Aunque aún falta más de un año, ya estamos en plena carrera para la sucesión presidencial de 2018. Resulta que ahora es más noticia lo que diga o haga algún aspirante a “la grande” que las acciones (e inacciones) del gobierno. En este ambiente podemos ubicar la entrevista que le hizo Carlos Benavides (El Universal; 24/03/17) al titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Aurelio Nuño.
La entrevista toca distintos puntos de interés para el debate educativo. Por ejemplo, llama la atención la insistencia del reportero en querer ligar, de modo automático, la reforma educativa con un mejoramiento en “las calificaciones” de la prueba PISA (Programa Internacional para la Evaluación de los Alumnos). En este sentido, el titular de la SEP fue cauto y expresó que “eso va a tardar”. Para que veamos una mejoría “sustantiva” en los puntajes de los jóvenes de 15 años o más, va a pasar por lo menos una década, según Nuño. “Vamos a tener que ser pacientes como país”, remató.
Aunque fijar plazos de esta manera es impopular y arriesgado, juzgo como positivo que el secretario haya expresado cautela. Quizás Nuño ya empezó a entender más a fondo la problemática educativa del país. Incluso, hubiera acertado nuevamente si durante la entrevista va a fondo y nos explica porqué no debemos fijar nuestra mirada solamente en “subir” en PISA, como lo dejó entrever. Para Nuño, las pruebas de PISA deben reflejar las mejoras educativas, por lo tanto, no pueden convertirse en un fin en sí mismo. Sugerir esto es muy valioso. Un grave error de algunos funcionarios y de grupos de la sociedad mexicana ha sido confundir los medios (evaluaciones) con los fines (ampliación de conocimientos y capacidades). Entonces, si el titular de la SEP sugiere que PISA es tan sólo un referente de calidad que se debe mover a raíz de impulsar acciones públicas deliberadas y continuas, está en lo cierto. Mal haríamos en asumir que PISA representa el horizonte normativo o filosófico del país.
Pero el buen juicio del secretario Nuño empezó a menguar cuando se tocaron temas político-electorales. Ante la pregunta del reportero sobre si la elección de 2018 pone en riesgo la “continuidad del modelo”, el titular de la SEP expresó que si algún candidato a la presidencia no comparte la visión de la reforma educativa y llega a ganar, puede haber una “regresión terrible”. Lógicamente, se estaba refiriendo a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el puntero en las preferencias electorales al día de hoy.
Según Nuño, si AMLO triunfa en las elecciones del próximo año podríamos regresar a un sistema “plenamente corporativo y clientelar”, tendríamos venta y herencia de plazas, no habría evaluaciones ni la “construcción de la carrera del maestro a través del mérito”. Tampoco avanzaría el “nuevo enfoque pedagógico” ni habría autonomía escolar, sino que regresaríamos a la organización vertical. Una tragedia pues, en la visión de Nuño.
No es extraño que los políticos busquen infligir miedo en la gente para asir y conservar el poder. Esto está tratando de hacer el titular de la SEP. Sin embargo, habría que reflexionar sobre al menos tres puntos ante la visión catastrófica de Nuño.
Primero, la reforma educativa es constitucional, por lo tanto, para poder abrogarla se necesitaría de la misma “aplanadora” priista que se uso para aprobarla en la mayoría de los congresos de los estados. En caso de ganar AMLO, ¿quién asegura que tendrá las condiciones para realizar una tarea de tal envergadura? Además, al contrario de sus simpatizantes como Manuel Bartlett, AMLO ha ido moderando su discurso. Primero habló de “abolir” todas las reformas estructurales, luego rechazó derogar la educativa y ahora, en respuesta a Nuño, dijo que se iba a “revisar”, pues ni que fuera una “cosa muy buena” (nota de Misael Zavala, El Universal, 24/03/17).
Segundo, los errores de la administración de Peña Nieto en materia educativa van a ser aprovechados por sus adversarios políticos y esto es perfectamente normal y útil en una democracia. Si el presidente y el titular de la SEP eligieron hacer a un lado el debate parlamentario, las críticas sobre la estrecha noción que tenían del docente, la importancia de escuchar su voz y la necesidad de modificar a tiempo los ordenamientos legales, ahora ya es muy tarde para pedir el beneficio de la duda. En 2018, los ciudadanos vamos a calificar los aciertos y errores del actual gobierno y para eso sirve tener opciones político-electorales distintas. No hay, por lo tanto, porque anunciar una inminente catástrofe educativa o pedir “blindajes”.
Tercero y último punto, pero para prevenir retrocesos es muy importante que periodistas, maestros, intelectuales, los críticos acérrimos de la reforma educativa e investigadores empecemos a interpelar públicamente a todos los aspirantes y a AMLO. ¿Qué modificaría de la reforma educativa? ¿Creen Morena y su líder en el mérito como una vía de desarrollo individual y bienestar social? ¿Qué opina sobre la necesidad de priorizar el derecho de la niñez a recibir educación de calidad sobre los derechos laborales de los maestros? ¿Cuál sería el posicionamiento de AMLO sobre la función política que desempeñan el SNTE y la CNTE? Dada su formación priista y convicción nacionalista-revolucionaria, ¿querría AMLO luchar para que los maestros remuevan, por ellos mismos, la tutela burocrática que le imponen la SEP y el sindicato? Hay que preguntarle a López Obrador si en virtud de la manera en que reaccionan algunos de sus simpatizantes y seguidores, ¿pueden promover una educación para la tolerancia, el disenso y el razonamiento público? ¿Mostraría el nuevo gobierno respeto y apoyo irrestricto a la labor autónoma del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación?
La posibilidad de que vuelva a haber alternancia en el Gobierno Federal abre oportunidades para el desarrollo de las políticas educativas. Pero este desarrollo no será producto de la palabra o voluntad de un hombre o una mujer, se va a requerir la intervención de todos los ciudadanos. Alarmarse ante una nueva elección y posible alternancia, no es sensato si las personas eligen razonadamente su opción política, si nuestras instituciones electorales son imparciales y sobre todo, si los ciudadanos ejerzamos una crítica independiente y fundamentada sobre las propuestas educativas de todos los candidatos. La democracia no se construye promoviendo el miedo desde el gobierno ni mucho menos anunciando catástrofes o redenciones.