En las reuniones que tienen como fin alcanzar acuerdos de colaboración, los actores hablan de cosas buenas, buscan alianzas que favorezcan sus planes y firman convenios. Muchos se quedan en tentativas. Para fortuna de unas universidades mexicanas, las cumbres de rectores de Japón y de México no caen en esa categoría.
En tres encuentros —2011, Tokio; 2014, Guanajuato y Aguascalientes, y 2017, Hiroshima—, los rectores firmaron acuerdos para intercambiar estudiantes, atraer a profesores de un país a otro, promover el estudio de México en Japón y de Japón en México, embarcarse en proyectos de investigación y desarrollo conjuntos y fomentar la movilidad de estudiantes.
No se han logrado todos los fines, pero tampoco se han quedado en declaraciones. En términos generales, las relaciones académicas entre los dos países son débiles; no guardan correspondencia con la pujanza de los intercambios económicos y comerciales.
A fe mía que los rectores japoneses quieren más, tienen una visión estratégica, saben de la importancia de México para las empresas japonesas, les interesa que la economía mexicana crezca y favorezca los intercambios comerciales. Ven su papel como constructores de puentes que pueden unir a los dos países. El vicepresidente de una universidad lo planteó de una manera gráfica: “Entre Japón y México hay un océano, pero no hay muros”.
No digo que los rectores de las universidades mexicanas carezcan de interés para fortalecer la cooperación con Japón (y con otras naciones), lo tienen, pero me parece que es circunstancial; no todos, cierto, pero sí la mayoría.
El sábado, después de la cumbre, charlé con mi amigo Norifumi Miyokawa, el jefe de Asuntos Internacionales de la Universidad de Hiroshima. Me relató las dificultades que encuentra para sembrar interés en la “internacionalización” de su universidad. Aunque cada vez hay más profesores interesados en los intercambios con otros países, observa que el avance es lento. Sin embargo, su oficina disemina información de las oportunidades existentes.
Me temo que en México la mayoría de los profesores si acaso tendrá alguna noticia en el boletín oficial de su universidad. Más para resaltar la presencia del rector que para enterarse de las posibilidades de desarrollo. Las universidades mexicanas que tienen éxito en sus proyectos de internacionalización se debe, en primer lugar, al trabajo de profesores que establecieron redes de colaboración y, en segundo término, al hacer de las autoridades. Incluso, sé de casos en los que, en lugar de facilitar la labor de sus profesores, las autoridades les imponen trabas.
No obstante, veo con optimismo cauto el futuro de la colaboración entre México y Japón. Pero hay que enfrentar el reto financiero que eso representa. En Japón, pocos critican a la “triple hélice”, es decir, la colaboración entre universidades, gobiernos y empresas. Una porción de los recursos para el intercambio llega del sector privado. En las universidades públicas de México, hablar de cooperación con el empresariado es pecado capital.
Permítaseme adelantar una proposición, conozco un poco el panorama. Las becas que ofrece el gobierno japonés para estudios de posgrado son las más generosas y las que representan mayores ventajas para el futuro. Incluyen colegiatura, trasporte, manutención, seguro médico y apoyo por diez o 12 meses para estudiar japonés. Pero, cuando mucho, son 20 por año.
En la cumbre propuse a los rectores mexicanos que negociaran con sus pares de Japón para solicitar al MEXT (el Ministerio de Educación) duplicar el número de becas. El rector de una universidad nipona me dijo que ésa no era su tarea, sino de la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana. Que esas becas son fruto de convenios bilaterales.
Entonces, es faena de los rectores mexicanos. Valdría la pena convocar a los secretarios de Educación Pública y de Relaciones Exteriores a que hagan las diligencias necesarias. Una oportunidad para Aurelio Nuño y Luis Videgaray de lucirse y, al mismo tiempo, hacer algo provechoso por la educación superior mexicana.
RETAZOS
En respuesta a un corresponsal: estuve presente en la cumbre de rectores como observador. Gracias a mi colega, Riho Sakurai, el Programa Taoyaka de la Universidad de Hiroshima me invitó a ofrecer una conferencia; el programa financió mi estadía. Pagué el trasporte con fondos propios.
Escribí este artículo en mi viaje de Hiroshima a Tokio en el Shinkansen, el tren bala de Japón.