Por Jessica Badillo Guzmán
Los días 21 y 22 de noviembre de 2015 se suman a la memoria colectiva en la sección de los recuerdos reprobables. La causa: la evaluación docente, elemento fundamental de la Reforma Educativa en México.
¿Es mala la evaluación docente? No. La evaluación, como proceso pedagógico, busca la mejora, conduce a ella. ¿Es necesaria? Sí, pero como parte de un proceso integral, que no sólo considere a los maestros como eje definitorio de lo que ocurre en las escuelas y de los resultados de aprendizaje, ya que éstas son comunidades integradas por diversos agentes: autoridades, estudiantes, familias, localidad, personal administrativo y por supuesto los profesores, donde además las condiciones de infraestructura, recursos, ubicación, son factores que les otorgan rasgos particulares: ninguna escuela es igual a otra. La evaluación docente debe ser entonces parte de una evaluación institucional, de sistema.
Sin embargo, la evaluación docente en México se ha convertido en un proceso gris, cargado de imprecisiones y de sorpresas, matizado por la participación de los sindicatos, revestido por la aparición de “mercados” que han puesto al alcance de los docentes desde guías de estudio, hasta bancos de respuestas a las evaluaciones, todo con la promesa de aprobar.
Durante los últimos meses la evaluación docente se ha discutido, se ha condenado y se ha defendido desde diferentes trincheras; ha sido eje de análisis de foros, de conferencias y mesas de debate, en todos se ha puesto en duda su eficiencia.
En la otra cara de la moneda, ha hecho evidente un magisterio mexicano solidario, que apoyado en el Internet y las redes sociales ha compartido documentos, libros, materiales, ejemplos, formatos y otros recursos relacionados con los temas que más preocupan a los profesores: las bases de la evaluación, el portafolio de evidencias y la elaboración de la planeación argumentada.
En este panorama, el día anunciado llegó y muchos maestros decidieron acudir a presentar la evaluación; algunos lo hicieron bajo protesta, así lo mostraron en videos y estados en la red social Facebook. Lo que encontraron estuvo muy lejos de ser lo que debía. En las entidades donde fue programada la tan esperada evaluación docente, las jornadas evidenciaron tres aspectos reprochables:
- La desorganización del proceso, al no contar con las condiciones idóneas para que éste se llevara a cabo, como lo constatan las evidencias de fotografías y videos recuperados por profesores que acudieron a las sedes para ser evaluados;
- La falta de sensibilidad de las autoridades, indiferentes ante las opiniones de los candidatos a evaluarse, de los académicos e investigadores del campo educativo en México, que propugnaban por una evaluación más justa y que ésta se llevase a cabo con la debida planeación y procedimientos, como lo firmaron en su declaratoria del XIII Congreso Mexicano de Investigación Educativa, celebrado la semana pasada en Chihuahua.
- Pero principal y lamentablemente, nos mostraron a un Estado que optó por la reprimenda y la violencia como medios para “asegurar” que la evaluación se llevara a cabo. Dos días de presión y represión, dos días de zozobra. Profesores y profesoras, así como elementos de la prensa, fueron violentados.
La evaluación docente efectuada así, ha reprobado. Por tanto, la evaluación docente debe ser, necesariamente, evaluada y replanteada. Y no sólo desde una valoración de sus resultados, sino mediante una evaluación de proceso, de ese que vivieron en estos dos días los profesores, los aplicadores, los periodistas incluso.
La Secretaría de Educación Pública, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, los organismos sindicales magisteriales, los gobiernos estatales y los propios cuerpos de seguridad pública deben revisar y reconsiderar los procedimientos empleados para el desarrollo de las jornadas de evaluación docente. Deslindarse de los hechos violentos no basta, es fundamental la discusión; evidencias sobran de la ineficiencia de los procedimientos, de lo inadecuado de los recursos, del uso excesivo e injustificado de la violencia. La profesión docente debe ser dignificada, no exterminada.
Crecí en una comunidad rural del norte de Veracruz, asistí ahí a la primaria, a la telesecundaria y al telebachillerato. Soy Maestra en educación y profesora universitaria. Hoy formo a profesionales del campo de la educación. Gracias a mis maestros.
Maestra en Educación, profesora de la Universidad Veracruzana.