Todavía no termina la primera semana y adaptarse no es sencillo. Hay multitud de historias sobre lo complejo que ha sido para las familias organizarse para una rutina que no lo es, porque es inédita.
Multitud de preguntas: ¿los libros de texto ya los dieron en la escuela, es en horarios fijos, puede pasar cualquier miembro de la familia por ellos? ¿Cómo se sintoniza el canal digital? ¿Ese programa no lo vimos ya? Ah, es que son tres semanas de repaso (y sí, hasta el lunes 14 de septiembre la programación corresponderá ya plenamente al plan de estudios del nuevo grado que se cursa). ¿Cómo que la clase de primero de secundaria comienza a las 4 de la tarde? ¿Y no hay otro horario? ¿Que qué? ¿La segunda emisión inicia a las 21:30 y acaba a la medianoche? ¿Pues qué están pensando?
Comenzamos el ciclo escolar en una condición inédita: las aulas físicas están cerradas, todas. La decisión es responsable y obligada. Estamos en una situación de emergencia sanitaria, y también de emergencia educativa. Imaginemos un desbordamiento, una de esas inundaciones tipo Tabasco o Nueva Orleans; así estamos, cada familia encaramada con sus niños en el techo de la casa, sin poderse mover hasta que esto sea menos peligroso –y no que se ‘normalice’, que el concepto, al menos por ahora, ya perdió su referente. Hay lo que hay, y es poco. Hay que mantenerse vivos y alertas, pero apenas cae algo desde arriba. Y, con buena suerte, las y los docentes, como el buen vecino, pasarán con su canoa cerca, para ver si nos pueden apoyar en algo, mantener el ánimo, compartir algo más rico.
No estoy minimizando, y nadie debiera, el esfuerzo titánico de poner a disposición materiales: para levantar Aprende en Casa II, se trabaja día y noche en Desarrollo Curricular y en Televisión Educativa, con un pedido que implica empaquetar cuatro mil cápsulas de TV y hacerlas compatibles y ligadas a la colección de libros de texto, en este año poco más de 160 millones de ejemplares. En otra ocasión retomaré el papel del libro de texto: pocas piezas pedagógicas en este planeta son tan hermosas y logradas, y con todo son un recurso que no puede sustituir la experiencia presencial y grupal del salón, táctil, dinámica e interactiva. Si hubiese una versión en realidad virtual, aun así no dejaría de ser filtro y distancia: como si un programa de cocina y de gourmet sirviera para saciarse.
Es regla de vida, es regla de la realidad: aprendemos juntos, aprendemos de otros y con otros. Sólo en un sentido muy técnico y acotado se puede ser ‘autodidactas’. El autoaprendizaje, o mejor dicho, el aprendizaje a distancia programado, es introducción, anticipo o resumen del aprendizaje cabal, el que es un derecho humano, el que está en la Constitución y las convenciones internacionales de derechos humanos. La situación de resguardo obliga a desarrollar –y aquí la oportunidad– autocuidado, automotivación y autoeficacia como nunca antes el sistema educativo mexicano lo había propuesto (o sólo en las mejores versiones de telesecundaria y telebachillerato), pero eso no significa que se logren aprendizajes equivalentes, o que no se esté produciendo rezago o acelerando las brechas.
Niñas y niños en México están a una dieta escueta: la mínima activación física que permiten los espacios hogareños; una hora para preescolar, dos horas para primaria, tres para secundaria, de transmisión televisiva; los libros de texto, dos o tres hojas por día. Pero además, el reto para las familias es resolver también el teletrabajo, o el trabajo a secas: cualquiera que se dé una pasadita por los mercados abiertos, por las pequeñas fondas, sastrerías, panaderías y hasta salones de belleza, se puede topar con el arreglo precario de la tele conectada y niños encaramados en banquitos, en cajas, sobre el mostrador, con mochilas en el piso, en los ganchos, y como se pueda aislándose o incursionando en ese otro espacio que no es escuela. Estamos todos aquí.
Las familias y otros adultos, del lado de la recepción, la van equilibrando como pueden: la dupla de profe y conductor/a terminan y se despiden del programa de hoy, pero nuestro niño se queda, y su hermanita también; la amplitud de horarios de transmisión casi evita los empalmes, pero no resuelve la necesidad de atenderlos sin parar, al que está viendo y al que no, al que ‘ya acabó’ y quiere otro reto, y al que no acaba y remolonea porque se aburrió y se distrae.
Urge una comunicación más intensa de todas las ayudas y alternativas locales; las familias deben saber que se habilitaron números nacionales de asesoría para dudas, 160 líneas del Centro de Apoyo Pedagógico a Distancia, 55 3601 8720 para preescolar, 55 4172 0413 para primaria, 55 3601 7123. Este centro y sobre todo los maestros titulares, que mantienen el contacto por llamadas, SMS, WhatsApp y si se puede por plataformas, deben fungir como el centro de control espacial de Houston, y dar orientaciones a la capsulita, el Apolo 13 que es cada hogar, para que con los recursos que en su entorno estrecho cuentan, hallen el camino de regreso al aprendizaje.
Además de temple y valor, de resiliencia y disciplina, de tenacidad y sentido de propósito, hay que desarrollar la solidaridad. Estamos todos aquí. Vámonos ayudando a solucionar dudas, a compartir cargas, a prestar internet, a cuidar a los hijos de familiares y amigos, a tender, densa e intensa, la red de relación entre las familias y los maestros titulares, los de la propia escuela. Más que nunca, nos necesitamos.