Una cosa que llama la atención al visitar la librería Coop en Harvard Square es el número de libros catalogados en el anaquel bajo el título de “la meritocracia y sus críticos”. Ahí, en el seno de una de las universidades más elitistas de Estados Unidos, uno puede aprender de los diversos debates (periodísticos y académicos) que cuestionan si en realidad la sociedad americana ha recompensado a las personas por su capacidad, talento y esfuerzo individual. ¿No será que otros mecanismos como las “palancas”, raza, color de piel, nepotismo e ideología operan para ubicar a los seres humanos en determinadas posiciones? ¿Es el mérito resultado directo del esfuerzo individual para merecer abundancia? ¿Más vale “lealtad que capacidad”?
Cerca de la Coop también da clases Michael Sandel, un profesor de filosofía política que pese a lo impopular que podrían sonar sus temas, llena auditorios y estadios cuando da una charla, ¿mérito o mercadotecnia? Seguramente una mezcla de ambas. Pero eso no es lo importante, sino que Sandel acaba de publicar su libro La tiranía del mérito: ¿Qué ha sido del bien común? que ya fue traducido y publicado por Debate.
Teniendo como base esta obra, Sandel fue entrevistado por la BBC (03/02/21 nota de Irene Hernández). Sus observaciones nutren discusiones que hemos tenido algunos investigadores e investigadoras desde hace tiempo. Habrá que leer el libro en extenso y dar la batalla intelectual, pero mientras tanto, recuperaría algunos comentarios del profesor estadounidense en dicha entrevista.
Sandel expresa que la meritocracia es un “ideal atractivo”: si todos tienen las mismas oportunidades, los ganadores merecen ganar. Pero hay un problema, matiza, las oportunidades no son las mismas para todos. Por tanto, los más ricos —económicamente hablando— eligen y son admitidos en las universidades estadounidenses más prestigiosas.
Para el profesor estadounidense hay otro problema (real) con el ideal meritocrático: “crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás”. Bajo una “actitud hacia el éxito” (errónea), los primeros “llegaron a creer que su éxito era todo suyo porque lo habían ganado por sus propios méritos” mientras que los segundos “no tenían a nadie a quien culpar de su fracaso más que a ellos mismos. Esto ha envenenado, según Sandel, la política. Aprovechándose del resentimiento del humillado, “partidos populistas autoritarios” han apelado al agravio de éste para dirigir “acciones violentas” contra las élites. Tanto change maker y un país dividido no es la opción.
Al final de la entrevista, Sandel sugiere dignificar el trabajo, dejar de ver a la educación como un mero instrumento del progreso económico, y enseñarle a nuestros hijos que el “éxito” depende de una amplia mezcla de factores y circunstancias. De hecho, Robert Frank, en su libro “Éxito y suerte: Buena fortuna y el mito de la meritocracia” ha sostenido que ventajas triviales pueden derivar en diferencias económicas para la gente. Esto ayuda a “desmitificar” las bases del éxito personal. ¿En qué parte de este debate estamos en México?