De nueva cuenta la evaluación docente y la cancelación de la reforma educativa salieron a relucir, una vez que el candidato de Morena, Andrés Manuel López Obrador, venció apabullantemente en las urnas el pasado 1 de julio a sus símiles: Ricardo Anaya, José Antonio Meade y Jaime Rodríguez “El Bronco”.
Tal y como se imagina, hasta el momento en que cierro estas líneas, se ha dicho y ha pasado de todo: que si se cancelará o no la reforma educativa; que si ésta será sometida a una consulta para que se construya otra con la participación de propios y extraños; que si la evaluación será el punto medular de la discusión; que si ésta dejará de ser punitiva; o por el contrario: que dicha reforma no debe ser cancelada dado el derecho que tienen los niños a recibir una educación de calidad; que es una obligación del Estado mexicano, a través de sus instituciones, asegurar que haya una educación que responda a los requerimientos que la sociedad demanda; que si la evaluación docente reconoce el mérito y las “buenas” prácticas docentes. Sí, todo eso se ha dicho… y varios etcéteras más.
En este orden de ideas, mucho de lo que se ha venido comentando y ha pasado en el terreno político y educativo en estos días, tiene que ver con las declaraciones que ha realizado quien, se dice, podría ocupar la Secretaría de Educación Pública (SEP), Esteban Moctezuma. Y no es para menos puesto que éste, en una entrevista que le otorgó a Carlos Loret de Mola en su noticiero matutino “Despierta con Loret”, afirmó que la mejor forma de evaluar a los maestros sería con los aprendizajes de sus alumnos.
Dicho lo anterior, varios investigadores, académicos, maestros y colegas, fijamos una postura al respecto. Personalmente, deseo compartirles una reflexión más, sobre lo que implica la evaluación en el ejercicio docente. Veamos.
Lamentablemente evaluar, así como se lee y como ha sido expresado por ciertos políticos (por ejemplo Aurelio Nuño y compañía) que, dicho sea de paso, poco o muy poco saben al respecto, se antoja fácil, puesto que alude al hecho de calificar el trabajo que, en este caso, realiza el profesor frente a sus alumnos; sin embargo, para quienes nos encontramos insertos en el terreno educativo, ésta, la evaluación, tiene otras connotaciones, un tanto diferentes a las que ciertamente los políticos plantean. Vaya, asegurar que de la noche a la mañana la educación en nuestro país mejoraría, con una evaluación que “supuestamente” evaluó el desempeño de los maestros, fue y es por demás irrisorio; porque por más que se diga lo contrario, dicha evaluación por su propia naturaleza es subjetiva, dada la relación existente entre el objeto evaluado, el evaluador y quien es evaluado.
¿Asunto complicado? Efectivamente. No obstante, sobre el tema existe bastante literatura y bastantes experiencias que nos indican que, a pesar de que esa evaluación esta permeada por esa subjetividad que planteo en el párrafo anterior, puede lograrse si se establecen los indicadores a través de los cuales el objeto evaluado (en este caso el proceso de enseñanza y aprendizaje) puede evaluarse. Y es aquí donde el asunto se pone interesante puesto que, por un lado, tenemos la práctica que el docente realiza en su salón de clase pero, por el otro lado, el aprendizaje que puede o no ocurrir en sus alumnos. Estamos hablando entonces, de un proceso que, aunque está ligado a un momento de enseñanza donde la didáctica cobra vida, no necesariamente produce un aprendizaje en los seres humanos. Tal parece que, con estos argumentos, el hecho evaluativo trae consigo diversos procesos: el del propio objeto de evaluación, el del evaluador y el del sujeto que es evaluado.
Entonces, ¿para qué se establecen los indicadores si el alumno puede o no aprender lo que el maestro le coloca en su proceso? Precisamente para que, a través de estos indicadores, se pueda valorar las actividades que el docente implementa con la finalidad de generar un aprendizaje en sus alumnos. En este sentido es importante mencionar, que un examen no asegura que el alumno haya o no aprendido el contenido, lección o tema que el docente haya desarrollado y, tampoco asegura, que el propio docente pueda sentirse seguro y/o satisfecho en cuanto al abordaje de los contenidos cuyo fin haya sido propiciar esos aprendizajes en sus estudiantes. De ahí que es válido preguntarse: qué se está evaluando, para qué se esta evaluando, por qué se está evaluando… y agregaría: quién está evaluando.
Triada interesante y que, durante este sexenio no logró esclarecerse por completo, puesto que como sabemos, la evaluación docente se redujo a una mínima parte de lo que la evaluación representa: la “valoración” de los conocimientos, y el despido de los maestros. ¿Por qué afirmo esto? Porque ni el informe de responsabilidades, ni el proyecto de enseñanza, ni el examen de conocimientos, asegura la valoración al cien por ciento, de la capacidad que haya tenido el docente para la generación de aprendizajes, ni que éstos hayan sido adquiridos por sus alumnos y, mucho menos, que quienes hayan sido los sujetos evaluadores, hayan evaluado toda esa capacidad de los dos agentes evaluados: profesor y alumno.
Mucho queda por hacer; el diálogo, el debate, la discusión tiene que darse en un plano meramente académico. Ciertamente entiendo el lado político de las cosas; no obstante, si realmente deseamos contar con insumos que nos permitan mejorar lo que haya que mejorar, corregir lo que haya que corregir, destinar más recursos y capacitación donde tenga que ser destinado; pienso, estaremos dando un paso hacia el logro de lo que realmente queremos: una educación en el más amplio sentido de la palabra.
Sí, coincido, lo punitivo de la evaluación debe ser eliminado. Sí, coincido, la evaluación debe verse como un proceso de mejora constante. Sí, coincido con aquellas voces que afirman que la evaluación va más allá de pensar que, con que el alumno haya o no aprendido, se está avanzando. Sí, coincido, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) debe de hacer su trabajo y replantear el esquema de evaluación que hasta el momento se está implementando. Sí, coincido, la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente (CNSPD), debe ser eso, una coordinación que coadyuve al logro de los propósitos de la SEP, y no la instancia que determiné quién es un buen maestro y quién no lo es, o quién está capacitado para ser un maestro y quién no lo está.
Sí, en esos y otros asuntos, también coincido…