Una de las maneras más simples para constatar que la educación en México es de mala calidad aparece cuando expresamos un punto de vista apoyándonos en alguna falsedad. “Como eso que dices es falso, yo tengo la razón”. Al argumentar y discutir, debemos centrarnos en lo que dice nuestro conversador, no en los atributos que éste posee (ad hominem) o en lo que uno asume que está diciendo para malinterpretarlo y luego denigrar. A esta manera de discutir se le conoce como la falacia del “hombre de paja”.
Pensar claramente y expresarnos con lógica, además, nos forma como ciudadanos y posibilita la democracia. En los tiempos que corren, desarrollar nuestra capacidad argumentativa es más que necesario dado que la polarización crece, las visiones únicas y totalizantes se reproducen y el abuso de calificativos bloquea el entendimiento y la sana convivencia.
Recientemente, hubo un hecho que me hizo constatar la necesidad de pensar más detenidamente y desarrollar mejores argumentos. Me refiero a la presentación de Silvio Rodríguez en México y en específico, en el Zócalo capitalino. No pocos tuiteros, académicos y periodistas sugerían que las simpatías del cantautor cubano hacia el presidente López Obrador debía disuadirnos a aquellos que cuestionamos al actual gobierno por su mal desempeño y rechazamos cualquier dictadura, de escucharlo o de asistir a sus presentaciones. Una cosa debía seguir a la otra. Julio Patán, por ejemplo, afirmó que Silvio no le parecía un artista “incuestionable”. “Al contrario. Están esa infumable pulsión metafórica en la que todo puede leerse como un canto de amor a la revolución, esa pinche vocecita, y esa característica suya que, extrañamente, no suelen mencionar sus críticos: su mamonería, ese hieratismo de perdonavidas del hombre plantado en una silla, inmóvil, frente a las partituras, en el escenario; un hieratismo que se puede permitir Bob Dylan, pero no él.
Sobre todo, está esa melcocha, recordatorio de que detrás de un represor suele haber un cursilazo, o viceversa” (El Heraldo, 12/06/22).
¿Nos hace incongruentes disfrutar las canciones de Silvio a la par de defender la democracia? Pienso que no. En primer lugar, porque es muy poco probable que mi convicción democrática se mueva diametralmente a causa de la canción. La música y el arte en general evocan sentimientos y expresa diversos mensajes, algunos de ellos humanos y luminosos y ahí es, precisamente, en donde algunos nos reconocemos, no en las inclinaciones políticas del artista.
Siendo la vida tan rica y diversa, ¿es razonable pensar en un sentido único y absoluto? No lo creo. Virginia Woolf nos recuerda que nuestra mente puede mirar el mundo bajo “diferentes perspectivas”. Estamos entonces capacitados para “alterar el enfoque” y razonar de una manera mucho más compleja y profunda.
Tristemente, el argumento que utilizan los que invitan a ocultar el gusto por la lírica de Silvio para no contaminarse ideológicamente se asemeja al que expresan aquellos que dicen que no llevarían a sus hijos a ver la nueva película animada de Disney, Buzz Lightyear, porque dos mujeres se besan. Es la “ideología de género”, dicen. ¿Está ya en marcha la “amlización” del opositor? Cuestionar opciones políticas autoritarias y cerradas pensando en bloque, cancelando la pluralidad y viendo pugnas en bicolor es una contradicción en el argumento.