El jueves de la semana pasada, charlé largo con un amigo y colega sobre la política educativa y la política en general. Ambos somos gente del sector educativo y vemos con ojos críticos la tendencia de la Cuatroté a cambiar todo, con precipitación y alevosía, sin consultas serias y con desprecio al trabajo y tradición de los docentes. Yo, más que mi amigo, me sentía pesimista sobre el futuro de México y su sistema escolar. Hasta que, por obra y gracia del presidente López Obrador, el mes pasado apareció Xóchitl Gálvez. AMLO quería descalificarla, pero la catapultó. Xóchitl es hoy un personaje que siembra esperanza en la plaza pública y descaecimiento en Palacio.
La pregunta que nos hicimos fue si el carácter alegre y fresco de Xóchilt podrá romper el control férreo que mantiene la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación sobre sus agremiados. Parece evidente que Alfonso Cepeda Salas y su grupo están alineados al gobierno y apoyan una reforma que la mayoría del magisterio desconoce. Gilberto Guevara Niebla escribió ayer en La Crónica de Hoy que “[los] maestros se formaron en una cultura gremial donde son raras las actitudes críticas y el disentimiento; en cambio, es usual el sometimiento dócil ante la burocracia”. Se refiere al cambio en los libros de texto y al programa curricular. La interrogante que surge es si ese sometimiento se mantendrá en la política electoral.
Veamos dos posibilidades, primero la conjetura del control y la obediencia. La cultura corporativa del gremio no es congénita, fue producto del régimen de la Revolución mexicana que instituyó al SNTE para controlar a los maestros y encuadrarlos en las filas del partido oficial. La militancia era obligada y hasta instituida. Los docentes fueron los plomeros electorales del PRI —expresión de Carlos Jonguitud Barrios—, que la hacían de todo: representantes y funcionarios en las casillas, acarreadores de votantes (de sus familias, en primer lugar) y material para mítines y porras. Y eran obedientes, como insinúa Guevara Niebla.
Si ese esquema se mantiene, ahora con los beneficios —la basificación en primer lugar— que les brinda el gobierno de AMLO y los líderes ponen en práctica sus instrumentos de control, el portento Xóchitl no moverá al núcleo, será marginal. El corporativismo le cumplirá a la 4T.
La postura de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación será la de siempre. Fiel a su costumbre, sus líderes dirán que no se compromete con ningún partido ni candidato, pero al mismo tiempo tenderán vías para impulsar a quien les ofrezca mejores condiciones para continuar con su brega perpetua: hacerse del control del Comité Ejecutivo Nacional.
La conjetura de la fisura. Si bien los mecanismos de vigilancia de la dirigencia se sostendrían si el candidato del frente opositor fuese militante de un partido, Xóchitl no cuadra en esa representación. Es una mujer independiente, con carácter fuerte y, a la vez, una figura agradable, espontanea, nada rijosa, tampoco dejada. Imagino que la Comisión del Frente que trabaja el programa de gobierno incluirá propuestas sobre la educación, pero será la personalidad del candidato la que mueva conciencias. Lo vimos en la elección de 2018. La camarilla que dirigía al SNTE se pronunció en favor de José Antonio Meade, pero según ciertas encuestas, la mayoría de los maestros no se enganchó con la consigna y voto por AMLO. Cierto, los líderes no se aplicaron y muchos docentes se sentían agraviados por los exámenes del Servicio Profesional Docente. Es posible que los dirigentes de hoy si se avienten a fondo a defender a la 4T, pero si Xóchitl cala —y sospecho que calará—, no habrá mecanismo de dominación que resista.
Xóchitl es, para plagiar al clásico, un rayito de esperanza.