El trabajo académico es complejo; implica actividades de docencia, investigación, gestión, extensión y vinculación. Estas actividades son genéricas y, en nombre de ellas, se llevan a cabo una gran cantidad y variedad de actividades específicas. La docencia, por ejemplo, no se limita a la impartición de clases presenciales, sino que también incluye, entre otras actividades, la asesoría académica que los profesores, otorgan a sus estudiantes fuera de clases sobre el contenido de los cursos que imparten.
No obstante la diversidad reconocida en el concepto de trabajo académico, también se acepta comúnmente que lo que hace diferente al académico de otros profesionistas que también realizan alguna de las actividades anteriores, es que en el académico dichas actividades giran alrededor del conocimiento más avanzado posible. En la medida en que esto sucede las actividades mencionadas se retroalimentan mútuamente y, bajo un cierto arreglo institucional y bajo ciertas condiciones de trabajo, pueden entrar en una relación de fortalecimiento mutuo. Así, por ejemplo, la docencia y la investigación que realiza un académico se fortalecen entre sí casi “naturalmente” en el posgrado, particularmente a nivel de doctorado, mientras a nivel licenciatura construir una relación productiva entre docencia e investigación es mucho más difícil.
De unos años a la fecha, sin embargo, y en esto el PROMEP, ahora Programa para el Desarrollo Profesional Docente, tuvo una participación decisiva, se maneja otra categoría de actividades que un académico con “perfil deseable” debe realizar, además de las actividades de docencia, investigación, gestión, extensión y vinculación: tutorías. Tales actividades se han constituido, inclusive y aunque no fue esa la intención de sus creadoras, en parte de políticas públicas en el contexto de las cuales las instituciones de educación superior y los académicos mismos, reciben recursos adicionales, tan necesarios hoy en día.
El tema de las tutorías es amplio y tiene diversas aristas. Por un lado está el estudiante y sus necesidades formativas dentro de una institución de educación superior y, por otro, el académico y el trabajo que realiza y que no puede supeditarse, de manera exclusiva, a girar alrededor del estudiante, ya que también tiene otras responsabilidades que cumplir (la investigación, por ejemplo). Es indudable que es deseable una atención personalizada, y que los estudiantes merecen ser acompañados durante su formación por académicos competentes y formados para la tutoría, pero más allá de este planteamiento general que busca maximizar las posibilidades de éxito del estudiante, es necesario que cada institución conjuntamente con su personal académico, estudiantes y personal de apoyo (orientadores, psicólogos y pedagogos, por ejemplo), determinen, exploren, evalúen y mejoren su sistema institucional de tutorías. Cuando es la autoridad es la que decide por sí sola es muy probable que las cosas no funcionen como se decreta.
Entre las tutorías y el trabajo académico puede haber, en función de cómo es que cada institución de educación superior las entienda, complementariedades y, al mismo tiempo, tensiones. Desde esta perspectiva, y como sucede con otras muchas iniciativas nacionales, el problema es que al final del día muchas autoridades universitarias implementan programas en los que se espera (y se “estimula”) a que todos los académicos hagan lo mismo. En el mejor de los casos las actividades implicadas tienen sentido, pero en otros muchos casos una buena parte de lo que se hace en las tutorías es, meramente, un simulación de asesoría psicológica o profesiográfica que deberían ser proporcionadas por profesionales en la materia, o una actividad de apoyo administrativo y secretarial que debería ser realizado por sistemas informáticos funcionales, y por personal entrenado para ello. Hacer que los académicos (mal)funcionemos como asesores y orientadores psicológicos, o como personal auxiliar en los procesos de inscripción, es costoso e ineficiente para todos, incluyendo para la institución misma.
En el prólogo a la 3ra edición del documento Programas institucionales de tutorías: Una propuesta de la ANUIES (2011), Magdalena Fresán Orozco y Alejandra Romo López plantean que existen instituciones en donde “quienes atienden las tutorías se han capacitado para tal efecto y además de la atención directa de los alumnos se preocupan por el estudio de los impactos del programa tanto en aspectos cuantitativos como cualitativos” (p. 9). Es reconfortante enterarnos de esto y qué bueno que así sea.
No obstante, las mismas autoras comentan que “en otras instituciones más, hay que reconocerlo, el PIT (Programa Institucional de Tutorías) es un programa que no opera, aunque en los discursos y los informes de las autoridades se diga lo contrario. De esta manera, la simulación es una actitud compartida entre los profesores y las autoridades universitarias propiciándose así la descomposición interna de la institución. Si se valida la simulación en el ámbito de las tutorías, es admisible cualquier otro tipo de simulación.”
¿En dónde estará, en lo que a tutorías se refiere, la Universidad Autónoma de Baja California?
* El autor es académico de la Facultad de Ciencias Humanas, UABC Mexicali.