En memoria de Luis González de Alba, quien escogió morir el 2 de octubre
Tras la entrada en vigor de la Constitución de 1917, el presidente Venustiano Carranza interpretó que la educación primaria era responsabilidad de los municipios, la preparatoria (no había secundaria todavía) y normal, de los estados; sólo la Universidad Nacional y otras cuantas escuelas dependerían del gobierno federal.
El pensamiento de Carranza estaba dominado por las finanzas. El país estaba en crisis (económica, política y moral) después de una guerra revolucionaria que no concluía; el gobierno no tenía fondos para embarcarse en crear un sistema de educación nacional.
El rector de la Universidad Nacional de México, José Vasconcelos, había mencionado la idea de crear una secretaría de educación federal —en un comienzo dependiente de la misma Universidad— con el fin de hacer frente a la miseria y la ignorancia, los grandes problemas que laceraban a México.
Vasconcelos replanteó su idea; en 1920 comenzó una campaña en forma para la creación de una dependencia del gobierno central que se hiciera cargo de construir un sistema de educación para poner a México a la altura de otras naciones civilizadas.
El 5 de septiembre de 1921, el Congreso aprobó la iniciativa del presidente Obregón. Para algunos, ésa es la fecha fundacional de la SEP. Ésta, de acuerdo con su impulsor, José Vasconcelos, sería la entidad rectora de la educación nacional que tendría que hacer sentir su acción civilizadora donde quiera que fuera necesaria. La SEP “tendrá que florecer como una institución flexible, ilustrada y poderosa que dé sentido a la idea de mexicanidad y se encargue de educar al pueblo”.
Noventa y cinco años después, uno puede constatar que la educación en México ha recorrido un camino embrollado; empero, con grandes logros: un sistema gigantesco, con una organización sólida, aunque deficiente, miles de edificios, millones de docentes en todos los niveles y áreas de excelencia (pocas, pero efectivas). Este sistema contribuyó a la cohesión social y, junto con otras instituciones culturales, como el cine, quizá dio sentido al arquetipo de mexicanidad. No obstante, a veces cae en un nacionalismo ramplón.
Sin embargo, los yerros de la política educativa provocaron que la SEP perdiera la rectoría de la educación, que el sistema fuera inflexible (riguroso y burocrático en exceso), con una idea de ilustración que fortalece a las evaluaciones tipo PISA, como se expresó en el Pacto por México.
La SEP, en lugar de ser una institución vigorosa, como quería Vasconcelos, es prisionera de presiones de todos lados, de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y sus simpatizantes, de la camarilla dominante en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación —aunque Juan Díaz de la Torre actúa con cautela— y de los gobernadores que no se mueven a favor de la SEP (no tienen incentivos para hacerlo). Además, las secretarías de Gobernación y de Hacienda restringen su hacer.
En la retórica y en acciones concretas, más en la primera, la SEP proclama que quiere retomar la rectoría de la educación, es el tercer propósito explícito de la Reforma Educativa. Pero, aparte de las estrategias erráticas (el compadre Miranda, por ejemplo), hay factores de larga data que no se remueven con facilidad. La colonización del gobierno de la educación básica que ejercen las facciones del SNTE, por ejemplo.
A pesar de los desatinos, la Secretaría de Educación Pública ha tratado de cumplir con la nación, sin conseguirlo a plenitud. Llega a los 95 años con achaques, pero con perspectivas de recuperación. La Reforma Educativa — aunque muchos apuesten a su fracaso— no es el remedio absoluto, pero tampoco un paliativo.
Sostengo mi optimismo crítico. Me gustaría ver a la SEP como la soñó Vasconcelos: flexible, ilustrada y poderosa.
RETAZOS
Agradezco la epístola de don Fabian Cortes Ramirez, en el blog de Excélsior a mi nota del domingo. Estoy de acuerdo con su apreciación acerca de la disciplina y del miedo que las autoridades tienen hasta de hablar de ella. Entiendo la falta de acentos en sus nombres; reconozco que tiene una prosa clara y que expresa sus argumentos con lógica.