Una huelga larga e insensata, 92 días de ausencia y abandono. Varios de mis colegas, como Arturo Anguiano, Germán de la Reza, Jorge Javier Romero, Gabriel Araujo y otros más, en circulares, especularon sobre la causa de su estallamiento. Coinciden en que fue irracional y que la Universidad Autónoma Metropolitana en su conjunto sufrió lesiones irreparables.
¿Cuál es el balance? ¿Qué saldos quedan? No es un ejercicio de contabilidad, aquí las cuentas no cuadran, hay más pérdidas que ganancias, aunque algunos sí obtuvieron utilidad. A fe mía que hay dos buenas noticias y otra controvertida, pero todas en medio de quebrantos —físicos y de ánimo— que pesan mucho.
La primera buena noticia es que por fin se acabó, con todo y que lo que se obtuvo en la práctica fue lo que las autoridades ofrecieron desde antes de que estallara.
La segunda buena noticia es que, a pesar de todo, no se perderá ni un solo día de clases. Impartiremos en primavera y verano el trimestre de invierno (tiempo mexicano), habrá once semanas de labores docentes, más unos días para repasar lo hecho en las dos primeras. Ajustaremos días de vacaciones, periodos intertrimestrales y para 2022 nos emparejaremos.
Para unos, excelente, para otros, incentivo perverso. El pago del 100% de salarios caídos sirve para recuperar aliento a quienes no participamos en la huelga; académicos que no necesitamos laboratorios no dejamos de trabajar en nuestros proyectos de investigación. Pero ese gesto es también una invitación a los duros del sindicato a regresar dentro de dos años con otra huelga y, mientras tanto, amenazar y chantajear con ella.
En el otro platillo se acumulan los perjuicios. Si bien, los estudiantes no perderán clases, el tiempo gastado en otras cosas no se recupera. Tampoco quienes no pudieron hacer trámites, recibir becas, irse de intercambio o recibir sus papeles de titulación. Estudiantes extranjeros que tuvieron que ir de nuevo a sus países, ¿quién sabe si los recuperemos? Además de las averías materiales, cuenta el deterioro moral, la displicencia, no sólo de estudiantes, también de académicos y trabajadores.
Se sabe de animales de laboratorio muertos, de desgaste en equipo científico por falta de mantenimiento, de suciedad acumulada en todas partes: flores marchitas, jardines muertos, árboles secos, agua putrefacta, un paisaje desolador. También hubo vandalismo por falta de vigilancia. En fin, una rotura de las normas institucionales y quiebra de la convivencia.
Claro, a nadie le gusta recibir mermas en sus ingresos. Por eso el pago de salarios caídos recompensa en algo el ánimo. Pero el costo en prestigio institucional fue alto.
Sin embargo, ya regresamos y, aunque las diatribas entre sindicato y autoridades continuarán, tenemos desafíos por delante y, en lugar de quejas, más nos vale hacerles frente con brío, renacer el espíritu uamita. Vamos a trabajar y curar heridas, saludarnos y darles la bienvenida de nuevo a nuestros estudiantes.