Blanco y negro. Dos bandos: por un lado, quienes rechazan la reforma educativa para no perder prebendas, y enfrente los que la apoyan: asisten, luego de estudiar las guías, a las evaluaciones. No. Para nada. Un proceso social de tal magnitud, como el echado a andar por esta administración, no se agota en dos polos. Hay grises diversos.
He sostenido que la reforma, llamada educativa, es un nuevo acuerdo para la regulación de los términos de pertenencia al magisterio: por eso se modificaron las leyes, se asignan funciones al INEE autónomo, a la Coordinación del servicio profesional docente, a la SEP y sus dependencias. En ese sentido es una reforma administrativa: modifica las relaciones de poder en el entorno escolar. No recupera para el Estado la rectoría de la educación: le regresa, renovado, al gobierno actual el pacto corporativo con la cúpula sindical sumisa y retoma, para empelarlo a discreción, lo antes cedido a cambio de servicios políticos y complicidades en el manejo turbio de los recursos públicos asignados a la educación. Esto es, creo, cierto.
Sin embargo, luego de dos seminarios con expertos en la UNAM, advertí al escucharlos que, sin enunciar un proyecto educativo expreso, estos cambios impactan a la educación de un modo profundo: en otras palabras, esta reforma implica, porque subyace a sus acciones, una noción de lo que es la educación hoy, y lo que ha de ser a través del uso de todos estos dispositivos. Es una reforma soterrada a la educación. Agradezco la lección.
Notas fundamentales: En la escuela pública mexicana se aprende mal y poco, salvo algunos pocos, y se debe a que el magisterio no está preparado ni hace bien su trabajo. Reducido el problema a un solo actor, impresentable como (de)muestran los medios, la solución recae en él. Sigue otro supuesto: la solución es simple: evaluar para ingresar, permanecer o ganar más dinero al obtener la credencial idónea. De este modo, por examinar a cientos de miles cada año como condición de acceso y conservación del empleo, surgirá, con un poco de capacitación, la calidad.
Se establece un perfil del profesor “deseable”, preñado de rasgos de una concepción educativa específica. La SEP elabora exámenes o los subcontrata. El INEE revisa, aprueba y genera perfiles. Entonces la SEP propone, por ejemplo, como objetivo central de las Normales producir profesores que pasen las pruebas, lo que modifica el proyecto de formación inicial, así como los procesos formativos durante el servicio, y los de los licenciados que a partir del año 2016 competirán por plazas. Todo de prisa, centralizado o regionalizado ahora, pero fuera de la esfera local donde se lleva a cabo el proceso educativo. Las y los profesores son objetos a transformar, no actores de la solución, porque mire: no sirven, son malos salvo que demuestren, en los exámenes, lo contrario.
Hay resistencia a este modelo, callada o abierta. No obstante, irán a las evaluaciones sometidos por un modelo profesional ajeno. Hay que sobrevivir: “No conteste, maestra, lo que piensa, sino lo que piensa que quiere el INEE que conteste”.
En la zona de los grises hay miles que dicen: sí a una reforma, no ésta. Sí al cambio, no sin nosotros. Sí a la evaluación, pero así no. Sí a mejorar nuestro trabajo, con autocrítica, nuestra experiencia y rendición de cuentas. Sí a la revisión del proceso pedagógico, con todos sus elementos, para multiplicar los ambientes de aprendizaje, y no discursos y puras tabletas. No a la impunidad de cualquier signo y sitio. Sí a una escuela digna que se han robado. Sí a una educación en serio, no para pasar exámenes. Son cientos de miles los cercanos a estas ideas: esta manera de concebir una reforma educativa que entusiasme, y no la actual, de la que hay que defenderse, es la que necesitamos. Desde antes de antier.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
@ManuelGilAnton