El título del presente artículo tal vez parezca un poco apocalíptico o tal vez esté redactado de esta manera con toda la intención de alertar al lector acerca de los riesgos que tenemos de quedar atrapados y casi consumidos por el inmediatismo pedagógico.
La actual coyuntura educativa se ha venido tejiendo desde una perspectiva profundamente pragmática, a falta de un proyecto pedagógico de largo aliento que mire hacia un futuro distante y que trate de imaginar la formación de los mexicanos y mexicanas que hoy están naciendo; no, no es así. La mira pedagógica de los políticos, planeadores educativos e incluso funcionarios de nivel del actual gobierno (incluyendo a la mayoría de los anteriores), se reduce a vivir al día, en resolver las cosas así pragmáticamente que eran para ayer o para antes de ayer.
El pragmatismo pedagógico es el peor fantasma que recorre nuestras escuelas, se caracteriza por sacar adelante acuerdos ligeros de grupos y tribus políticas que anteponen su beneficio propio, por encima del de la nación, su mira es muy corta a lo más que llega es a cubrir un sexenio y eso es mucho, para los pragmáticos es demasiado.
Tanto el gobierno federal como el gobierno local de Jalisco en el rubro de la educación tuvieron una oportunidad de oro, arropados por la alternancia política, pero les faltó lo que Pierre Bourdieu bautizó bellamente como la distinción, para desmarcarse y demostrar que son diferentes a sus antecesores.
Tanto en los discursos, como en el perfil de los personajes como en la vida cotidiana de la política educativa uno no encuentra diferencias de ningún tipo, (ni en el fondo ni en las formas) y eso es grave en sí mismo.
El pragmatismo pedagógico tiene como segundo rasgo (debido a la inmediatez de sus objetivos) la falta de visión estratégica, los dos últimos gobiernos se han caracterizado en educación por improvisar e ir construyendo en el camino (esto último no está del todo mal) cuando tienes claro hacia dónde se encamina tu proyecto educativo sexenal.
Y un tercer rasgo del pragmatismo pedagógico es que la agenda educativa solo es exclusiva en su tratamiento de un pequeño grupo, de un grupo selecto de privilegiados, que dicen representar al resto, que transan y acuerdan en su nombre, sin autorización ni ética de ningún tipo.
Habría que crear –como bien decía Manuel Gil hace días- un nuevo telar, con nuevo hilo, para tejer de manera distinta los trazos de la reforma educativa, que tenga una mirada de largo horizonte y que se construya sobre la base de amplios consensos desde su origen.
La pregunta ahora no es ¿Qué implicaciones traerá la actual reforma educativa? Sino más bien, ¿Cómo será posible construir una nueva propuesta de reforma, que sirva como alternativa a la actual y sobre todo a la de Peña Nieto, pero que supere su carácter reactivo y contestatario, y que logre mirar una nueva perspectiva para superar el pragmatismo en el que estamos atrapados ahora?
Para amanecer los días de mañana debemos hacerlo intentando plantearnos nuevas preguntas del proyecto educativo para nuestro país, pero sobre todo comprometiéndonos a construir las nuevas respuestas de manera colectiva, respetuosa y colaborativa. Es decir, poder sentar las bases de un proyecto educativo de largo aliento.