Carlos Ornelas
Los embates contra la educación nacional no cejan. Unos, producto de la fatalidad, la persistencia del covid19, otros, suscitados por gobiernos locales (para no dejar sola a la Secretaría de Educación Pública) y otros más por la inefable Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
Tres asuntos revelan un panorama complejo que en conjunto trazan pereza burocrática, desinterés del funcionariado y mala leche. Éstos nos son únicos, sólo una muestra de la desazón por la que atraviesa el sistema educativo mexicano, con un paréntesis de esperanza.
Primera. En varias regiones del país, de Tamaulipas a Baja California, de Oaxaca a Sinaloa y en otras regiones, continúan las infecciones de infantes por el covid19. Ante la falta de insumos y agua potable para lidiar contra las dificultades, muchas escuelas regresaron a la educación a distancia o sólo cerraron sus puertas. La salud es primero, es la consigna que surge desde las escuelas donde los protocolos de prevención son impresos impracticables. La pobreza franciscana atenta contra la seguridad sanitaria.
Segunda. La nota contra la pesadumbre proviene de la lucha —sí, en términos de batalla— de nueve escuelas de tiempo completo de Jalisco que se niegan a abandonar las buenas prácticas y sufren embestidas o menosprecio de autoridades de educación locales.
Flavio Mendoza, en una nota de Conciencia Pública (12/06/22), un periódico digital de Guadalajara, narra las peripecias que sufren las nueve escuelas que permanecen de tiempo completo a pesar de que la Secretaría de Educación de Jalisco, el secretario en persona, según el autor, no sólo no las apoya, sino que milita en contra de ellas.
Flavio Mendoza reseña sus tareas como director de la escuela Urbana 217, Ernesto Corona Amador, en el nororiente de Guadalajara. Su labor es encomiable, resumo sus palabras:
“Hoy domingo, escribo esta columna a las 6:00 de la mañana porque tendré que ir al Mercado de Abastos, en mi vehículo, con mi gasolina, en un día y hora inhábil, sin sueldo extra, para hacer las compras de productos perecederos para la colación de los alumnos. No me quejo, lo hago yo porque hay un rol de compras.
“Tenemos proveedores establecidos, a quienes les agradezco que nos den un mejor precio. Hoy me corresponde cargar bultos de papa, zanahoria, jitomates, azúcar, entre muchos otros insumos más, pero lo hago con mucho gusto por nuestros niños y el compromiso profesional con mi trabajo y la escuela pública”. ¡Este sí es compromiso! Digo yo.
“Después de terminar las compras y cargar los productos, regreso a mi escuela para descargar y guardarlos en bodega y refrigerarlos. Además de labores escolares, la operación de una Escuela de Tiempo Completo implica atender abastecimiento del agua en garrafones, verificar y recibir carne, checar que haya gas y resolver cualquier imprevisto sobre la cocina”. ¡Y sin dejar de atender las funciones que ya tiene como director!
Concluye con un reclamo al secretario de Educación de Jalisco, Juan Carlos Flores Miramontes, “por la respuesta que dio en definitiva a nuestro movimiento por salvar las Escuelas de Tiempo Completo, porque parece no escucharnos, porque el discurso en los medios no es la realidad en estas escuelas que mantienen viva la esperanza de continuar”.
Pronostico que su combate dará resultados, pues la organización de maestros y padres de familia es sólida y defienden las bondades de estas escuelas.
Tercera. La CNTE michoacana tronó en contra del calendario escolar 2022-2023 de la SEP, reporta Profelandia. Se proclama defensora de la escuela pública y compara a sus militantes con docentes de Finlandia. Además, decidió que el 8 de julio será el último día que den clases.
Lo dicho, la contienda por la educación no tiene reposo ni territorio explícito.