Miguel Ángel Rodríguez
Los senderos del bosque convocan a un caminar sobre el misterio y sobre la incertidumbre, es un alejarse horrorizado de la tierra quemada sobre la que se cultiva la estéril verdad de la certeza, que es la esencia de la verdad de la técnica, los caminos del bosque son un pensar que se resiste al dominio de la nada sobre la existencia. Son, al mismo tiempo, el peligro y la decisión de alcanzar la otra orilla. Los senderos del bosque son la imagen que mejor ilumina la historia pedagógica de la telesecundaria Tetsijtsilin (piedras que cantan), institución ubicada en San Miguel Tzinacapan, Puebla y que se convertirá, con Andrés Manuel López Obrador, en propuesta de modelo educativo para todo el país.
Escribo lo anterior después de pasar dos pantagruélicos días en San Miguel, la tierra de Taloc, en la Sierra Nororiental de Puebla, donde el sentido de comunidad no ha sido arrancado aún por el individualismo narcisista de las grande ciudades.
Hablo del mundo del baile, las fiestas, los rituales y la presencia de Eros en la figura gozosa y danzarina de la amistad, de la parcela de eternidad que significa estar juntos y cuidar unos de los otros. Una manera de comprender por el camino de la disposición afectiva, de las afectividades, la esencia de la verdad del ser histórico, que en la comunidad de San Miguel se revela, aún con la mordedura de vacío propio del nihilismo de nuestra época, en el cuidado permanente del ser humano.
Sobre tradiciones y saberes previos, sobre el respeto hacia los otros, a la lengua y a la cultura, a los relatos orales del origen, se construyó, sobre un altépetl, la telesecundaria Tetsijtsilin. La sociedad agropecuaria del Centro de Estudios y Promoción Educativa para el Campo (CEPEC), una sociedad de solidaridad con los campesinos indígenas, fundada “por pobladores de San Miguel Tzinacapan” hacia fines de la década de los setenta, sentó las bases sólidas del proyecto educativo que ahora es una guía de inspiración pedagógica para las escuelas telesecundarias de México.
Los responsables de organizar y gestionar el proyecto educativo fueron el profesor Miguel Mora, el profesor Gabriel Salom, integrante del Programa de Animación y Desarrollo (PRADE, que es el origen de un movimiento cultural de raíces profundas en la región) y el señor Ignacio Mendoza, presidente del Patronato Promotor de la escuela. El pueblo entero -sigo aquí la exhaustiva y elocuente investigación-testimonial de Coral Morales: “Hacia una comunidad de práctica con enfoque intercultural: la escuela telescundaria Tetsijtsilin en Tzinacapan, Cuetzalan, Puebla”.
La matrícula de Tetsijtsilin está mayoritariamente constituida por estudiantes indígenas de la región, cuyas condiciones de vida cierran las puertas a la realización del ser que aún no son, pero que podrían ser si el salvajismo del Estado racial mexicano no hubiera asesinado sus condiciones de posibilidad. Según cifras recientes del INEE (2017) hasta el 95 por ciento de los chavos y chavas que asisten a las escuelas telesecundarias de Puebla sobreviven en medio de una pobreza degradante, que los economistas quieren neutralizar caracterizándola como “alta y muy alta marginación”. Fue el mismo diagnóstico de la pobreza de la comunidad que tuvieron los fundadores de Tetsijtsilin en 1977, para ellos el discurso del bienestar social ha sido una promesa reiteradamente escamoteada.
Los talleres productivos y de capacitación con los que inició Tetsijtsilin aspiraban a mejorar las modos de habitar el mundo de los indígenas de la comunidad, por lo que la alfabetización de los estudiantes ocurría en lengua nahuat y el teatro, impulsado por el entusiasmo dionisiaco de Gabriel Salom, así como los talleres de tradición oral, se convirtieron en parte central del curriculum (basado en el ideario de la educación popular). Aunque no les gusta a los fundadores de PRADE, mucho del sentido romántico que resiste y se opone a la verdad del progreso había en esa escuela, se emboscaban, exploraban nuevos senderos del bosque para el cuidado de la niñez y la juventud indígenas.
De entonces a la fecha mucha agua ha corrido bajo los puentes, cerca de cuarenta años de construir un auténtica comunidad de práctica. Con la pasión serena de la profesora Coral Morales, quien además es una versátil narradora, Tetsijtsilin se convirtió en un referente internacional de educación hospitalaria, culturalmente pertinente. Digo hospitalaria porque en sus aulas los alumnos descubren el inicio del pensar sobre el sentido y el significado de la existencia desde la identidad de pueblos originarios. Es un cuidado de sí y de los otros seres que, lejos de conformarse con la esencia de la verdad del ser humano que se vierte en los programas oficiales de estudio, muchas veces una verdad abstracta y universalista, se concentra en reconocer, como punto de partida, una reflexión de la que no se ocupó ningún Heidegger y es la referida a la ontología de la diferencia. Desde ese fundamento, que es “la cosa en sí” de la educación intercultural, los estudiantes sanmigueleños se apoderan del espacio que habitan, no se sienten extraños a la comunidad escolar, participan activamente en la toma decisiones fundamentales para la organización, dirección y destino de la comunidad escolar, que se extiende a la comunidad de padres de familia y a las autoridades civiles.
En sentido contrario al tiempo del nihilismo de la hora actual, carcelero y verdugo del ser, el tiempo más cruel de cuantos haya vivido la humanidad, más despiadado aún contra estudiantes indígenas y afrodescendientes, digo, en ese grave escenario, la comunidad escolar y la comunidad ciudadana de San Miguel han constituido un contra movimiento, un mundo de posibilidades de ser lo que aún no son para miles de estudiantes indígenas.
Como de un cuento jovial de García Márquez saco de mi memoria el recuerdo de un nutrido y ruidoso grupo de chavos y chavas corriendo, junto a la sonrisa de Sandrita, en pos de las falenas amarillas para el mariposario que la profesora Coral y Mauricio Babilonia sembraron en la escuela con la finalidad de estudiar la relevancia de su existencia para la polinización y conservación del ecosistema de la región.
Es una escuela hospitalaria porque se resiste a ser pensada a la manera tradicional, quiero decir, como instrumento para domesticar a los estudiantes; esto es, la de Tetsijtsilin es una formación lúdica, pues la imaginación creadora preside el espíritu de la comunidad escolar y los contenidos de los propios programas de estudio, casi siempre volcados fecundamente sobre lo próximo, sobre lo concreto, sobre el prójimo: sobre el horizonte de posibilidades de libertad de la juventud sanmigueleña.
Durante varios años, de manera intertmitente, les he visto cultivando maíz, moliendo café, tallando la madera, tejiendo con el telar de cintura, conociendo las raíces aladas de la lengua nahuat lo mismo que las pragmáticas lecciones de inglés y, sería una omisión imperdonable, fui testigo de jornadas democráticas en las que la cultura política parroquial de los estudiantes deviene, al paso del tiempo, cultura crítica, cultura cívica –para decirlo con Almond y Verba. Fueron días en los que la transparencia y el respeto hacia la decisión de los otros se convirtió en la regla de oro. Esto lo recuerdo muy bien como parte de un proceso de colaboración entre Contracorriente y Tetsijtsilin que se convirtió, desde mi experiencia, en la posibilidad de comprender que es necesario regresar el poder de la pregunta, de la interrogante, a los estudiantes de la educación pública. En los hechos es también una estrategia, un camino, para hacer efectiva la transversalidad de los conocimientos de los programas de estudio.
Encuentro en Tetsijtsilin la voluntad permanente de poetizar el acto educativo, una predisposición anímica que la conducen a la superación de sí misma y de las también sistemáticas intentonas por cerrarle el paso, por parte de las autoridades educativas inmediatas. Conozco de cerca la historia de heroísmo de la comunidad escolar y la lucha tenaz de Coral Morales contra los dinosaurios de la educación pública de Puebla, para mantener con vida el proyecto educativo que ahora, a contracorriente, ha conquistado un merecido prestigio internacional como modelo educativo hospitalario.
No se cuántas distinciones internacionales ha recibido Coral y la escuela Tetsijtsilin por las bondades pedagógicas del modelo educativo desplegado desde el origen en San Miguel, para edificarla como refugio, como amparo contra las inclemencias del oscuro tiempo del neoliberalismo. Tengo para mí que se trata de un valladar contra el predominio casi absoluto de la verdad del cálculo, de la verdad objetual, pues hay en la escuela una voluntad de integración con la naturaleza que los sitúa más allá de los proyectos de muerte de la técnica.
Hablo de la formación de generaciones de estudiantes comprometidos con una ética comunitaria, interesados en la recreación de la lengua náhuat, en el conocimiento y cuidado del entorno natural, en las danzas y rituales capaces de convertir a los mortales en seres sobrenaturales, en la conservación de sus propias y ontológicas verdades panteístas.
Y sin embargo, pese a que Tetsijtsilin es considerada como propuesta de modelo educativo que orienta e inspira las políticas educativas para las telesecundarias de todo México en el gobierno de la Cuarta Transformación, la del Peje, los viejos y corruptos supervisores y jefes de sector de la región de Cuetzalan, llevados por la miopía pedagógica, la envidia y mediocridad de lo Uno, la mantienen acorralada, sitiada, casi amenazada de muerte, por la baba oscura de “los jefes”.
Como en los senderos del bosque es el tiempo de la incertidumbre y el peligro para Tetsijtsilin, en realidad está en juego su propio ser, justo ahora que la secretaría de educación pública federal le reconoce sus aportaciones a la educación telesecundaria de México, la anquilosada estructura del poder político tradicional pretende meterla al carril de la homogeneidad educativa.
Es el momento de la decisión, por lo que las nuevas autoridades de la educación pública de Puebla, las de la Cuarta Transformación, están obligados moral y pedagógicamente a tomar una decisión que nos abra el paso hacia el otro comienzo educativo, un sendero de bosque abierto a nivel nacional por Tetsijstilin.