La mal llamada reforma educativa de 2013 generó varios malestares entre varios sectores del gremio magisterial. Recuerdo que, por esos años, la discusión que se daba en varios congresos, foros, mesas redondas o en las mismas escuelas giraba en torno a la clasificación a la que fueron sometidos, por ejemplo, los docentes: la idoneidad. Palabra compleja que solamente el peñanietismo supo lo que significaba pues, de un momento a otro, las maestras y maestros, de ser quienes realizaban una función relevante en los centros escolares fueron clasificados en idóneos o no idóneos por el simple hecho de responder correctamente (o no) un examen.
Cómo olvidar a una maestra del estado de Chihuahua cuando, en pleno evento con el ex Secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, expresó que en el gremio no había maestras y maestros de primera, segunda o tercera categoría, porque todos son maestras y maestros; y es cierto. Al final del día, en el magisterio se encuentran trabajadores de la educación que desarrollan actividades diferentes porque, como es bastante obvio, sus funciones son diferentes dependiendo de la relación contractual que establezcan con el “patrón”.
Ahora bien, es imposible olvidar que, derivado de la aplicación de esos exámenes por la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente, estos profesionales de la educación serían reconocidos, pues su mérito les había llevado a conseguirlo, y por ello los concursos de ingreso, promoción y reconocimiento se convirtieron en ese mecanismo que, según la Secretaría de Educación Pública (SEP), propiciaba la mejora constante del Sistema Educativo a través de la profesionalización docente que, dicho sea de paso, muchas maestras o maestros lograban por su propia cuenta y no por el estado mexicano porque, en esas fechas, se perdió toda noción de formación continua para el magisterio.
Sí, este malestar movió a esos sectores magisteriales que, de manera abierta y pública se manifestaron en contra de esa reforma, de esos mecanismos de ingreso, promoción y reconocimiento, y de un gobierno poco sensible ante la denostación y menosprecio constante.
Hoy ¿la historia se repite? Y no necesariamente porque el trato recibido por el peñanietismo sea (o no) el mismo que está viviendo el magisterio en estos días porque, como se sabe, ya no existe esa evaluación punitiva; me refiero, obviamente a lo que en las últimas semanas se está hablando entre el gremio y que a más de uno lo tiene molesto: el incremento salarial recibido. Desde mi perspectiva, se trata de otra clasificación que poco abona al logro de eso que hasta el hartazgo distintos gobiernos han expresado: la revalorización del magisterio. Me explico.
El 15 de mayo de este año el presidente de nuestro país expresó lo siguiente: “…ningún maestro ni trabajador de la educación ganará menos de 16 mil pesos mensuales, que es el promedio que obtienen los trabajadores inscritos al Seguro Social”. Anunció que, como es conocido, generalmente realizan los mandatarios mexicanos en el marco de los festejos del Día del Maestro.
Esa noticia generó poco revuelo en esos días. Recuerdo haber escrito un texto sobre ello, pero también recuerdo que varios medios de comunicación y algunos profesores, a través de sus cuentas en Facebook o YouTube, abordaron el tema. No obstante, con el paso de las semanas y/o meses llegó el momento en que se vería materializado el incremento salarial y eso que han llamado “Ajuste para la Medida del Bienestar” que, palabras más palabras menos, llevó a diversos trabajadores de la educación a percibir prácticamente el mismo salario: 16 mil pesos. Es decir, se concretó la propuesta presidencial mediante la cual, independientemente de la función que tiene asignado el trabajador por su relación contractual con la SEP, el salario sería similar al de los demás; situación que, como sabemos, despertó una serie de inquietudes y, porque no decirlo, molestias en diversos frentes.
Entonces, la decisión presidencial cumplió su propósito: favorecer a quienes menos salario ganan porque, por lógica, unos ganan o ganaban más que otros.
Desde mi perspectiva, estamos ante una nueva clasificación que, igual que antaño, insisto, poco abona a esa revalorización del magisterio porque, entonces, habría que preguntarse si hoy por hoy, dentro del mismo Sistema Educativo no existe personal con salarios superiores o menores a otros o… ¿acaso no un jefe de sector o supervisor gana más que un maestro frente a grupo?, ¿qué es lo que determina que dicho jefe de sector o supervisor gane más que un maestro frente a grupo?, ¿acaso las funciones y/o responsabilidades que tienen asignados los trabajadores de la educación derivadas de su relación contractual no son diferenciadas y, en razón de ello, se ajustan o fijan sus salarios?
Bien se dice que en la búsqueda de la igualdad se genera una desigualdad importante, y la decisión presidencial justamente abrió esa puerta: la de la desigualdad porque, obviamente, ante ello el maestro o maestra no se sintió valorado y el personal de apoyo y asistencia a la educación (PAAE), por obvias razones, agradeció el gesto.
Es cierto, hay una inequidad salarial en el Sistema, pero ésta no es culpa o responsabilidad del docente o del PAAE, es un Sistema que así ha funcionado desde hace mucho tiempo; pero entonces, si pretende cambiar ese Sistema porque es inequitativo, ¿por qué no comenzar con la desaparición de la Unidad del Sistema para la Carrera de las Maestras y Maestros, instancia que aplica a bocajarro un proceso evaluador que favorece el mérito para que un maestro o maestra tengo un salario superior a otro, o también, una responsabilidad directiva o de supervisión?, ¿por qué no ajustar los salarios para que un docente perciba el mismo que tiene un supervisor?
Desde luego, yo si estoy a favor de un salario justo y digno, pero para todo el magisterio o… ¿en verdad se piensa que a un maestro o maestra le alcanza su salario para la infinidad de actividades que tiene que realizar al día? Actividades que muchas veces están relacionadas con su actividad profesional porque su función le exige invertir más de lo que muchas veces tiene. No con esto digo que el PAAE no sea acreedor a este beneficio que no impacta en su sueldo base, lo que estoy diciendo es que los días, semanas, meses y años siguen pasado y la tan nombrada revalorización docente nada más no llega, ni de manera económica ni moralmente.
Vaya exigir un mejor salario no es estar en contra del presidente en turno, y tampoco exigir lo que por propio derecho se puede exigir convierta a unos u otros en conservadores o neoliberales. Si la demanda o la exigencia de un salario justo y digno fue una de las banderas que llevó al actual presidente a Palacio Nacional, ¿por qué el magisterio no tendría que exigir ese salario digno y justo que por años ha demandado?, ¿tan malo es anhelar una mejor calidad de vida y un reconocimiento justo a la labor que realiza a pesar de la absurda e incomprensible carga administrativa?, ¿acaso no el mismo presidente anheló despachar en Palacio Nacional tal y como hoy sucede?, ¿qué de malo tiene anhelar un salario por el que tanto se ha luchado y se ha preparado profesionalmente para ello?
Se espera que el siguiente año, en pleno proceso electoral, el presidente anuncié una mejora salarial para las maestras y maestros o para todos los trabajadores de la educación. ¿Dicha mejora será consecuencia del malestar que en este año se está dando? Puede ser porque, la política, al final de cuentas evidencia que el magisterio es para los políticos un botín que representa buenos dividendos.
Y bueno, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación poco podría decir, es claro que sirve para dos cosas: para nada y para nada.
Con negritas:
Por cierto, ¿en dónde estarán aquellos que durante la mal llamada reforma educativa de 2013 exigían un salario justo y digno? Pregunto porque por estos días no les he visto o leído.
Al tiempo.