salud y alimentación adecuadas, lo que impide que se puedan ocupar puestos de trabajo en que ese “capital social” es indispensable. Por otro lado, los subsidios generalizados a la población con dificultades para hacerse de lo mínimo no han funcionado. Es necesario cambiar de estrategia: “focalizar” a las familias más necesitadas; una vez localizadas, se les otorgan recursos económicos pero con la condición que sus hijos vayan a la escuela, asistan al centro de salud y acepten los complementos nutricionales que al efecto se ofrecían. De este modo, a través de Transferencias Monetarias Condicionadas, la próxima generación tendría escolaridad incomparable a la de sus antecesores, cartilla de asistencia al médico y buena alimentación. Más escuela, salud y alimentación equivale a dejar la pobreza, pues se cumple con las condiciones para acceder al empleo bien remunerado, con seguridad social y prestaciones. Hay coherencia. Y es muy parecida a la de la parábola de enseñar a pescar. Basta de asistencialismo: demos recursos para que los pobres abandonen la pobreza por sí mismos, trabajando en espacios formales que otorgan vida digna y protección, accesibles merced a ese “capital social”. La nación progresa.
¿Cuál es el supuesto más importante que se sostiene, en ambos casos, como seguro, infalible, y condición de éxito en las propuestas? En el caso de la pesca, que haya río u otro tipo de cuerpo de agua (con peces comestibles); en el de las Transferencias Monetarias Condicionadas, la existencia de empleos formales (bien pagados y con protección social). Eso, precisamente eso y nada más, es lo que faltó. Se promete río en el desierto, y empleo en una economía que no solo no los genera, sino que los destruye; y los que a cuenta gotas abre, son precarios.
Para colmo de males, como se confunde escolarización con formación, asistencia al médico con salud, y buena alimentación con seguir comiendo sin advertir la sustitución de productos por otros con mengua nutricional, pero accesibles, derivado de los golpes de las crisis, resulta que la caña de pescar se quiebra al primer intento en un improbable río, o el chinchorro no llega a ser ni hamaca. En otras palabras: si acaso se puede intentar obtener uno de los escasos empleos, la calidad de la educación es muy baja, las destrezas necesarias para leer y escribir no se lograron y la vereda se cierra. Barranco. Otros tienen mejores condiciones. Retorna al origen: pobreza es destino.
En los más recientes 12 años, señala el Rector de la UNAM, se han invertido 2.6 billones de pesos en el combate a la pobreza. Y antes cifras semejantes. Hay algo mal, e insistir en usar el martillo para tomar la temperatura es absurdo. Topamos con pared y parimos burocracia y discursos a raudales para programas nuevos. Ahora, afirman, se relacionará Oportunidades con proyectos productivos. Hay riesgos: ¿invertimos en lagos artificiales para ejercer las lecciones de pesca? ¿Solicitamos a los pobres que sean emprendedores y caven el cauce de un río, esperando que llueva? ¿Preguntamos a “la comunidad” cuál iniciativa económica le gusta?
La estrategia económica seguida y por seguir, y la falta de presencia del Estado como rector en la construcción de una sociedad decente, le da sentido a la pregunta, ojalá ya indignada: ¿Y dónde carajos está el río?
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
Publicado en El Universal