Patricio Chaves Zaldumbide
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Director Fundador del Centro para la Gestión Social, Educativa y Cultural GESIP S.C.
La pandemia cambió el mundo. Todos aquellos referentes con los que actuábamos, pensábamos y, sobre todo, con los cuales vivíamos, no solamente fueron cuestionados, sino que, en la práctica, fueron modificados en un periodo de tiempo muy corto. Quedarnos en casa, aislarnos socialmente, dejar de mostrar afecto físico, dejar de ir a la escuela y al trabajo, cubrirnos para no infectarnos; en fin, una serie de medidas que trastocaron todas las acciones, costumbres, ritos y tareas que, conscientes o no, estábamos acostumbrados a realizar en nuestro día a día.
Todo el mundo coincide con que estamos frente a uno de los momentos históricos más álgidos de la humanidad en el que la incertidumbre, el miedo y el desconocimiento son experiencias genéricas que marcan a cada ser humano según su situación particular.
Escuchamos día a día el número de infectados, personas que fallecen y enfermos recuperados en nuestro país y el mundo. Tenemos información cada minuto y nos llega a través de todos los medios, pero nadie, absolutamente nadie, sabe qué sucederá después de que esta crisis sanitaria termine –si es que será, tal vez, el caso– y que debamos “volver a la normalidad”. Muchas posiciones e hipótesis han surgido: unas pesimistas y negativas que consideran que la explotación, el individualismo, la depredación al planeta y a la naturaleza, el “sálvese quien pueda”, el exacerbado e ilimitado consumismo continuarán e, incluso, se profundizarán en el marco de lo que podría denominarse un estado totalitario aliado a la tecnología (tecno-totalitarismo). Otras más optimistas que consideran que la crisis del coronavirus puede ser un punto de inflexión para que en todos los frentes (Estados nacionales, ciudades, comunidades e individuos) se promueva un mundo alternativo en el cual prime la solidaridad, la resiliencia, el apoyo y el cuidado colectivo, la conciencia ecológica, la justicia y la equidad.
Entre todo esto, el mundo de la educación, la escuela, los procesos pedagógicos y nosotros, los y las docentes, también nos hemos visto afectados en nuestra conciencia, nuestra práctica y, por lo tanto, en nuestra labor. De pronto, sin previo aviso, la epidemia nos deja sin el espacio del aula, nos quita nuestras herramientas de enseñanza, nos replantea los tiempos, los horarios y las prácticas a las cuales estábamos acostumbrados para enseñar; pero, sobre todo, nos aleja de nuestra contraparte más preciada, la que da sentido a la labor que realizamos: nuestros niños y niñas, adolescentes y jóvenes estudiantes.
Sin avisarnos, de una manera repentina, casi violenta, la epidemia y la crisis sanitaria nos pone frente a un computador y nos obliga –sin preparación previa para muchas y muchos de nosotros– a planificar, organizar y dar clases en una modalidad que muy pocos –o en muy limitada medida– conocíamos: la educación a distancia.
Han pasado varias semanas ya desde que se inició la cuarentena, a través de múltiples canales de comunicación, escuchamos múltiples voces que se quejan por la actual situación de la educación en el encierro. Estudiantes agobiados por las tareas y por la inutilidad de las sesiones asincrónicas, los docentes por la falta de acompañamiento para conectarse y “dar clase” en tiempo real a través de las plataformas, los padres y las madres cuestionando a las escuelas y a los docentes porque sus hijos no se ven igual de ocupados como cuando están en sus jornadas de clase, pero también porque no saben cómo apoyar a sus hijos.
Nadie, familias, docentes, directivos, ni estudiantes estuvo preparado para migrar a una educación a distancia. Por supuesto, ninguna escuela en México, América Latina o el mundo estaba preparada para enfrentar este repentino cambio en los tiempos, espacios y modalidades de la educación.
Semejante reto nos coloca a los docentes en la palestra de las familias, nos evidencia como “actores de primera fila” ante la sociedad y, con seguridad, el país nos responsabilizará de los logros o los fracasos que esta nueva experiencia pueda generar. Al igual que el personal médico y sanitario que lucha –sin las debidas armas– en el frente de batalla contra esta epidemia, también a nosotros los educadores nos ha tocado posicionarnos en primer plano en esta crisis, que ya no sólo es sanitaria, sino económica, social, educativa y cultural, y sin las suficientes y necesarias herramientas para dar respuesta a este insoslayable reto: seguir educando en tiempos de crisis.
En este sentido, como un homenaje a los docentes, me permito compartir algunas reflexiones de un educador en tiempos del coronavirus:
- Cuando, un día, salgamos del confinamiento de la cuarentena, el gran reto de nuestros estudiantes no será tener un título, hablar más de un idioma, aprobar los exámenes del siguiente año, ingresar a la universidad, conseguir un mejor trabajo o ser exitosos y conseguir dinero. El mundo se ha fracturado y debilitado por su obsesión con conseguir riqueza, consumir ilimitadamente y ser exitosos a cualquier precio. La gente está muriendo, los hospitales se están quedando sin ventiladores y los médicos están abrumados por la fatiga, la ansiedad y el miedo a las infecciones. Hoy, más que nunca, es necesario redefinir y repensar la finalidad de la educación.
- Como dice Berardi “Bifo” (2020) esta epidemia nos enseñó que hay cosas que no puede comprar el dinero. El dinero no puede comprar la vacuna que no tenemos, no puede comprar las mascarillas que no se han producido, ni los ventiladores de terapia intensiva que –por desidia, desconocimiento o políticas de ajuste– no compraron a tiempo los gobiernos. No, el dinero no puede comprar lo que no existe. Sólo la inteligencia colectiva, el conocimiento social y la solidaridad comunitaria pueden adquirir lo que no existe y constituirse en las mejores herramientas para solucionar esta epidemia y sus consecuencias. Luego de esta crisis ya no volveremos a la normalidad. Coincido con múltiples autores: lo normal nunca volverá, y añado: no quiero volver a una normalidad injusta y desigual. Lo que sucederá después no se conoce, y no se puede predecir, pero el coronavirus nos enseñó que el problema no es el dinero. El problema es: ¿cuáles son nuestras necesidades reales?, ¿qué es útil para la vida humana y para la colectividad?, ¿qué tipo de desarrollo queremos generar?, ¿cuál es la imagen societal que queremos construir?, ¿cómo podemos sobrevivir de manera colectiva frente a estos micro-enemigos a los cuales no podemos ver, ni tenemos herramientas para enfrentarlos?, ¿qué generó todo esto? Nosotros, los educadores debemos, necesariamente, dirigir la mirada y tratar de dar respuesta a estos interrogantes.
- Como docentes y maestros, es importante recordar que ser feliz debe ser la finalidad última de todo proceso educativo, y que la voluntad de sentido es la única determinación del ser humano y la causa de su auténtica felicidad.
Por ello, la labor central como docentes en tiempos de crisis, es facilitar caminos pedagógicos para que nuestros estudiantes construyan significado y sentido de sus vidas, para definir sus proyectos de vida de manera autónoma y con conciencia crítica acerca de lo que está sucediendo en el mundo actual. En este sentido, el aprendizaje de las habilidades socio-emocionales interpersonales, tales como la relación con uno mismo, el autoconocimiento, la capacidad de resiliencia y la autorregulación deben cobrar relevancia y centralidad en los procesos de educación actual.
- Esta contingencia nos ha dicho que el daño a un ser humano es el daño a todos. Que solos y de manera individual, los Estados, las sociedades, las comunidades y las personas no podremos salir de esta crisis. Las respuestas y posibles alternativas para trascender de este convulsionado momento pasan por el trabajo mancomunado, solidario, fraterno, incluyente y colectivo. Hoy más que nunca, nosotros, los docentes, debemos enseñar a construir seres solidarios. Por lo tanto, se vuelven especialmente relevantes la formación de habilidades socio-emocionales intra-personales y pro-sociales de nuestras niñas y niños, adolescentes y jóvenes: la comprensión y relación con el otro, la empatía, la comunicación asertiva, la relación y contribución colectiva, la conciencia social y la colaboración.
- En ningún otro momento, como en los momentos de crisis, se vuelven tan patentes, claras y lacerantes las desigualdades sociales. Si bien el virus no distingue edades, niveles socio-económicos, lugares de residencia o capacidad de consumo, las medidas para evitar el contagio de las familias se concretan dependiendo de sus niveles de ingreso. Por ello se pueden ver familias que hacen la cuarentena en sus casas de playa o en sus quintas de vacaciones y, en contraparte, las que, hacinadas en una sola habitación, les toca resguardarse compartiendo espacio –además de los numerosos miembros de la familia– con sus vecinos; y, esto sin considerar a aquellos que simplemente carecen de un techo donde vivir. Mucho se ha escrito acerca de las desigualdades educativas en los países de América Latina, pero en estos tiempos de contingencia, las posibilidades de aprender en casa que tienen los niños de una escuela pública, los que viven en zonas urbano-marginales, en barrios periféricos caracterizados por el hacinamiento o en zonas rurales sin conexión a internet, simplemente son abismalmente diferentes y desiguales que las que tienen otros niños que vive en zonas privilegiadas, con internet permanente y que asisten a escuelas privadas. Recordemos que solamente 6 de cada 10 familias mexicanas disponen de internet y sólo 4 de cada 10 tienen una computadora en casa (INEGI, 2019); y, por ello, nos corresponde como docentes tener claro que bien vale todo empeño por educar a distancia de la mejor manera posible, pero que sus resultados no dependen solamente de nuestro esfuerzo, pues factores gravitantes de la injusta estructura socio-económica anteceden a esta crisis y están fuera de nuestro ámbito de incidencia
- Las modalidades virtuales de aprendizaje a través de las TIC requieren –por supuesto– la formación didáctica del profesorado en ambientes virtuales, así como la provisión de recursos tecnológicos para nosotros y para nuestros estudiantes. Lastimosamente, estos requerimientos no se concretaron en tiempos previos al virus; pero, es lo que nos tocó vivir y, entonces, nos toca reinventarnos. Estamos obligados a hacer propuestas innovadoras, creativas y lúdicas a nuestros estudiantes encerrados en casa.
- Tal como señala Villalpando (2020): “la escuela física no se remplaza automáticamente con la escuela digital porque la didáctica no se reduce a la tecnología ni la pedagogía se encuentra en internet” (p.4). Por ello, debemos convencernos y convencer a las familias y a la sociedad de que la educación a distancia no es –ni puede ser– la misma educación presencial, pero a través de computadoras. La educación a distancia (e-learning) es mucho más que una conferencia virtual en ZOOM de 30 minutos. Como ya dijimos, requiere de nuevas herramientas, técnicas y actividades; pero creo que, sobre todo, requiere del compromiso real del docente por explorar y pensar nuevas alternativas para compartir, difundir y construir nueva información y conocimiento. Si coincidimos con Morin (2020) respecto a que el papel de la enseñanza es, sobre todo, la de problematizar, a través de un método basado en preguntas y respuestas capaz de estimular el espíritu crítico y autocrítico de los alumnos, por qué no pensar que ese método también puede ser desarrollado mediante la educación digital.
- De la misma manera, es importante convencer a los padres y a las madres de que esta nueva modalidad de educación requiere del involucramiento de las familias. Por supuesto, no debemos partir del supuesto de que los padres pueden asumir activamente el acompañamiento necesario para que los niños realicen las tareas, pero creo que está en nuestras manos aprovechar la riqueza que nos presenta este momento de encierro: el espacio de la casa y la disponibilidad de los padres. Se requiere de la participación real de los padres en las tareas, las actividades de aprendizaje, la lectura, los ejemplos demostrativos y el modelaje, que jueguen, que inventen con sus hijos. Todo esto debe ser propuesto por nosotros los docentes y facilitado en nuestras dinámicas de aprendizaje, por supuesto, considerando siempre las circunstancias, limitaciones y condiciones de las familias de nuestros estudiantes.
- Tal vez es un buen momento para iniciar un proceso de reconversión de la escuela, el trabajo docente y los procesos de aprendizaje centrados en la escuela como espacio físico hegemónico, en el docente como centro de los procesos pedagógicos y el aula como único espacio de generación del aprendizaje hacia otro en el que efectivamente se constituya una comunidad de aprendizaje, con otros fines, otros actores involucrados, nuevas y distintas formas de enseñar y aprender, con prácticas más flexibles, contenidos más problematizadores que permitan desarrollar pensamientos y aprendizajes integrales, y con medios mucho más diversos que la pizarra y el gis; abrir los muros de la escuela a espacios abiertos, construir puentes entre la escuela y el hogar, dejar los contenidos instruccionales por ambientes de desarrollo integral.
Finalmente, queridos colegas maestros y profesores, es importante recordar que crisis significa en latín cambio, decisión, ruptura y éste es, sin duda, un momento de decisiones, cambios y rupturas. Por ello, invitémonos a pensar –tal cual propone Maristella Svampa (2020)– que las crisis generan “liberación cognitiva”, es decir libertad de pensar, conocer y aprender que permite que las personas que sufren esa crisis modifiquen y transformen su conciencia. Permite que aquella idea de que ya todo está perdido, que nos llevan al fatalismo y a la inacción, se cambie por oportunidades para una acción transformadora en medio del desastre.
Lo peor que nos podría ocurrir como ciudadanos, padres, madres y docentes no es quedarnos en casa, es permanecer encerrados en ella convencidos de que la suerte está echada y no hay nada que hacer. Por ello, les invito a pensar que hoy, como nunca antes, los educadores tenemos la posibilidad de transitar este doloroso momento histórico y volverlo una oportunidad para construir otro horizonte posible, una humanidad alternativa. Y, todo esto, además, con la más relevante y hermosa herramienta que el ser humano ha construido a través de la historia: la educación.
Referencias:
Berardi, B. (2020). Más allá del Colapso: Tres meditaciones sobre las condiciones resultantes posibles. Recuperado en: http://lobosuelto.com/mas-alla-del-colapso-franco-bifo-berardi/.
Fernández, M. (2018). Más escuela y menos aula. Madrid: Morata.
INEGI (2019). Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares.
Morin, E. (2020). Edgar Morin: “Vivimos en un mercado planetario que no ha sabido suscitar fraternidad entre los pueblos”. Recuperado en: https://elpais.com/cultura/2020-04-11/edgar-morin-vivimos-en-un-mercado-planetario-que-no-ha-sabido-suscitar-fraternidad-entre-los-pueblos.html
Svampa, M. (2020). Reflexiones para un mundo post-coronavirus. Recuperado en: https://nuso.org/articulo/reflexiones-para-un-mundo-post-coronavirus/
Villalpando, I. (2020). La escuela mexicana ante la pandemia: diagnóstico y escenarios posibles. Faro Educativo, Apunte de política Nº9. Ciudad de México: INIDE-UIA.