Mañana 15 de julio inician las vacaciones y con ello, millones de niñas, niños y jóvenes estarán en posibilidades de viajar. Trasladarse a un lugar distinto puede propiciar grandes aprendizajes y aventuras; “risueñas aventuras” de las que somos protagonistas, diría Adolfo Bioy Casares. El viaje, prosigue el escritor argentino, es un buen ejemplo de “cosas maravillosas” antes y después de la posesión.
Pero el viaje tiene también implicaciones de índole educativa. ¿Por qué? Porque al movernos a un lugar distinto, la nueva realidad nos confronta y obliga a replantear cosas que previamente pensamos y sentimos. Al viajar, tenemos la libertad de cuestionar nuestras creencias y tradiciones y quizás menos cosas nos parezcan sagradas. Una comprensión plural del mundo mejora nuestros juicios.
El escritor Claudio Magris nos recuerda que al viajar muchas cosas se vienen abajo: “certidumbres, valores, sentimientos, expectativas que se van perdiendo por el camino —el camino es una maestro duro, pero también bueno”. No hay viaje, continua Magris, “sin que se crucen fronteras” sean éstas políticas, lingüísticas, sociales, psicológicas o invisibles como las que separan un barrio de otro en la misma ciudad o las existentes entre las personas. El viajero tiene la capacidad para reajustar, desmontar y volver a combinar nuevos paisajes de la realidad.
En su libro, El infinito viajar (2005), Magris narra un viaje que hizo a Irán y en donde tuvo la oportunidad de discutir con estudiantes, profesores, diplomáticos e intelectuales temas políticos. El escritor triestino confiesa que titubeó ante la frontera entre el respeto de la verdad y el respeto de las personas. Hubiera sido fácil, asegura Magris, “tronar” hablando de libertad, democracia y Occidente sin preocuparse por la audiencia, pero hubo algo que concilió los extremos y que él nombra como la “ética de la responsabilidad”. Esta ética, para el escritor, se construye pensando no solo en la “pureza de los ideales”, sino también en sus consecuencias para los demás. ¿Hubiera aprendido Magris esta ética sin visitar un país distinto al suyo? Quizás sí, pero hubiera sido más difícil.
Otro argumento a favor de viajar es que al hacerlo, el estudiante puede ser capaz de relacionar su conocimiento con la cultura. Ese vínculo que la educación mexicana —por más reformas que ha tenido— no logra asimilar ni construir. La creciente separación entre la formación escolar (o escolarizada) y el desarrollo humanístico es cada vez más evidente; lo que demuestra la limitada noción de “calidad educativa” con la que hemos navegado. Y es que para el ideólogo del capital humano, no podemos concebir en este mundo de ansiedades económicas formar a un “holgazán curioso” que según Magris, viaja y deambula por el espacio como si fuese un fotógrafo que “agranda las imágenes haciendo aflorar de lo indistinto nuevos detalles…”.
Ese haragán del que habla Magris sería una hereje para los ángeles custodios del modelo escolarizante de México, el cual, por cierto, no ha demostrado ser muy eficiente en comparación con otros países cuyos planes de estudio son más ligeros en términos de contenidos. Habrá que intentar entonces nuevas maneras de aprender y de formar integralmente a las personas. Por cierto, ¿qué se dirá sobre el vínculo entre educación y cultura en el nuevo Modelo Educativo que la Secretaría de Educación Pública (SEP) está por dar a conocer? Ya veremos.
Pero regresando al tema; desde China, Magris sostiene que los viajes constituyen una “escuela de la humildad”. Según él, al estar en un lugar distinto, tocamos con la mano los “límites de nuestra comprensión” y la “precariedad de los esquemas y los instrumentos con los que una persona o una cultura presumen comprender o juzgan a otros”. Al viajar, desconocemos cosas y por tanto, debemos ser más abiertos ante la vulnerabilidad que nos enfrenta. Esto me parece otro elemento sustantivo de la noción de calidad educativa y no la pretensión de querer formar solamente “triunfadores” o profesionales que se creen totalmente auto suficientes.
En resumen, viajar educa. Al trasladarnos a lugares distintos y al saber apreciar realidades diferentes, podemos desarrollar mejores juicios, ser más compasivos y actuar de manera responsable hacia los otros. Esto se llama ética. Además, viajar es una forma de aprendizaje divertida que ha existido por siglos. Los vikingos, por ejemplo, fueron apasionados viajeros y aventureros, por eso, dice Jorge Luis Borges, no crearon imperios pues no tenían conciencia de ravza. Viajar los liberó de tener algunas bajas pasiones.