Para Ester con solidaridad y cariño, por estos seis años
Hace unas semanas leí “México 2010. Diario de una madre mutilada” (2011), de Ester Hernández Palacios. Desde entonces quiero escribir esta nota, pero no me han dejado la desazón, la pena, las lágrimas. Me siento impotente mientras trato de pensar en cómo me educa una víctima como Ester y su texto, en la lucha contra la violencia en Veracruz.
Ester teje con maestría, a través de un permanente contrapunto entre alegría y dolor, luz y oscuridad de la mano, momentos cristalinos e instantes de locura, entre el sueño y la pesadilla, entre el amor y el horror, entre la vida y la muerte, para marcar un antes y un después del 8 de junio de 2010, cuando su hija Irene, de 26 años, y su yerno Fuoad, fueron asesinados con crueldad.
Ester, desde entonces, escribe su nombre sin “H”. Ya no hay “Esther”, ahora es “Ester”, la madre mutilada para siempre. No es para menos.
Me refiero a un texto de “no ficción” sobre la experiencia de Ester en el infierno. El personaje es ella y su caso es tan real como un número en la frialdad de la estadística. Ocurre en su pellejo y en un texto literario producido por ella misma.
Perdida ella se pregunta: “¿Qué fuerza demoníaca, permite que sucedan estas cosas?” Sólo atina a decir: “Sé que estoy viva porque me escucho respirar, pero miro las cosas como si viviera desde fuera de mi cuerpo?” El libro está regado de perlas de dolor, que la literatura intensifica: “Estoy hecha una piltrafa que no ata ni desata. Me muevo como zombi por mi casa.”(…) Un miembro amputado duele. Es una verdad reconocida por la ciencia médica.” (…) “Mi rebeldía está rota, no sé si recuperaré mi voluntad. No tengo esperanza ni coraje.” (…) “Cuando abro los ojos tengo la certeza de que mi cuerpo y mi mente están hechos pedazos desperdigados en mi lecho” (…) “Como una mariposa clavada a su alfiler, me incorporo al día”
Ester complementa su mirada hacia adentro, ubicándonos en una guerra. Para darnos el mundo externo a su dolor utiliza otros textos, como “Xalapa: la máscara de la muerte roja”, de Javier Hernández Alpízar, quien acusa que esta ciudad, la ciudad de Ester, “era aún una especie de jardín en medio del desierto. Pero el miedo era síntoma de lo que se negaba (…) Nadie contó con una voz que protestara (…) Ojalá que no regrese el silencio, que no se repita la situación de negación de esos dos asesinatos. Tal vez si desde antes se hubieran levantado las voces, ahora podríamos hablar de otras cosas, de arte, literatura o hasta de futbol, sin estar evadiéndonos de la realidad”
Armando Ortíz, en “Casa (Xalapa) tomada”, señala: “Sabíamos que no era verdad lo que decía y aún así les aplaudimos (…) Las señales ahí estaban, no las quisimos mirar (…) Poco a poco nuestra casa fue tomada, como en el cuento de Cortázar (…) A las autoridades les pido que hagan algo o de plano, se los suplico, dejen de hacer lo que están haciendo.”
Ester subraya que no todo está en los pliegues del dolor y de su mente. Que parece que no entendemos; que continuamos paralizados por el miedo. Que ahí está la realidad rotunda.
En efecto, con información sólo para los primeros cuatro años del sexenio, tenemos que de 2010 a 2014 ocurrieron 3,618 homicidios (incluyendo a la hija y al yerno de Ester), mientras que entre 2004 y 2010 fueron 2,589. El promedio anual de homicidios en el sexenio 2004-2010 fue de 431.5, en tanto que entre 2010-2014 alcanzó los 904.5, es decir, más del doble, sin contar 2015 y 2016 aún no disponibles. En cuanto los homicidios de niñas, niños y adolescentes tenemos que en el sexenio 2004-2010 el promedio fue de 28.3 por año, en tanto que entre 2011-2014 alcanzó 48.5. No hay duda que vivimos una situación de horror que ha venido creciendo y que soportamos como si nada pasara.
Me quedo con que el monstruoso elefante sigue en la sala. Luis Hernández Palacios, hermano de Ester, dice en el libro que “El temor es compañero permanente de la vida diaria.” Pero también hace un llamado: “Ante estas situaciones límite, bien vale la pena abordar una iniciativa colectiva, de reflexión y acción, para proponer la recuperación del Estado de Derecho.” ¿Reflexión y acción?
Reflexión. Ester nos deja un texto que nos ayuda a preguntarnos: ¿cómo te sentirías tú si te hicieran eso? Claro que lloré mientras leía. La empatía, como diría Martha Nussbaum, es un tipo de intimidad mental con el otro. La integridad y valor de Ester también nos dice con su libro, siguiendo a Lynn Hunt, que “al final la mejor defensa de los derechos son los sentimientos, las convicciones y las acciones (…) uno conoce el significado de los derechos humanos porque se siente afligido cuando son violados.” (2009, p. 220).
Ester como escritora de su propia tragedia, observándose a sí misma, logra hacernos parte de su destino, compartiéndonos su experiencia. Aquí es donde la imaginación literaria, como dice Martha Nussbaum, es “un ingrediente esencial de una postura ética que nos insta a interesarnos en el bienestar de las personas cuyas vidas están tan distantes de la nuestra (…) una ética de respeto imparcial por la dignidad humana no logrará comprometer a seres humanos reales a menos que éstos sean capaces de participar imaginativamente en la vida de otros, y de tener emociones relacionadas con esa participación.” (1997, p. 18).
Me quedo con un buen texto. Tal vez si nos acercáramos más a las víctimas, a través de libros como este, las comprenderíamos mejor y aceptaríamos que callados e inactivos sólo se eterniza una situación de violencia inaceptable. Pero en México no se lee y la ignorancia campea.
Acción. ¿Cómo la vida le gana a la muerte? Dice Ester: “Una parte de mí se ha ido para siempre. Pero aún sigo viva. No puedo renunciar: tengo otras hijas” Al final el valor, el impulso de la vida, el amor, los vínculos, salen adelante. “No te preocupes –le dijo su nieto—mi hermana y yo te vamos a volver a coser.”
El libro termina el 7 de julio así, en complicidad con su nieto: “Cierro los ojos: me duelen, como si fueran de cristal astillado. Probablemente sea por tantas lágrimas. Tomo en las mías las manos de mi nieto. Tienen el tamaño necesario para enhebrar un hilo, la tranquilidad para zurcir y la fuerza para amarrar el nudo.” ¿Hay esperanza?
Me quedo con la increíble la fuerza de Ester. Siempre parece que se va a caer: “Me niego a ser comparsa. No creo en la justicia de mi estado, no creo en la justicia de mi país. (…) En lo único que creo es en el poder sanador de las lágrimas.” Pero no se rompe del todo. La fuerza increíble de las víctimas es que se derrumban pero siempre tienen un nieto que las cose; aunque se descosan, las vuelven a coser.
Ester es de las víctimas que mientras viven su dolor, además, se tienen que hace cargo de la vida de otros. Tiene una hija con discapacidad y se da tiempo de impulsar El Taller, “un proyecto en educación artística dirigido principal, aunque no exclusivamente, a niños, niñas y jóvenes con alguna discapacidad intelectual”.
¡Qué bárbara! El Taller y su hija Beatriz son absolutamente reales, no son literatura. ¿De dónde saca su fuerza Ester? Pienso que de su rebeldía frente al silencio, que se traduce en cuidar de su familia, impulsar El Taller, no cejar en su militancia combativa por verdad y justicia para las víctimas o en contribuir con la Red por los Derechos de la Infancia y la Adolescencia en Veracruz (REDIV).
Me quedo con su gesto ético y con la idea de que no tiene caso esconder la cabeza como avestruz. Ester es tan valiente que hace todo con su nombre sin “H”, sonríe y es buena amiga. Me consta. Es tan profunda que supo ver en su dolor un libro terrible y lleno de amor. Es tan vulnerable que no se rinde, ni en estos días seguramente terribles para ella.
Muchas gracias, Ester, por tu rebeldía y por volverme a coser con este libro magnífico.
Twitter: @LuisBarquera
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