¿Cómo podría la Secretaría de Educación Pública (SEP) persuadirnos de que el regreso a clases será planeado, eficaz y seguro? Uno, haciendo explícita la estrategia. Eso fue lo que hizo la SEP hace dos semanas: dio a conocer públicamente la Estrategia Nacional para el Regreso Seguro a Clases Presenciales en las Escuelas de Educación Básica para el ciclo escolar 2020-2021.
Tener un documento oficial sobre cómo un gobierno piensa actuar disipa especulaciones y nos ayuda a focalizar en la crítica. Al revisar dicho plan, identifico algunos aciertos y errores. En primer lugar, me parece correcto que la Estrategia distribuya competencias entre los distintos agentes educativos, asuma una posición “federalista”, y enfatice la “corresponsabilidad”. De hecho, como “principio rector” resalta la “participación activa de los integrantes de la comunidad escolar” para transitar hacia la “nueva normalidad”. Puntualmente dice que “el regreso seguro a clases es responsabilidad de toda la comunidad educativa y no solamente de las autoridades de educación de cada municipio, entidad federativa o de la federación”. De hecho, se afirma que “[s]i regresamos a clases es por el consenso de todas y todos. La voluntad y la libertad de elección de las madres, los padres de familia o tutores es fundamental”.
Todo esto suena muy bien. Quizás este gobierno, caracterizado por reducir la individualidad del pobre a la categoría de “mascota” e imponer, ya había entendido mejor las cosas. Me equivoqué. En La Mañanera del pasado 24 de mayo, el presidente reprochó que ante el repunte de casos de coronavirus en el estado de Campeche se cerraran las escuelas nuevamente. Estuvo “bien”, dijo López Obrador, pero no se debe de exagerar”, hay que aislarse si se encuentra un contagio o un brote […] pero no cerrar por completo, no parar”. ¿De dónde sacó esta regla el presidente? “Tenemos información de que la pandemia sigue perdiendo fuerza”, remató. ¿”Tenemos”? ¿Quiénes? La Estrategia es clara: si cambia el Semáforo de Riesgo Epidémico – y esto fue exactamente lo que pasó en ese estado – las escuelas tienen que volver a cerrar. Tal decisión, además, la deben de tomar las “autoridades locales educativas y sanitarias”, no AMLO. Contradecir desde el púlpito presidencial un ordenamiento que ellos mismos idearon es un error.
Otro desacierto, ahora de la SEP, fue “enchilarse” con lo expresado por David Calderón, presidente de Mexicanos Primero sobre el supuesto fracaso del programa Aprende en Casa. La autoridad educativa federal sobrerreaccionó para basar su cuestionamiento en “los dichos” de David “publicados en distintas notas periodísticas”. ¿Por qué no revisaron al estudio en extenso, agradecieron el esfuerzo y refutaron con datos o “estadísticas verificables”? Como en los viejos tiempos, se hace una defensa a ultranza del programa oficial cuando hay evidencias de sus profundas limitaciones (Mejoredu, INEGI).
Es incongruente de la SEP cerrarse de esta manera cuando en uno de los “principios” académicos de su estrategia nacional es informarse de “varias fuentes”, indagar aplicando el principio del “escepticismo informado” y formular preguntas de “complejidad creciente”. Hacer explícita la estrategia del regreso a clases pero contradecirla en los hechos no permite confiar en un gobierno que dice buscar la “trasformación”.