Una sentencia clásica de Marx y Engels, en La ideología alemana, proclama que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante”. Otros autores, sin negar su afiliación al marxismo, revisaron el concepto. Karl Mannheim exploró la compleja relación entre realidad e ideología. Advirtió que los humanos tienen necesidad de creer en algo, de buscar un sentido a la vida y a la acción social, aunque no sea real.
Parece evidente que, en la contienda por la educación, el gobierno de la Cuatroté aspira a ser el poder espiritual dominante en la sociedad. La retórica del alto funcionariado de la Secretaría de Educación Pública trae a colación la lucha de clases, las relaciones entre opresores y oprimidos, y trata de que sus doctrinas se repliquen en la nueva generación de libros de texto gratuitos. Pone el acento en llevar la educación a la comunidad, el espacio de lo común, desacralizar al aula como el espacio privilegiado para la enseñanza y el aprendizaje.
El presidente Andrés Manuel López Obrador abona a esa visión con un aparato de propaganda bien montado en sus conferencias de prensa. El jueves 27 de julio sermoneó: “Es un mensaje de atraso el querer embodegar los libros, es como enlatar una película en la época del autoritarismo… Porque son nuevos contenidos y se busca que la educación tenga una dimensión social, humanística y científica, que se había perdido”. O, dicho de otra manera, no me vengan con el cuento de que la ley es la ley.
El viernes 28, la secretaria Leticia Ramírez Amaya repitió la receta: “Los conocimientos no están fragmentados, están integrados, es lo que pretendemos. Estamos felices porque las niñas, niños y adolescentes van a aprender desde una perspectiva humanista, científica, de igualdad de género, justicia social e inclusión” (Excélsior, 30/VII/2023).
Pero si se hace caso a los autores que trabajaron el asunto de la ideología, su propagación —y reproducción— en la sociedad es mucho más compleja, no sólo es lucha de clases. La ideología dominante tiene asideros en el desarrollo económico (la estructura) y las relaciones sociales (la superestructura); en los tiempos actuales entre el mercado y los diversos mecanismos de difusión, de la prensa a las redes sociales. Las ideas no son autónomas, aunque los rituales y las ceremonias de transmisión sí tienen efectos palpables (la popularidad del Presidente, por ejemplo). Pero son de duración breve si no tienen sostenes en la realidad.
Y ese es el riego que corren los textos gratuitos de la Cuatroté. A pesar del orgullo que muestra la maestra Leticia, mantiene en secreto la lista de autores y las minutas de las consultas. Pero pide a los padres de familia y a maestros confiar en su contenido, es decir, que efectúen un acto de fe porque, aunque ya hay 30 impresos y están en almacenes en los estados, no llegan a las escuelas.
Los nuevos textos tienen defensores entre los maestros e intelectuales; unos los escudan con argumentos y conocimiento previo, como Rogelio Alonso y Abelardo Carro Nava, en Educación Futura, otros con retórica barata, para estar a tono con la Cuatroté. Pero me pregunto si la mayoría de los docentes está en esa tesitura; se les pide confianza y que crean en lo que dice la autoridad. Pero muchos maestros, según mis fuentes, viven en la incertidumbre y claman por capacitación.
Ellos, como señaló Mannheim, buscan sentido a su profesión y a la acción social, pero lo hacen a partir de sus tradiciones, rituales y conocimientos. Por ello, no por los amparos, dudo que el cambio brusco en la forma de enseñar que propone la SEP se convierta en el poder espiritual dominante.