¿Qué le ha faltado a la verdad para quererla disfrazar?
Silvio Rodríguez
En la década de los ochenta hubo un programa de televisión llamado “¿qué nos pasa?” cuyo director era Héctor Suárez, quien con ingenio, caracterizaba a varios personajes con el propósito de denunciar el cinismo y la deshonestidad del político, el valemadrismo e ineficiencia del burócrata (“ta difícil”) o la superficialidad del que protesta que, cuando le pedían explicaciones de su actuación, sólo se limitaba a gritar ¡queremos roooock! El Flanagan, pese a lo enardecido de su ser, carecía de todo argumento.
¿Qué nos pasa? fue una válvula de escape durante la “década perdida” para reírnos de la manera con que actuaban ciertos actores políticos y sociales. Quizás pretendía hacer consciencia para tratar de revertir algunos vicios sociales. Nunca supimos qué efecto “educador” tuvo la genialidad de Héctor Suárez, pero a pesar de esto, sí se puede afirmar que fue un programa muy popular y esperado, probablemente porque satirizaba actitudes que muchos mexicanos padecíamos y rechazábamos como el cinismo, la deshonestidad y la superficialidad.
Ojalá los nuevos recursos televisivos puedan hacer una adaptación (remake) de un programa del tipo de ¿qué nos pasa?, pero ahora incluyendo a nuevos actores como los intelectuales, escritores y académicos. Quisiera ver una parodia en donde aparezca, por ejemplo, un “intelectual” o investigador universitario explicando sus “razones” por las cuales aún defiende a un régimen como el del chavismo en Venezuela, ¡queremos revolución!
La situación de inestabilidad política y económica que se vive en Venezuela, ha puesto a prueba a muchas mentes académicas que, en teoría, deberían cultivar el buen pensar pues para eso les pagan. En su lugar, ha habido malabares discursivos, artículos sentimentalistas y pronunciamientos públicos para “defender” un régimen político que, como todos, merece un cuestionamiento público y abierto en virtud de su desempeño.
Según datos de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), pese a la reducción de la pobreza en Venezuela desde el año 2000, el porcentaje de la población que enfrenta esta injusta situación de vida fue de 32 por ciento cuando en 1990 era de 29 por ciento. Además, el número absoluto de feminicidios casi se duplicó de 2014 a 2016, elevando también la tasa de asesinatos por cada 100 mil habitantes. Por si esto fuera poco, el índice nacional de precios al consumidor – que en cierta medida, representa el costo de los alimentos – se ha elevado sostenidamente desde que el régimen chavista asumió el poder. Mientras este índice era de 10 por ciento a inicios del 2000, para 2015, ya había llegado a ¡218%! Por su parte, el profesor Ricardo Hausmann (Harvard) – amenazado, por cierto, por Nicolás Maduro – estima que el salario mínimo se redujo en 75 por ciento a precios constantes de 2012 a 2017. Todo esto ha causado que los venezolanos no puedan comprar suficiente comida y por lo tanto, estén consumiendo menos calorias (ProjectSyndicate, 31/07/17).
¿Cómo defender un régimen político de este tipo? Algunos académicos universitarios e “intelectuales” ya se han dado sus mañas para glorificarlo o de plano, excusarlo. Por ejemplo, al portugués Boaventura de Sousa parece complacerle el “liderazgo carismático” de Chávez, que no “tenía sucesor”. Además, culpa a la oposición de hacer fraude para ocupar puestos en la Asamblea que ya Maduró deshizo al convocar a una nueva constituyente con sus incondicionales. Para de Sousa, este paso trata de “superar la obstrucción de la Asamblea Nacional” que estaba “dominada” por la oposición (La Jornada, 28/07/17). ¡Vaya ecología de saberes que propone de Sousa!
Haciéndole eco a la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad (REDH), el académico europeo defiende al régimen chavista porque piensa que hay un “compló” internacional contra Venezuela. Para el profesor portugués, “[l]os desaciertos de un gobierno democrático se resuelven por vía democrática, la cual será tanto más consistente cuanto menor sea la interferencia externa”. El fantasma del imperialismo se sigue asomando en la mente de varios académicos e “intelectuales” del siglo veintiuno y por lo tanto, según su norma, es mejor defender a regímenes como el chavismo antes que “darles armas al enemigo” cuestionándolos. La otra “opción” es quedarse callados y así no “intervenir”.
Pienso que la indiferencia, así como la crítica selectiva y parcial han sido los recursos más utilizados por el “intelectual filotiránico” del que lúcidamente habla Mark Lilla. Para Lilla, ha habido no pocos pensadores que se deslumbran y sucumben ante el poder o el carisma del líder y empieza a creer que toda lucha revolucionaria es invariablemente “liberadora” y que cualquier crimen o exceso que cometan este tipo de regímenes deben verse por medio de una óptica noble o “justa”. Creo que ante esta obnubilación, el pensamiento claro y objetivo tendría que prevalecer.
En México, fue decepcionante corroborar el silencio de algunos académicos “comprometidos”, normalistas, e intelectuales “de izquierda” que por redes sociales presenciaron como el régimen de Maduro había levantado a dos renombrados opositores venezolanos. Esos mismos compatriotas que guardaron silencio en el caso venezolano son, en cambio, los más indignados con el injustificado levantón y desaparición de los jóvenes de la escuela normal rural de Ayotzinapa en Guerrero. Desafortunadamente, para algunos latinoamericanos, valen menos los derechos humanos de los opositores venezolanos que los de los desafortunados jóvenes mexicanos. Así, ¿cómo no vamos a ser la región más desigual del mundo?
Defender un régimen político a ultranza por ser afín a nuestras inclinaciones políticas es tan erróneo como descalificarlo por las mismas razones ideológicas. El pensamiento nos exige sensatez y humildad. El mundo de los contrarios solamente lo construyen los políticos para su beneficio. No es, por lo tanto, muy inteligente que un académico serio observe la realidad en blanco y negro. La honestidad intelectual se nutre de múltiples matices, crítica imparcial y un claro compromiso con la verdad. ¿O será que importa poco el desarrollo científico en aras de mantener intactas nuestras endebles convicciones políticas? ¿Qué nos pasa?