El lunes 27 y el martes 28 de octubre se llevó a cabo la Segunda Cumbre de Rectores México-Japón, en Guanajuato y Aguascalientes. No hubo grandes novedades ni se sembraron expectativas exageradas; los participantes dieron pasos hacia un entendimiento mayor y a más intercambio entre instituciones de los dos países.
Los diálogos fueron ricos en cuanto a los procesos de innovación científica y tecnológica; las relaciones entre las universidades y las empresas; la cooperación en la educación superior; así como en el fomento a las relaciones culturales entre ambos países. Los participantes tenían conciencia de que en dos días no se puede profundizar en los temas, se trataba de abrir más las puertas a la colaboración. Corresponderá a cada universidad y a sus académicos ahondar en los diversos campos y en la movilidad de estudiantes y profesores.
Las diferencias entre las universidades japonesas y las mexicanas son abismales al menos en la organización interna, las formas de gobierno y la ética académica. En la mayoría de las universidades japonesas las reglas se respetan, son instituciones con normas estables que —y pudiera parecer paradójico— les permite innovar de manera constante. Todo mundo sabe cuál es su papel y trata de cumplirlo. Aunque las universidades japonesas no tienen en su apellido la palabra autónoma, parece que son más independientes que las mexicanas. Las formas de autogobierno son sólidas, la libertad académica es una realidad y tienen programas de plazo largo que no se restringen a sexenios.
Con el fin de enterarme y tratar de entender la lógica —y también los resultados posibles— de esta cumbre, solicité acreditación como observador. No fue difícil, la SEP me otorgó facilidades. Allí experimenté de manera directa las distintas visiones y el comportamiento de japoneses y mexicanos que quizá se derivan de atributos culturales. La disparidad más importante, pienso, es en la manera de abordar la relación con las empresas.
Los ponentes mexicanos expusieron las discrepancias que hay entre los académicos y los empresarios. Tanto en los lenguajes y los tiempos, como en los resultados esperados. En realidad son mundos separados por barreras culturales insondables. Los académicos se interesan por el saber, los empresarios por la utilidad. No hay parlamentos profundos entre uno y otro sector.
En cambio, en Japón se da un diálogo fluido y una colaboración extensa entre ambos segmentos. El mejor ejemplo que se presentó en esa cumbre fue el de las relaciones intensas entre Mazda y la Universidad de Hiroshima, una de las mejores de Japón. Y lo hacen sin trastornos, sin presumir que una parte quiere tomar ventaja de la otra. La Universidad no se disciplina a las demandas de la empresa, pero sí se beneficia del ambiente de innovación y la afluencia de fondos para la investigación; Mazda aprovecha el conocimiento que se crea en la Universidad. Y nadie arguye violaciones a la autonomía universitaria ¡Es un vínculo capitalista!, me dirán. Y sí lo es. Las universidades japonesas saben que se encuentran inmersas en relaciones capitalistas de producción y tratan de sacar ventaja de ellas. En contraste —y voy a decir algo fuera de la corrección política— aquí somos capitalistas con complejo de culpa.
Observé a líderes de universidades mexicanas que quieren cambiar, que están dispuestos a aventurarse a fortalecer la cooperación con Japón y otros países; que tratan de innovar y crear nuevos entornos académicos. El ambiente de la reunión se respiraba optimista. No quise poner la nota taciturna. Aquí los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional están en huelga porque sus dirigentes quisieron cambiar un plan de estudios.
El prieto en el arroz de esta cumbre: por las conversaciones con mis amigos japoneses, me di cuenta de su malestar por la impuntualidad para empezar y porque los tiempos se extendían. Los discursos del gobernador de Aguascalientes y del rector de la Universidad anfitriona parecían interminables y aburridos, aun para oídos mexicanos.
Retazos
Otra buena nueva, aunque afecta a pocas personas. La SEP dio marcha atrás en su pretensión de centralizar el pago de las regalías a los autores nacionales del Fondo de Cultura Económica. Es una rectificación sensata; corrige un exceso.
*Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana