Al momento de estar escribiendo este artículo, llegó la noticia de que Juan Carlos I de Borbón (n.1938), rey de España, había abdicado al trono bajo el argumento de que, en la “forja” del futuro de este país, “una nueva generación reclama con justa causa el papel protagonista”. En este mismo sentido, expresó que es necesario que una “generación más joven” pase a la primera línea del poder, una generación, dijo, “con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana”.
En su decisión de heredarle el puesto a Felipe, su hijo, quizás el rey no calculó que “miles” de españoles fueran más allá del relevo generacional y pidieran “la abolición de la Monarquía y la instauración de la Tercera República por medio de un referéndum” (El País, 02/06/2014, nota de Àngels Piñol y Jesús S. González). La sensatez del rey generó un interesante reclamo entre algunos sectores de la izquierda española, que no se sabe adónde va a terminar.
Ante este escenario, vale la pena preguntar, ¿cómo ha ocurrido en México la sustitución de políticos, académicos, investigadores e intelectuales de avanzada edad por personas más jóvenes?, ¿Ha sido una cuestión meramente inercial o es producto de una acción razonada o deliberada?, ¿Ha sido satisfactorio el reemplazo de las élites en México?, ¿Qué papel han desempeñado las universidades en este proceso?
En primer lugar, habría que decir que según datos del Consejo Nacional de Población (CONAPO), en 2010, nuestro país contaba con 73.3 millones de personas en edad de trabajar. A esto se le llamó el “bono demográfico”, el cual se estima que seguirá creciendo en los años venideros. Para el 2020, las personas que estarán dentro de esta situación serán 82.6 millones. Entonces, no hay duda alguna de que habrá suficientes individuos para sustituir a los trabajadores de mayor edad. La pregunta es si, por un lado, los más jóvenes cuentan con las oportunidades de formarse con ética y altos estándares académicos e intelectuales y por otro, si habrá conciencia de los “mentores-imán” (Ai Camp) y gatekeepers de conducir procesos de relevo generacional.
Sobre este último punto, llamó la atención que al contrario de la izquierda española que aprovechó la abdicación del rey para ir a fondo en términos democráticos, algunos “líderes” de la izquierda mexicana propusieron, con su venia, al octogenario Cuauhtémoc Cárdenas como líder “único” para ocupar la dirigencia del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Que la izquierda mexicana haya tenido dos candidatos presidenciales en 24 años refleja, entre otras cosas, el poco interés de ese lado del espectro político para conducir un relevo generacional. ¿No representa esta forma de actuar cierto conservadurismo?
Pareciera que en la izquierda partidista de México, los altos niveles de poder y decisión están taponeados. ¿Ocurrirá así con el resto de nuestras organizaciones académicas y políticas? No. Hay dos instituciones que son clave para el desarrollo democrático de nuestro país que están en manos de una nueva generación de profesionales. Me refiero, específicamente, al recién creado Instituto Nacional Electoral (INE) y al Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI), que están comandados por dos jóvenes y talentosos abogados: Lorenzo Córdova Vianello (n.1972) y Ximena Puente de la Mora, respectivamente. Pero, ¿por qué es importante el relevo generacional? Es claro que no se trata sólo de sustituir personas. El relevo generacional es importante en la medida en que se renuevan creencias, percepciones, discursos, conductas y visiones, las cuales abonan el terreno para desarrollar nuevas políticas y programas. Por ejemplo, en el caso de la despenalización del aborto, matrimonios de personas del mismo sexo y la legalización de la marihuana en el Distrito Federal, los debates han sido conducidos principalmente por legisladores jóvenes. Es difícil que este tipo de asuntos puedan ser tratados por políticos o burócratas tradicionales.
¿Y en el sector de la investigación nos hemos preocupado por el recambio generacional? El promedio de edad de los investigadores educativos hace diez años era de más de 50 años. ¿Funcionarán a largo plazo los esquemas como el de Cátedras Conacyt para Jóvenes Investigadores? Este esquema levantó fuertes críticas y propició diversas comentarios en la opinión pública. Estaban desde quienes cuestionaban dicho programa por la forma en que se contrataría a los investigadores (¿outsourcing?, preguntó Manuel Gil) hasta aquellos que llamaban la atención sobre los problemas estructurales del sector científico, pero que le daban el beneficio de la duda al programa porque abrirían “nuevos espacios a los jóvenes científicos” (Javier Flores).
Es curioso que en algunas universidades los modelos para renovar la planta docente hayan sido acusados de “discriminatorios” e “inequitativos” porque fijan un límite de edad bajo para obtener la plaza. ¿Quién teme entonces al relevo generacional?
Postdata: Agradezco a Juan Carlos Corral, joven estudiante de la UAQ, su valioso apoyo para escribir este texto.
El autor es profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS).
Publicado en Campus milenio