Recuerdo muy bien que hace más de una década, Justa Ezpeleta, visitó la escuela normal en la que me encontraba laborando. ¿El motivo? Realizar una investigación sobre los resultados que hasta ese momento había arrojado el PROMIN (Programa de Mejoramiento Institucional de las Escuelas Normales Públicas) en las escuelas normales del país. Estudio que permitió en ese entonces – así se dijo –, contar con los elementos necesarios para el análisis, discusión y toma de decisiones por parte de los encargados de diseñar las políticas educativas de las instituciones formadoras de docentes de México.
Al respecto, muy pocos llegamos a conocer los resultados de dicha investigación y, si los conocimos, fue porque con el paso de los años a esa misma investigadora, tuve la fortuna de encontrarla en alguno de los congresos educativos que se organizan en alguna de las entidades federativas y charlamos sobre ello. En fin.
El motivo por el que hago referencia a esta breve reseña o anécdota, tiene que ver con la reforma a la educación normal que se aproxima. Como bien sabemos, la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación (DGESPE), tiene tal encomienda. ¿El propósito? “Armonizar” el plan de estudios de las licenciaturas de educación preescolar, primaria y secundaria, con el modelo educativo que ha propuesto la Secretaría de Educación Pública (SEP) y que entrará en vigor en agosto de año. “Armonización” que, conforme a los documentos y las constantes reuniones que se han tenido en distintas entidades federativas del país entre autoridades de la DGESPE y algunos docentes normalistas, no acabo de comprender de todo. ¿Armonizar qué, por qué y para qué? Es más, ¿qué se entiende por “amonizar”?, ¿cuál es la episteme de la palabra?
Ciertamente, en reiteradas ocasiones y en diversos espacios y foros, he hecho, como ahora lo hago, hincapié en que debe existir una vinculación muy estrecha entre lo que ocurre en educación básica con lo que acontece en las escuelas normales. Su vínculo, es algo que bien podría denominar indisoluble, si consideramos que el campo de actuación de los futuros maestros, egresados de las normales, son las escuelas de ese nivel educativo. No obstante desde mi perspectiva, la propuesta curricular que se viene elaborando, adolece de varias cuestiones que podría enmarcar en estos puntos, como generadores a su vez, de algunas propuestas:
- a) Una investigación/estudio que permita valorar la pertinencia del plan de estudios vigente (puesto en marcha desde el 2011 en escuelas piloto y a partir del 2012 en todo el país) y su correspondencia con lo que implica la implementación del modelo educativo en educación básica; habría que considerar entonces, las investigaciones y estudios que vienen realizando algunos colegas al interior de las normales, pero también, lo que agentes externos, como Graciela Cordero, realiza al respecto. ¿Por qué acelerar el paso y no considerar los diversos hallazgos que la misma investigación ofrece?, ¿cuál es la prisa de “armonizar” un plan de estudios con un modelo educativo que aún ni entra en funciones y ya se pretende formular una propuesta que se alinee a dicho esquema?, ¿por qué no considerar la participación de investigadores y académicos reconocidos por sus aportaciones en el medio educativo como el mismo Ángel Díaz Barriga?
- b) Un diseño curricular que considere el objetivo fundamental de las normales: la formación de docentes. Esto, desde la pedagogía y lo que la misma didáctica ofrece, en el entendido de que éstas son las que le brindan la posibilidad al estudiante, de apropiarse de los elementos, tanto teóricos como prácticos, indispensables para su ejercicio docente. ¿Cómo se espera que el estudiante normalista enseñe inglés en las escuelas sin los conocimientos mínimos y necesarios sobre esta lengua, su semántica, su fonética pero, sobre todo, sin apropiarse de su didáctica? Del debate profundo que puede darse en cuanto a la adquisición y desarrollo de este idioma mejor ni hablamos, éste es un tema que bien podría revisarse y debatirse ampliamente.
- c) Una concepción clara y expedita de lo que implica la investigación y, específicamente, la investigación educativa. Si usted observa la malla curricular que fue dada a conocer en noviembre del año pasado, ésta (la investigación) ha desaparecido de dicho esquema curricular. Se dice (o en esas reuniones se dice), que la investigación está implícita e inmersa en los cursos de práctica docente pero, ¿no acaso de esa misma práctica se desprenden infinidad objetos de estudio que pueden y deben ser tratados con todo el conocimiento de causa que implica hacer investigación? Revise usted las mallas curriculares de algunas universidades, en buena parte de ellas se considera a la investigación, la metodología de la investigación y los enfoques que de ésta se desprenden, como elementos fundamentales en la formación de los estudiantes.
- d) Una estrecha vinculación entre las escuelas normales y las escuelas de nivel básico, partiendo desde su nivel central hasta las entidades federativas. Obviamente, con la implementación de un mecanismo de colaboración y de reciprocidad en cuanto a la formación de los estudiantes normalistas. Para nadie es desconocido que en muchos estados, el distanciamiento que existe entre estas instancias es un hecho. ¿Y qué pasa con las prácticas profesionales de los alumnos?, ¿cuál es el papel que debe asumir el docente de educación básica?, ¿cuál es el rol del asesor, profesor normalista, en la formación de su estudiante en el momento de que éste realiza su práctica? Ciertamente hay documentos que refieren a esas cuestiones, para ser específicos, en el plan de estudios 1997 y 1999 para las licenciaturas en educación preescolar y primaria, así se establecía pero, del dicho al hecho, hay mucho trecho. Y de nueva cuenta emerge la investigación como un elemento de vital importancia para conocer sobre éste y otros aspectos.
- d) Capacitación, actualización y profesionalización de los formadores de formadores. Aspectos que no ocurrieron en la implementación del plan de estudios en el 2012. Se dijo en ese entonces, que las autoridades locales serían las encargadas de tal encomienda pero, lamentablemente, en muy pocos estados se logró este propósito. ¿Cómo se espera que el docente comprenda lo que desde el nivel central se construye para que sea desarrollado por el profesor normalista? Cierto, éstos son profesionales de la educación, no obstante, no debe olvidarse que, desde el plano hermenéutico, el sujeto interpreta conforme a sus propios referentes (conceptuales, procedimentales y actitudinales).
En suma, considero que la educación normal debe ser revisada porque las demandas sociales e institucionales así lo exigen. Sin embargo, habría que pensar y repensar para que se considera necesario esa revisión, ¿para alinearla a un modelo educativo que todavía ni se echa a andar o para formar normalistas que respondan a esas exigencias sociales que la misma sociedad – valga la redundancia – nos plantea de manera continua y contundente.