A Alejandro Márquez y Roberto Rodríguez, verdaderos amigos académicos.
Una estudiante me hizo notar que varios colegas académicos analizaban y convertían sus preocupaciones de vida más visibles en temas de investigación e incluso, en sus tesis de posgrado. Con esta observación en mente, ociosamente, nos dimos a la tarea de buscar ejemplos que corroboraran la supuesta relación entre vida o existencia e interés científico. ¿Soy realmente lo que investigo? Al recordar que George Orwell decía que Charles Darwin (1809-1882) se había vuelto biólogo porque amaba a los animales, corroboré la observación de mi perspicaz e inteligente discípula. El destacado naturalista inglés y promotor de la teoría de la evolución había sido un “caballero campirano”.
Pero una vez habiendo verificado esta idea, empezamos a indagar el otro lado de la moneda y tristemente nos dimos cuenta de que había personajes que, por ejemplo, escribían y hablaban profusamente sobre equidad, igualdad y valores pero que en su vida y desenvolvimiento diario mostraban avaricia, soberbia y arbitrariedad al grado de vetar a otros colegas por mero prejuicio, interés o antipatía personal. La equidad para ellos era entonces puro discurso o una “buena” idea teórica…mientras no tambalees sus proyectos y ambiciones personales.
El tercer episodio de nuestras reflexiones fue preguntar si se puede llegar a una mejor intelección de los problemas cuando realmente “vivimos” y sentimos de manera genuina una causa como la equidad o la igualdad. Creo que hay varias posibilidades para responder a este pregunta. La primera es aquélla que partir de un hecho real, se intuyen ideas que en el futuro pueden madurar para formar parte de un esquema analítico de mayor envergadura. En este sentido, recuerdo el caso de Kader Mia narrado por Amartya Sen en su libro Desarrollo como libertad.
Kader Mia era un musulmán que para poder trabajar y tener un ingreso mínimo tenía que atravesar el barrio Hindú en tiempos de fuertes conflictos entre ambas religiones. Aunque la esposa de Mia le había advertido que no atravesara el barrio hindú por el peligro que representaba, él sabía que no tenía alternativa pues su familia no tenía para comer. Esto le costó la vida a Mia. Fue acuchillado por la espalda. A partir de este caso, Sen, al cabo del tiempo, señaló que la precariedad económica puede estar fuertemente ligada con otro tipo de “anti-libertades” como el hecho de no poder caminar libremente por el barrio hindú al poseer una identidad distinta —y proscrita— por la mayoría. De éste y otros casos reales, el premio Nobel de economía 1998 se inspiró para discutir las implicaciones de la identidad en el análisis social y en el desarrollo humano.
Entonces, tenemos hasta aquí al menos tres posibilidades para indagar si “soy lo que investigo”. Primero, cuando ligo mis actividades a un tema de investigación, segundo, cuando hay incongruencia entre el proceder del académico y lo que expresa públicamente en sus investigaciones y tercero, cuando se observa la realidad con agudeza y luego se proponen elementos analíticos o teóricos.
Pero detengámonos en el segundo caso, el de la incongruencia. Cuando por un lado escribo y hablo públicamente de una cosa, pero por otro actúo absolutamente distinto, ¿pierde credibilidad mi obra académica? ¿El código de la ciencia no puede penetrar la actividad diaria y personal? ¿Y cuál es ese código científico? Pérez Tamayo sugiere que para hacer ciencia se necesitan al menos ciertas reglas tales como no decir mentiras, ocultar verdades o apartarnos de la realidad. La mentira, prosigue el médico y miembro del Colegio Nacional, “es evitable y está proscrita en la ciencia, como no lo está en otras actividades humanas, como las relaciones amorosas, la publicidad y sobre todo la política”.
¿Es la vida vivida del académico completamente diferente a su labor científica? Sobre este punto, recuerdo —también gracias al texto de Ruy Pérez Tamayo— una observación de Albert Einstein: “Si quieren averiguar algo sobre los métodos que usan los físicos teóricos, les aconsejo que observen rigurosamente un principio: no escuchen lo que ellos dicen, sino más bien fijen su atención en lo que ellos hacen”.