Juana María Méndez*
¿Qué sucede cuando se abren las puertas del aula y la escuela…? Más allá del currículum oficial de la Secretaría de Educación Pública (SEP) que rige actualmente la educación en México, centrado en el logro de estándares curriculares y aprendizajes esperados, que responden a exigencias internacionales, ocurre que en algunas escuelas los colectivos docentes generamos prácticas innovadoras donde lo relevante es crear vínculos con la comunidad como posibilidad de transformación de nuestras realidades, rebasando lo que establecen los documentos.
Es así que, en una escuela al norte de la capital potosina, en un barrio a orillas de la ciudad, las maestras y maestros construimos una estrategia didáctica denominada “Muestra gastronómica, nos alimentamos sanamente y regresamos a nuestros orígenes” con el objetivo de reunirnos como comunidad educativa para realizar actividades con la participación de alumnos, madres y padres de familia y docentes, donde reflexionamos sobre la importancia de desarrollar una alimentación sana y reconocer el valor cultural y nutritivo de los alimentos preparados por los pueblos originarios y su relación con la vida cotidiana. En una reunión de Consejo Técnico Escolar (CTE) el colectivo docente salimos de la rigidez de las guías con formatos establecidos previamente. Dialogamos para acordar el tipo de actividades que realizaríamos en la muestra gastronómica, con apertura, cada actividad propuesta fue diferente, porque cada una y uno somos de distintas latitudes, tenemos historia y formación académica particular, construida en nuestro caminar por la vida y la docencia.
Por eso suena absurdo que se establezcan perfiles, parámetros e indicadores para los docentes y que se “evalúe” con examen de opción múltiple, llenado de formatos y presentación expedientes, planificaciones, “evidencias”, informes, que pueden o no corresponder a la realidad en el aula. ¿Cómo es posible que el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) determine si el desempeño del maestro es destacado, bueno, regular o insuficiente, sin pisar el aula ni observar el día a día del trabajo docente? Si la finalidad del Servicio Profesional Docente es el mejoramiento de la práctica educativa es imposible lograrlo cuando la presentación de documentos para la evaluación no genera reflexión de la propia práctica desde la teoría. En todo caso cada colectivo en la escuela tendríamos que construir nuestras propias formas de reflexión de la práctica para mejorarla. No con estándares que pongan en riesgo nuestro trabajo y nos generen incertidumbre y hasta psicosis. Nuestro país pluricultural tiene variadas formas de ver el mundo, de ver la educación, de enseñar y de aprender. Tal parece que se disfraza la homogeneización del trabajo docente con el establecimiento de múltiples perfiles y la supuesta consideración del contexto.
Es así que diseñamos actividades, elaboración de platillos compartidos de generación en generación con la narración de historias familiares en torno a ello y la preparación de bebidas y comidas de pueblos originarios por niñas y niños de sexto grado, entre otras. Donde los docentes colaboramos, cada uno desde su ser, su personalidad y su experiencia, en la heterogeneidad brindamos lo que nuestras posibilidades permitieron, de corazón, más allá de un plan de estudios rígido que finge ser flexible, de un programa con estándares, de una evaluación que castiga y de una supervisión que vigila y condena por lo que mira de forma externa porque desconoce la
realidad de la comunidad, no sabe de caminar por calles carentes de pavimento y menos de sonreír de frente al compañero docente con el firme propósito de construir nuevas realidades porque lo condena como único responsable del desastre nacional.
El día del evento, coincidimos en la escuela, con las puertas abiertas para que madres, abuelas, padres, hermanos y hasta el perro callejero que nunca falta en las ceremonias escolares nos reuniéramos para aprender, unos de otros, aportando lo que podemos, bien señala Freire “Nadie ignora todo, nadie sabe todo”. Se conjuntaron exposiciones de niñas y niños de primero a sexto grado, madres, padres, profesionales en el tema y docentes, variadas voces con aportaciones que en conjunto construimos un espacio de trabajo, cooperación, tolerancia, diálogo, escucha atenta y empatía. Compartimos recetas de cocina saludables, ya sea porque los alimentos con los que se elaboraron aportan nutrientes que fortalecen nuestro cuerpo, o bien, porque alimentan nuestra alma a través de historias, donde recordamos familiares de esta vida y la otra… “mi ma ponía la luma, juntaba las piedras, los leños y encima ponía la cazuela de barro”, “elegí traer frijoles con chorizo y huevo porque mis papás me daban de desayunar cuando no iban a trabajar y podíamos comer todos juntos, en familia”.
Chefcitas y chefcitos del sexto grado prepararon deliciosos platillos de nuestros pueblos, huitlacoche, mole de conejo y de pavo, tacos de portovelo, quesadillas de flor de calabaza, nopalitos, degustamos bebidas tradicionales, aguamiel, pulque, atoles de girasol, guayaba, pinole y compartimos dulces típicos, palanquetas de cacahuate, biznagas, entre otras delicias que nos llevaron a nuestros verdaderos orígenes a través de olores y sabores de nosotros, de nuestra tierra.
Múltiples y variadas estrategias didácticas colectivas surgen de los docentes por puro amor a la profesión y a la infancia, en comunidades rurales y urbanas, diversas como nuestro país, desde nuestras culturas. Sin embargo son invisibles, no existen estándares para medirlas, ni puntajes para los docentes, pues la evaluación punitiva no sabe del corazón. Estrategias donde se articula la vida escolar y la comunidad, el barrio, tal vez una forma idealista de hacer escuela, pero con la posibilidad de transformar de a poco nuestra realidad.
*Maestra en Educación con Especialidad en Innovación Educativa. Doctorante en la Escuela Normal del Estado e San Luis Potosí, División de Estudios de Posgrado