Juan Carlos Miranda Arroyo
Una regla generalmente aceptada en política pragmática es la siguiente: “elegir entre inconvenientes”, pero no hay que exagerar. Si bien los bloques de nombramientos habían sido recibidos, en general, de manera positiva por amplios sectores de la sociedad mexicana, lo que sucedió el jueves 4 de julio, parece ser un tropezón con cargas negativas.
Para la nueva cartera de ciencia, una mujer de ciencia; para el sector salud, un médico con solidez técnica; para hacienda, un experto financiero; pero para el sector educativo, la doctora Claudia decidió que no será un educador.
Éste fue mi primer comentario en redes sociales digitales sobre el nombramiento del ex líder nacional del partido Morena en la Secretaría de Educación Pública (SEP), el pasado 4 de julio: decepcionante el nombramiento de Mario Delgado como titular de la SEP por parte de Claudia Sheinbaum, presidenta electa de México.
¿Por qué es decepcionante? Porque, nuevamente, prevalecen los criterios y perfiles políticos en lugar de las cartas y la experiencia académica y educativa al frente de la institución rectora del sector educativo. Habrá que esperar, sin embargo, al nombramiento del equipo de trabajo en esa dependencia para valorar lo que se espera.
En los círculos de la política nacional, como tradición no escrita, uno de los principios que se manejan es que con frecuencia los titulares de las secretarías del gobierno federal son cargos con pesos políticos y entregados en función de los compromisos adquiridos con los poderes legales y fácticos (es “el pago de cuotas o de cuates”, dicen); y que las subsecretarías son las reales fuerzas del poder político y del control central del presidente o de la presidenta de la república.
¿Hay posibilidades de una rectificación en el nombramiento? Son escasas esas posibilidades, pero hay un antecedente de rectificación en los (pre) nombramientos en el gabinete: En 2018, AMLO hizo un cambio como presidente electo, movió a Vasconcelos y colocó a Marcelo en la SRE.
El papel que jugó Mario Delgado, cuando fue miembro del Partido de la Revolución Democrática (PRD), en el Senado, en 2013, cuando se reformó la constitución política, artículo 3, fue lamentable, pues se prestó para imponer unas políticas educativas claramente neoliberales, con un matiz nefasto: imponer el control y sometimiento institucionales de las maestras y los maestros de educación básica y media superior, a un sistema meritocrático de evaluaciones individuales en condiciones arbitrarias e indignas. Todo ello en nombre de la “calidad de la educación”.
En el contexto de la participación que jugó Mario Delgado en 2013, no es descabellado afirmar que, probablemente, uno de los personajes más contentos por el nombramiento de Delgado, el jueves pasado, fue el empresario Claudio X. González Guajardo, uno de los opositores más viscerales del obradorismo.
Cabe recordar que González Guajardo fue impulsor ese año de la (mal llamada) reforma estructural de la educación, del gobierno de Peña Nieto, y que en esa coyuntura afirmó públicamente que los dirigentes de la disidencia magisterial eran “unos pinches delincuentes”, sin pruebas, sino como consigna para aplastar, con violencia de Estado, a quienes se opusieron a esa reforma.
El de Mario Delgado es un nombramiento y (en)cargo, por decir lo menos, extraño, casi inédito, incongruente, contradictorio… ¿Acaso se anuncia en la Secretaría de Educación Pública (SEP) el ciclo de continuidad tecnocrática al estilo “Esteban Moctezuma”, en el siguiente sexenio?
¿Cuándo se había dado la titularidad de la SEP a un dirigente de un partido político nacional? Ah, sí, ya recordé: En los años 70, quizá fue en 1972, para ser precisos, en época del PRI hegemónico, fue con Porfirio Muñoz Ledo. ¿Antes o después de su paso por el partido? Eso no importa. Era un político y eso era suficiente. Hoy es lo mismo. Las mismas prácticas. Las mismas contradicciones. El poder político se impone al poder académico, educativo y cultural. La gestión educativa se subordina a la gestión administrativa, gerencial, financiera, economista.
Si usáramos el criterio del simbolismo y las tradiciones académicas posicionadas en el gabinete, se podría interpretar que Claudia Sheinbaum entregó la tarde del 4 de julio la rectoría de la educación al Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).
En el periódico La Jornada, la Rayuela, que se publica diariamente en la contraportada del diario, unos días antes del nombramiento socialmente impugnado, decía los siguiente: “¿Quién es ese hombre que coordinó con Claudio X. González la aprobación de la reforma educativa de Peña Nieto? No se vaya a estar pensando en él para dirigir la educación de este país.” A esa breve editorial, después, reproducida como imagen en Twitter, la subtitulé: “Hagamos memoria de corto plazo…”
El mismo 4 de julio, Manuel Gil Antón, profesor de El Colegio de México, y con quien coincido acerca del nombramiento aludido, aseveró lo siguiente en redes sociales: “Tenemos memoria. No olvidamos. Nombrar a Mario Delgado en la SEP significa que mentir y traicionar(se) tienen y tendrán permiso. ¿Y la educación? “Ah, bueno: es lo de menos”. Recordamos. Y, por eso, hoy es muy mal día para la educación en México. Y no lo olvidaremos.”
Si de por sí, la semana pasada afirmé, en un comentario, que ”el segundo piso de la transformación se encontraba sin proyecto educativo” (ver: https://www.sdpnoticias.com/opinion/sep-el-segundo-piso-de-la-transformacion-sin-proyecto-educativo/ ). ¿Qué se esperará de la SEP y de lasinstituciones educativasasociadas a ella durante los próximos años?
Espero que este nombramiento, que pone sobre la mesa la posibilidad de regresar a un pasado tecnocrático y de políticas públicas neoliberales en el ámbito educativo, no se convierta en el sótano de la transformación, en lugar del proyectado “segundo piso” que ha propuesto, desde la campaña política, la doctora Sheinbaum y por el que la mayoría del pueblo de México votó el pasado 2 de junio.
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