Se presenta una versión abreviada de un ensayo escrito por O. Hernández y J. Kalman. El texto completo se encuentra en la página web del Laboratorio de Educación, Tecnología y Sociedad del DIE-CINVESTAV ( http://lets.cinvestav.mx/es-mx/desdelets.aspxo) o en el enlace http://bit.ly/2cYwyqx
Judith Kalman /DIE-CINVESTAV y Oscar Hernández / UAM, Lerma
En fechas recientes se han expresado en redes sociales y en otros medios de comunicación diferentes opiniones sobre lo que implica usar las palabras de otros en un trabajo propio sin hacer el reconocimiento de la obra o el autor original. Sin embargo, tenemos que reconocer que copiar es una práctica aceptada e, incluso, promovida por la propia escuela en los niveles básico y medio (e inclusive, en el nivel superior). Consideramos que, en parte, esto es así porque a menudo las prácticas educativas en el salón de clase se sustentan en una idea del aprendizaje y la enseñanza basada en la transmisión (y adquisición) de conceptos y en una tradición didáctica que favorece más el transmitir los contenidos curriculares y el cumplir con las tareas asignadas que la construcción del conocimiento, su representación, la apropiación de discursos y la producción escrita propia. Es en este escenario en donde se promueven prácticas textuales basadas en la reproducción de los escritos ajenos: por ejemplo cuando los alumnos deben encontrar información o copiar una definición, poner su nombre en su hoja y entregarla; o cuando entregan “trabajos de investigación” copiados de diferentes fuentes, muchas veces sin explicaciones, sin articulaciones propias y sin citas. Los maestros los reciben, los aceptan, los evalúan y aprueban a los alumnos.
Lo que nos parece difícil comprender es en qué momento y de qué manera la práctica del copiar y pegar se deslegitima, y cómo se construye esta idea. Dicho de otra manera, ¿en qué momento suponemos que los estudiantes construyen una noción compleja de lo que es usar las palabras de otros y distinguen los usos aceptables de la reproducción de textos de los no aceptables? Creemos que, si es un fenómeno tan común como parece, entonces es un problema social y que los problemas sociales requieren soluciones sociales. Por eso, proponemos examinar el uso de la reproducción de textos en la escuela. Elegimos la escuela porque es la institución social que tiene a su cargo la formación de los nuevos lectores y escritores, que inserta a los alumnos, desde el momento que llegan al patio del pre escolar, a una cultura escrita académica. Desde un punto de vista interesado en la educación, los acontecimientos recientes nos ofrecen la oportunidad para reflexionar acerca de la escritura en la escuela.
Sin duda podemos afirmar que copiar es una práctica escolar común y ampliamente arraigada; una parte importante de las tareas que se asignan en la escuela se resuelven reproduciendo textos, datos y diagramas de diferentes fuentes; las llamadas preguntas de comprensión, tan comunes, se resuelven la mayoría de las veces copiando fragmentos, parafraseando o manipulando sintácticamente los textos leídos. La “investigación” en la educación básica, a menudo, consiste en buscar información y, ahora con el uso de la computadora, copiar fragmentos de texto de un entorno y pegarlos en otro. Pero copiar textos no es nuevo, antes de internet se copiaba a mano de la enciclopedia o del diccionario al cuaderno. Antes y ahora, el trabajo con términos especializados muchas veces se limita a buscar y copiar sus definiciones e inclusive, en la elaboración de mapas, diagramas y líneas del tiempo lo que el alumno hace es copiar de una o más fuentes sin reportarlas. En suma, muchas de las tareas y los ejercicios que se realizan en la escuela se resuelven con la reproducción de contenidos elaborados por otros y la actividad principal del alumno es copiar. Por ello es común observar en algunos cibercafés que parte de los servicios que ofrecen es el “hacer tareas” o “hacer investigaciones”; ahí los encargados de los cibercafés realizan las tareas escolares principalmente copiando y pegando información disponible en Internet (ver tesis de Hernández, 2015).
Copiar textos en sí mismo no es problemático, es una práctica aceptada en la elaboración de textos académicos, y por eso hay convenciones establecidas para hacerlo. Sin embargo, reconocer la aportación de otros autores en la elaboración de un texto propio, va más allá del dominio técnico de las reglas de citación. Implica participar en un tipo de alfabetización académica en la que se valora reconocer nuestras raíces intelectuales, el origen de las ideas y los insights de otros. Citar correctamente es dar crédito a los que promovieron ciertas perspectivas, construyeron argumentos, articularon ideas y palabras de una manera atinada y precisa. Asimismo es un recurso para disentir y contra argumentar, es decir, construir planteamientos propios sobre una problemática. También es participar en una cultura académica en la que el conocimiento está en discusión, donde se parte de la premisa de las múltiples interpretaciones y significados y donde uno busca añadir su voz a los diversos pronunciamientos sobre temáticas que le interesan (pensando en Bahktin).
Asumiendo el riesgo de la generalización, hay poco de esto en la cultura escolar. La escritura de textos tiene múltiples funciones en el aula, pero nos atrevemos a afirmar que cuestionar, dialogar, discutir, disentir, crear y expresar no son de los más comunes. Esto también lo podemos observar en las prácticas de lectura: el saber dialogar con los autores, discutir ideas y argumentos, identificar razonamientos, examinar y comprender diferentes puntos de vista sobre un hecho y construir a partir del trabajo con los textos ideas y posiciones propias es poco común. Y son estas formas de ver los textos de otros lo que permite desarrollar el pensamiento propio y llegar a una redacción propia. La lectura profunda, la apropiación de discursos y la elaboración de textos son quehaceres textuales intrínsecamente vinculados.
Por ello, nos parece fundamental subrayar que citar correctamente es una práctica social y como tal, se aprende; y su aprendizaje se inserta en múltiples eventos letrados, oportunidades de leer y escribir, discutir y compartir textos. Como cualquier conocimiento complejo, se construye, y su apropiación no se realiza ni por decreto ni con la distribución de las reglas de citación. El comprender la relación entre el texto propio y el ajeno, el sentido de las citas, el cómo participar en conversaciones culturales y académicas (nuevamente como dice Bahktin) es parte de una tradición textual que aún nos falta arraigar en nuestras escuelas e instituciones académicas. Nos parece que reducir la citación a la “aplicación de las reglas” es desconocer que se trata de un conocimiento complejo, profundo y especializado.
De acuerdo a nuestra experiencia en el trabajo con profesores de educación básica, muchos de ellos reconocen que es muy común que sus estudiantes copien y peguen información sin indicar sus fuentes. Ante ello, algunos maestros piden a sus alumnos que escriban a mano, o redacten sus propias ideas en solitario sin recurrir a ningún tipo de fuente como una estrategia que les podría ayudar a desarraigar la práctica del copy paste. Algunos también consideran soluciones punitivas, o de una mayor vigilancia sobre lo que los alumnos hacen, por ejemplo, mediante el uso del software que detecta el plagio. Sin embargo, lo que es poco común es que los profesores pidan a sus alumnos que reporten sus fuentes o discutan con ellos cómo usar las ideas y palabras de otros para desarrollar ideas o posiciones propias, argumentar, ejemplificar o cuestionar. ¿Y por qué van a hacerlo si se formaron y trabajan en un contexto educativo arraigado en la transmisión del conocimiento y la reproducción de textos? De hecho, en nuestro trabajo con profesores, el cuestionamiento de la copia es uno de los aspectos que enfatizamos: no solamente presentamos algunas convenciones para reportar sus fuentes, reflexionamos con ellos sobre cómo fomentar que sus alumnos expresen por escrito sus conocimientos, ideas, acontecimientos y experiencias y cómo no aceptar trabajos copiados y pegados (con recursos digitales o a mano). No obstante, muchos docentes se sorprendieron cuando planteamos estas posturas porque creían que copiar era necesario para aprender conceptos complejos, definiciones, eventos históricos, etc. En talleres recientes en el Departamento de Investigaciones Educativas (DIE), los profesores expresaron que copiar textos era necesario porque así los alumnos se quedaban con “algo”, sobre todo los alumnos poco entusiastas o cumplidos.
En un momento en el que se discute el nuevo currículo escolar, consideramos que se debe conceptualizar lo qué significa enseñar a escribir en la escuela y cómo hacerlo. Con internet existe la posibilidad de desarrollar prácticas fiscalizadoras muy sofisticadas para que el maestro descubra a los alumnos que copian textos ajenos. Pero debemos preguntarnos si queremos que los profesores dediquen tiempo y esfuerzo a vigilar a sus estudiantes. Pensamos que la relación entre los estudiantes, los docentes, la escuela, y el conocimiento debe—y puede—ser otra. Se trata de desarrollar prácticas textuales y una conexión distinta con el conocimiento, o como lo han dicho otros, de construir una cultura académica distinta, desde la educación básica hasta la educación superior. Hasta ahora, casi nadie ha puesto sobre la mesa lo que, en nuestro sistema educativo, representa la problemática de enseñar y aprender a escribir como una de las explicaciones de lo habitual del plagio.
Judith Kalman. Investigadora del DIE- Cinvestav; sus líneas de trabajo son la construcción social de la alfabetización y cultura digital. Su trabajo actual se centra en la alfabetización y el uso de las tecnologías digitales dentro y fuera de la escuela. En 2008 fue cofundadora del Laboratorio de Educación, Tecnología y Sociedad (LETS). En la página web de LETS se encuentran artículos recientes, tesis e informes www.lets.cinvestav.mx grupolets@gmail.com @DIGITALpuntoED
Oscar Hernández es profesor-investigador en el Departamento de Estudios Culturales de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Lerma. Entre sus líneas de investigación se encuentran la formación docente y el uso pedagógico de tecnologías digitales, la digitalización de procesos de trabajo, y la educación de jóvenes y adultos y TIC. @oscarenriquehr