La Universidad de Hiroshima fue sede de la III Cumbre de Rectores de Universidades Mexicanas y Japonesas. Representantes de 26 instituciones de educación superior de México y 25 de Japón se reunieron para intercambiar experiencias, fortalecer y ampliar lazos de cooperación y amistad entre los dos países.
El tema de la Cumbre fue “Colaboración para la Innovación: Academia, Industria y Gobierno Trabajando Juntos”, la “triple hélice”. Esta alianza, que pudiera prestarse a muchos debates en México, es una práctica común en Japón. La conferencia tocó otros asuntos: la cuestión de los terremotos en México y en Japón formó parte de las conversaciones. Los rectores japonenses al tiempo que buscaban activar programas de investigación en sismología, daban muestras de solidaridad con México.
El día previo a la inauguración, los anfitriones invitaron a los mexicanos a visitar el Parque y Museo Conmemorativos de la Paz Mundial, el campus principal de la Universidad de Hiroshima y el Museo Mazda. El presidente de la universidad anfitriona entregó a los embajadores mexicanos un donativo para la Cruz Roja Mexicana; fue una aportación de estudiantes, profesores y trabajadores de esa universidad para apoyar las labores de reconstrucción tras los sismos de septiembre.
El simbolismo se acentuó cuando el rector Ochi mencionó que Hiroshima, la ciudad que renació como el ave fénix tras la destrucción que causó la bomba atómica, comprendía el dolor de México por la devastación de los sismos. La lluvia era pertinaz, aunque no torrencial, por eso el acto de entrega del donativo resultó dramático. Confieso que me tocó el espíritu.
Esta clase de encuentros tienen varias facetas, destaco dos que bordean guiones en contraste. Primero, en ambos países la “internacionalización” de la educación es débil y de data reciente. No se compara con la pujanza del proyecto Boloña de Europa o la larga tradición (incluso imperialista) de Estados Unidos; pero los rectores de las instituciones de educación superior de Japón y México se empeñan en hacer más. Segundo, la colaboración de las universidades japonesas con el gobierno y más con la industria y los negocios —la triple hélice— viene de tiempo atrás; en México es incipiente y, en muchas universidades, es todavía un tabú incluso mencionarlo.
Por las participaciones de los rectores de los dos países me di cuenta de que la relación entre las universidades es más amplia de lo que pensaba, pero todavía es circunstancial, no orgánica. La Universidad de Guanajuato y el Tecnológico de Monterrey lideran por parte de México y las Universidades de Tokio e Hiroshima por la parte japonesa.
Al igual que algunos de los rectores con quienes charlé, me impresionó la cantidad de intercambios que hay entre instituciones mexicanas y japonesas: estudiantes de posgrado, movilidad de estudiantes por periodos breves, intercambio de profesores y proyectos de investigación y desarrollo conjuntos. En Japón, el sector empresarial representa un papel importante y no sólo de financiamiento, también de colaboración e intercambio de tecnología. Asunto que en México no prospera, entre otras cosas, por la desconfianza mutua entre empresas y universidades, aunque también pudiera ser por mezquindad.
En mi artículo del miércoles ofreceré más información y análisis. Hoy remato con una nota personal.
Al caminar bajo la lluvia en el parque conmemorativo de la paz mundial, ver de cerca la cúpula que resistió el embate de la bomba atómica y advertir la sonrisa de niñas y niños que visitan Hiroshima y que escuchan y cantan mensajes de paz, alivian la congoja que me dejó observar la hecatombe que muestra el museo. Eso me dice que Freire tenía razón, los educadores nunca debemos perder la esperanza. ¡La humanidad tiene futuro!