En días pasados, fuimos testigos de una fuerza, hasta ese día, poco conocida en mi México querido; se trató pues, de la participación decidida de los jóvenes en el sismo que sacudió a la Ciudad de México, Puebla, Morelos y otras entidades de la República Mexicana.
Tal fuerza, tal empuje, vino a darnos una muestra de lo que la unión, en torno a un hecho, siniestro como lo fue, puede lograr si somos solidarios, empáticos, decididos.
La reflexión que le propongo a usted, mi querido lector, tiene que ver con esa unión a la que aludo líneas atrás porque, como es sabido, la fuerza de la educación en nuestro país, reside en el magisterio mexicano. Un magisterio que en los últimos años ha sido brutalmente golpeado y denostado por quienes ostentan el poder, llámesele Gobierno Federal o Secretaría de Educación en tuno. Y esto es así, porque finalmente, las cúpulas del poder han decidido y deciden sin tener el menor conocimiento de lo que ello implica, o bien, sin haber aprendido sobre lo que permea en el proceso educativo en cada uno de los rincones de las cientos de escuelas que son parte del Sistema Político Mexicano (SEM). Dese cuenta, en lo que va del sexenio peñista, dos Secretarios de Educación han ocupado el lugar que, por motivos políticos y no didáctico-pedagógicos, han tomado decisiones de naturaleza política y no educativa, aunque suene redundante.
Hablar del Pacto por México – generador de la mal llamada reforma educativa –; de la poca visión de la educación de nuestro país de un presidente que no preside mucho que digamos; de las desafortunadas decisiones de Chuayffet en esta materia; o de la desmedida y agresiva política de Nuño en contra de los mentores, es infructuoso, aunque si meritorio mencionarse en estos momentos, puesto que como sabemos, cinco años de gobierno han pasado y… ¿cómo estamos?, ¿qué beneficios se han generado en el ámbito educativo a partir de la reforma administrativa-laboral sacada al vapor en el primer año de gobierno?, ¿qué mejoras sustantivas ha arrojado la evaluación a los profesores y alumnos en sus respectivas competencias?, ¿qué ha pasado con el tan llamado “nuevo” modelo educativo?
Cuestionamientos básicos, si usted quiere, pero que nos permiten reflexionar a la luz de los diversos acontecimientos que en materia educativa se han dado en estos años de gobierno. Del primer asunto, es claro que se volvió a un esquema donde el patrón–estado – a través de la SEP – “recuperó” la rectoría de la educación bajo el argumento: ¡o te alineas o te vas!. Así de simple, así de complejo. ¿Y el SNTE? Doblegado. Tan es así, que esa misma amenaza, aplica para el líder magisterial que, dicho sea de paso, no lidera nada, salvo la abnegación de sus agremiados.
Por lo que se refiere al tema de la evaluación, éste sigue siendo un tema harto polémico, dadas las dificultades que ha encontrado el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) para ser autónomo, y para llevar a cabo una evaluación que permita valorar el desempeño de los docentes, no a través de un examen, sino de su práctica diaria. En cuanto a la evaluación realizada a los alumnos, mejor conocida como PLANEA, como bien sabemos, ésta ha arrojado resultados que nos hacen pensar que no necesariamente el docente es el responsable de éstos, sino de las paupérrimas condiciones políticas, sociales, económicas y culturales, por las que atraviesa el país. Tema que bien podría ser considerado en los discursos de Peña y Nuño, al momento de expresarlos.
Ahora bien, si del “nuevo” modelo educativo hablamos, éste con todas sus “peculiaridades” entrará en vigor en el próximo año. Aunque como también sabemos, ha comenzado a aplicarse en “escuelas piloto” para observar su desarrollo. La pregunta en todo caso sería: ¿quién se está encargando de llevar un registro minucioso – y con qué metodología – de lo que está sucediendo en las aulas de estos centros escolares? Intentar dejar un “legado” educativo, dista mucho de una mejora sustantiva de la educación en su conjunto. Eso algo que el mismo Secretario de Educación conoce, y conoce muy bien. Lo lamentable del asunto es que, a pesar de ese conocimiento, las “políticas siguen su curso y, para como pintan las cosas en el país, la propuesta Peña-Nuño, entrará en vigor el siguiente año.
Así las cosas mi estimado lector, la lista de cuestiones que pueden ser abordadas con la intención de hacer un análisis sobre las mismas, nos llevarían a una conclusión: la propuesta que emanó en este sexenio, no ha tenido ni tuvo el resultado esperado, claro, si es que esperaban obtener algo.
Ciertamente, Peña y Nuño van de salida pero, ¿por qué habría que esperar a que dichos personajes dejen de ocupar un cargo para que el magisterio haga lo propio?, ¿por qué habría que esperar a que Juan Díaz de la Torre deje el cargo para exigir una defensa de los derechos laborales de sus agremiados?
Sí, se trata de levantar la voz, pero ésta debe ser expresada a través de un grito debidamente fundamento, con sustento. Las evidencias cada docente las posee, porque vive y conoce las realidades que enfrentan los millones y millones de mexicanos.
La fuerza de los jóvenes, esos millennals que hasta hace poco eran desconocidos o pocos valorados, se hizo presente con la intención de apoyar a la sociedad que en esos estados de la República, se vio afectada.
¿Los maestros y maestras de México pueden ser empáticos y solidarios? No lo dudo, su función social va más allá de un Presidente o un Secretario de Educación. Digo, no se formaron para obedecer a ciegas ciertas políticas educativas impuestas y sin un sustento pedagógico, se formaron con la firme intención de educar al pueblo.
Educar al pueblo, esa es su fuerza y su fortaleza, es por ello que le propongo algo mi estimado colega y amig@: rescatemos a las escuelas; sí, rescatémoslas, pero de Peña Nieto y Nuño. Estamos a tiempo.