Creo que la responsabilidad central de la universidad pública es cultivar y defender la verdad. Me pregunto si en el México democrático de hoy vamos por este camino o ya lo perdimos.
Yuval Noah Harari, historiador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, escribió un texto en The New York Times intitulado, “Puedes votar, pero no elegir lo que es verdad”en donde clarifica el lugar que tienen el poder político y la verdad dentro de una elección democrática (03/02/20). Las elecciones populares son para encauzar los deseos de la gente por medio del candidato X, Y, o Z, no para hallar la verdad. Las cuestiones referidas a la verdad deberían dejárseles a los expertos, asiente Harari.
Al discutir la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein, explica el historiador, pesa más la opinión del profesor de física que las observaciones de cientos de historiadores o de miles de abogados. Esto no significa, reflexiona el también filósofo, que el especialista no se equivoque ni que sus instituciones estén ausentes de “corrupción, sesgos y errores”, pero subordinarlas al Ministerio Oficial de la Verdad (governmental Ministry of Truth) empeora las cosas.
Los gobiernos, prosigue Harari, constituyen la institución más poderosa dentro de la sociedad y con frecuencia, son tentados por el deseo de distorsionar y encubrir las verdades inconvenientes. Esto no es extraño: el poder tiende a “justificarse” siempre, agregarían José Antonio Marina y Javier Rambaud en su Biografía de la Humanidad. Por eso, permitir al gobierno que supervise la búsqueda de la verdad es como nombrar al zorro el guardián del gallinero, dice Harari.
Para proteger la verdad, prosigue el profesor universitario,es mejor confiar en los mecanismos internos que las propias instituciones académicas han diseñado. La publicación científica sometida a revisión de pares es mucho mejor que la supervisión de los agentes gubernamentales (government officials). Harari también observa que el desarrollo y la promoción académica depende comúnmente de reconocer errores previos y de descubrir hechos no conocidos. La autocorrección por medio de la exposición y crítica pública es entonces un mecanismo valioso y un código académico que, como podemos suponer, al poder político clásico no sólo no le hace mucho sentido, sino que podría atacarlo.
Según el historiador, van en ascenso “regímenes populistas” que primero fomentan el odio hacia lo extranjero y hacia las minorías para después atacar sistemáticamente cualquier institución que limite su poder. Estas instituciones son principalmente los medios de comunicación, las cortes de justicia y la academia que, si son independientes, serán los garantes de proteger la verdad.
Un gobierno atacaría a estas instituciones precisamente porque la verdad no lo obedece, al contrario, por su naturaleza, lo cuestiona e incomoda. El típico líder populista, agrega Harari, trata de seducir a la gente diciéndole que la única cosa que importa son sus deseos, por eso cuando algún especialista señala una verdad incómoda la reacción desde el poder es rebautizarlo como el “traidor que se opone a la voluntad del pueblo”.
El breve texto de Harari ayuda a enfatizar y a reflexionar sobre al menos tres aspectos. Primero, la construcción y defensa de la verdad no es una cuestión de popularidad o de mayorías. “El congreso puede pasar una ley declarando que la teoría de la evolución está equivocada, pero dicha norma no cambia la realidad”, dice el filósofo. Si bien es más fácil establecer criterios de verdad en los fenómenos naturales que en los sociales, esto no obsta para construir argumentos veraces sobre si, por ejemplo, un programa social está funcionando de manera efectiva o no. Una cosa son los resultados de estos ejercicios y otra la medición de la popularidad del líder.
Segundo, dado que la academia independiente es algo valioso que preservar, habría que repensar en cuáles son los mecanismos más idóneos para formar y elegir a los expertos que podrían cultivar y defender la verdad ante el poder político. La doblez intelectual ante el gobierno es latente. ¿No habremos ya perdimos la capacidad de ser autónomos e independientes en la universidad pública de México? Creo que no, pero vamos por este camino dado el mantenimiento del control burocrático (interno y externo) que han originado las políticas restrictivas de financiamiento impuestas tanto por gobiernos “populistas” como “neoliberales”.
Tercero – y último punto –, si la academia es una de las instituciones que construye las verdades incómodas por sus propios códigos y además, posee la libertad de manifestarse pública e independientemente, hay posibilidades reales de delinear una postura crítica y de oposición ante cualquier gobierno democráticamente electo. Con ello, los académicos no sólo estaríamos haciendo nuestro trabajo, sino también mostrando una capacidad humana que en otros tiempos sería valorable. Oponernos con razón y efectividad al poder tendría que incorporarse a alguna noción alternativa de “excelencia” o de “calidad educativa”. ¿Por qué?
Porque construir y defender la verdad, así como hacerle oposición al poder político con ella, puede beneficiar a las mayorías, aún cuando éstas no intervengan en su construcción, como bien sostiene Harari. Me explico: ¿se imagina usted cuántas vidas se habrían salvado alrededor del mundo si el gobierno Chino no hubiera proscrito la voz del doctor Li Wenliang, quien alertó por redes a sus amigos sobre el brote del Coronavirus? Por “difundir rumores” Wenliang fue apercibido por la policía, fue a dar a la comisaría, firmó una declaración donde se declaraba culpable y prometía no reincidir (El País, 07/02/20, nota de Macarena Vidal Liy). Días más tarde el oftalmólogo tristemente moriría a consecuencia del virus.
¿Qué discusión entonces tendríamos ahorita si el doctor Wenliang hubiera tenido la libertad de que alguna universidad o medio de comunicación independiente lo respaldara ante el gobierno para exponer la verdad de sus observaciones? La placentera mentira y el ocultamiento de la realidad, en cambio, probablemente agravó pandemia.
En México, aún estamos en posibilidad de elegir entre acomodarnos ante el veleidoso poder del gobierno en turno o mantenernos firmes para cultivar la verdad, exponerla de manera independiente, defenderla y en su caso, hacer oposición antes de que las consecuencias las paguen otros que no precisamente están sentados en la silla del poder. La universidad pública mexicana aún no está moralmente derrotada.