Rosalía Nalleli Pérez-Estrada*
La puntualidad es una obligación de todo ser humano que respeta a otro ser humano. No debe de elegirse. Es cuestión de actitud y debe de acatarse siempre. Sin embargo, invariablemente y por alguna razón, se llega a ser impuntual. Pensemos en este caso real que a diario vemos en diversas escuelas: Llega el niño a clases tarde. El pretexto: se detuvo el tráfico, su papá ponchó su llanta, se levantó tarde, no desayunó rápido, etc. Los pretextos o las razones pueden ser varios. Cualquiera que sea la situación es la misma: llegó tarde. No debe de pasar esto. Sin embargo, como seres humanos, esto le pasa a todo mundo, por lo menos una vez en su vida. Si la tardanza ya es muy frecuente, entonces el ser, o tiene muchas mala suerte, o debe de cambiar sus hábitos.
Y mientras se llega tarde a la escuela, en muchos lugares, los docentes se apresuran ya a su clase, la directora, el supervisor o el policía, cierran la puerta. El niño llega corriendo y oye. “lo siento. La escuela ha sido cerrada. Si deseas entrar debes de ser más puntual”, le dice el policía. ¿Consecuencia? El niño regresa a la casa. No tendrá clases. Si sus padres no están en casa, tendrá todo el día suficiente para ver televisión, para estar en el facebook, para jugar Play Station o LOL. De todas formas, no hará tarea, porque por mil otras razones, no sabrá qué tarea dejaron sus maestros y el siguiente día tendrá el pretexto de decir: “ayer no vine y no supe cuál fue la tarea”. Cualquier de esas actividades pueden contrariarle, pero no lo suficiente como para que las haga a un lado, tome un libro y mejor se ponga a leerlo. Eso, seguramente será la última de sus prioridades. Si sigue con sus pretextos, cuando sea grande, sus pretextos serán que no fue a trabajar porque su carro se descompuso y no le fue posible ir a trabajar. Como si no hubiese transporte colectivo para hacerlo.
Pensemos en otra situación más…llega tarde a la escuela, lo dejan pasar, pero de igual manera se debe de quedar afuera del salón, mientras sus compañeros hacen mofa de su tardanza y el docente, le dice: “lo siento, has llegado tarde. No entras hasta que termine la clase”. Él, con sentimiento de culpabilidad, de vergüenza o quizás incluso de alivio, se queda en el exterior del salón viendo cómo todos los demás trabajan en una clase por demás tradicional, con todas las butacas formadas como si estuvieran en el cine. En una clase donde seguramente un maestro, como el que describe Antonio Machado, en su poema Recuerdo Infantil, estará frente al grupo y haciendo que repitan cualquier cosa o amenazando y dejando de lado la evaluación por competencias.
En otras situaciones, los padres, junto con los niños, esperan a que en la segunda hora a la directora se le ocurra abrir la puerta para que sus hijos entren y mientras, esperan en las frías mañanas en la reja, titiritando y regañando al menor por no haberse apurado para llegar a tiempo.
Estas son situaciones que con frecuencia vemos los padres de familia en México, donde el nuevo modelo educativo espera crecer hacia su esplendor, queriendo modificar los resultados, pero haciendo a un lado los pequeños detalles como este, que con el tiempo logran malos hábitos también.
Indudablemente, la puntualidad debe de ser un compromiso de todos, sin embargo aún mayor debe ser el cometido de dar resultados. De la misma manera, de nada sirve dejar a un niño afuera, en castigo por su impuntualidad, si se logrará poco en sus resultados. Las estrategias deberían de ser otras y las acciones diferentes. Si el niño llega tarde, justo es que no entre a clase para no interrumpirla, pero en su lugar sí deberían de permitirle la entrada a su plantel y solicitarle que haga actividades diversas que le ayuden a mejorar sus hábitos y a disfrutar su estancia en la escuela, para que por sí mismo decida llegar más temprano. Actividades definidas, planeadas y organizadas, en un salón o biblioteca especialmente designados para desarrollar habilidades de lectura o de comprensión lectora, que lo tengan ocupado. Leer un cuento, el periódico, el libro de texto que le toca ver en esa clase y la lectura que iban a hacer sus compañeros, a escribir un cuento, a dibujar una historieta del cuento leído, a ordenar una historieta que esté por partes, a contestar preguntas abiertas o cerradas sobre la lectura hecha, a llevar un diario, a preparar una posible exposición para su siguiente clase. O simplemente designarle un lugar donde pueda ver una película, documental, o hacer juegos de matemáticas en la computadora mientras espera; con actividades definidas que lo hagan sentir que no perdió el tiempo y que le permitan aprender a ocuparse en la autogestión de su conocimiento.
En la iniciativa privada, si el trabajador llega tarde, lo dejan entrar pero le descuentan de su sueldo. A veces, si llega tarde tres veces consecutivas, le descuentan un día completo y pierde un bono de fin de año; que significa dañar su economía y seguramente dañar también sus posibilidades de ascenso futuro, e incluso, si esto es muy constante es despedido del trabajo. En la parte política, ignoro qué le hacen a los representantes públicos que llegan tarde a una cita, a una inauguración o a un evento importante de su comunidad. No sé exactamente lo que hacen, pero prefiero seguirlo ignorando a llevarme sorpresas, donde me imagino, alguien mal intencionado podría mentir y decir que, aunque estas personas lleguen tarde, aún así cuando llegan los reciben con un aplauso. No, no creo que eso pase en México, pero si pasara, debería de hacerse lo mismo: no dejarlos pasar y ponerlos a trabajar en otra actividad ahí mismo, que los haga cambiar sus costumbres. Mientras tanto, en la escuela, lugar donde todavía se pueden modificar actitudes y respuestas, regresar al niño a casa es un premio. No un castigo. Sobre todo si no tiene actividades de apoyo, designadas en casa.
Esta es una situación que podría ayudar a generar otras estrategias de aprendizaje con diferentes ambientes, como una forma de ir apoyando al crecimiento estudiantil del niño y a su auto gestión del conocimiento, pero ayudarlo designándole tareas que lo fortalezcan en su conocimiento. Aún así, esos momentos que parecen perdidos, podrían contribuir también con los programas de escuelas de excelencia, la escuela digna o de tiempo completo, de inclusión y/o alfabetización digital, pero todo bien planeado.
*Rosalía Nalleli Pérez Estrada. Directora de Universidad Santander, Campus Tlaxcala. Profesora por asignatura, de la Universidad Politécnica de Tlaxcala. rosalia_na@hotmail.com