El año se acaba y es pertinente plantearnos una serie de propósitos que nos lleven a ser mejores personas, mejores ciudadanos, mejores seres humanos. Y, como es de esperarse, el título que da entrada a esta serie de ideas, lleva esa intención, que reflexionemos sobre la educación que queremos para nuestro México.
Pues bien, como es sabido en el actual sexenio, por la Secretaría de Educación Pública (SEP) transitó Chuayffet y Nuño, dos personajes emanados de una clase política que, en nuestros días, ésta refleja la podredumbre del Sistema Político Mexicano. ¿Cuáles fueron sus principales aportaciones al ramo educativo?, ¿el establecimiento de una Reforma Educativa y de las leyes que de ella emanaron y que en ambas Cámaras se aprobaron?, ¿la implementación de una evaluación punitiva que atentó y aún atenta en contra de los derechos de los trabajadores de la educación?, ¿el sometimiento de un Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) con el encarcelamiento de “la maestra” y la puesta en escena de un líder sindical que no representa a la base magisterial?, ¿la denostación del quehacer docente y del docente mismo al responsabilizarlo de todos los males educativos que esa misma clase política ha propiciado con el correr de los años? Sin duda, todas y cada una de esas preguntas puede responderse de manera afirmativa. Obviamente, habrá quien piense y afirme lo contrario, y está en su sano derecho hacerlo. No obstante, permítanme seguir cavilando.
La educación, tal y como la conocemos, no persigue otro propósito más que aquel que significa desarrollar las facultades del ser humano. Así lo estipula nuestra Carta Magna pero también, las bases filosóficas y organizativas que lo sustentan. Propósito noble, cuya esencia es fundamental comprender para lograr los objetivos que la misma sociedad se plantea y ha planteado desde hace tiempo.
En este sentido cabe preguntarse: qué educación queremos. La respuesta, aunque parece obvia, en nuestro México tiene significados diversos. Para el grueso de los mortales, comunes y corrientes, como usted o como yo, representa la oportunidad de ser alguien en la vida; un hombre o una mujer que, a través de sus estudios, pueda lograr sus proyectos de vida. No obstante, para quienes desde su mundo fantasioso e irreal nos gobiernan, simboliza la posibilidad de mejorar, sí, de mejorar… pero su economía y las posiciones de sus grupos políticos.
Esto es así, porque las sociedades se han configurado de tal forma, que sus mecanismos de representación, al menos para el caso mexicano, dan la posibilidad de organizarse para contar con “representantes del pueblo” cuya función no es otra más que esa, representar los intereses de la nación, vaya: del pueblo. No obstante, como sabemos, la simulación, el maquillaje, la farsa, se ha apoderado de buena parte de ellos.
Por un lado, tenemos discursos “pomposos” que hablan de una procuración del bienestar social y, para ello, una reforma educativa, o revolución educativa – como fue llamada en este sexenio – se hace indispensable. Pero, ¿esto es cierto? Efectivamente, si consideramos que una revolución o reforma alude a un cambio de paradigma, tengo que reconocer que el concepto empleado nos llevaría a ello. Sin embargo, los hechos, tal y como lo hemos constatado, me permiten afirmar lo contrario. Sí, el discurso suena bonito y es bonito pero, lamentablemente, los hechos no gozan de tales significados. Demagogia le llaman, y es cierto.
¿Cuántos mexicanos viven en pobreza y pobreza extrema?, ¿cuántos niños y adolescentes viven en situación de calle sin la posibilidad de acceder a la escuela ni a una beca?, ¿cuántos jóvenes desertan de las aulas porque la condición precaria de sus familias los lleva a insertarse a un trabajo mal remunerado?, ¿cuántas escuelas no cuentan con los servicios básicos que aseguren su subsistencia?, ¿cuántos alumnos y alumnas reciben los beneficios prometidos en las campañas políticas?… ¿esa es la meta de la educación de nuestros días?
Sí, las realidades que vivimos cotidianamente millones de mortales, comunes y corrientes, como usted o como yo, son tan diferentes de las que “en las alturas” se observan que, cual bofetada en rostro, nos recuerdan que muy poco se ha logrado en materia de desigualdad y justicia social pero, también, de una mejora educativa.
Bien se ha dicho, y en nuestros días se ha acentuado, que el rico se hace más rico pero, ¿y el pobre?, ¿o el que por azares del destino se ubica en una clase media?
La educación que queremos trae consigo una reflexión profunda, que nos lleva a formularnos otra: para qué la queremos.
Siendo éste pues, un país en el que la libertad es nuestra bandera, habría que preguntarnos si realmente somos libres, si realmente somos democráticos, si realmente estamos siendo educados como debiera porque, en los hechos, solo como un ejemplo, con la promulgación de una ley de seguridad interior, y las restricciones que en materia de expresión libre y espontánea de las ideas, la posibilidad de que alguien pueda cuestionar, analizar, reflexionar o comprender todo aquello que le rodea, esta muerta. Paradojas de la vida.
Y es que cómo comprender que mientras en esos discursos y en los documentos educativos (ver la propuesta curricular del nuevo modelo educativo) que se emiten desde la SEP, se le exige al docente propiciar el análisis y la reflexión en sus alumnos, pero caso contrario, se han aprobado leyes que prohíben expresarse o manifestarse.
Una educación sin demagogia y sin dogmas; sí, eso queremos. Una educación que lleve al Sistema Educativo Mexicano (SEM) a actuar como tal, como sistema, con todo lo que ello implica. Una educación que cuente con profesores y profesoras valorados y reconocidos por el desempeño de su trabajo. Una educación que le brinde a sus estudiantes, la posibilidad de ser algo más allá de su vida. Sí, una educación que nos permita trascender; que nos permita edificar una sociedad justa y equitativa. Una educación que tome como bandera los valores universales tan necesarios e indispensables en momentos tan difíciles como estos. En fin, estoy hablando de una educación que sea eso: una educación en el más amplio sentido de la palabra.
¿Podremos lograrlo? Desde luego. Mi fe, mi esperanza, mi deseo, se halla en los maestros, en esos millones de maestros que a diario se parten el alma en las aulas y en sus escuelas. En esos maestros que, por más que se diga lo contrario, son la piedra fundamental del SEM.
¿No es utopía o un sueño guajiro? En absoluto. Porque parafraseando a un gran filósofo moderno, la utopía es lo que nos permite seguir caminando y, mientras haya esperanzas, haya anhelos, haya sueños, seguro estoy, el magisterio seguirá avanzando.
Con el mejor de los deseos para el 2018, mi agradecimiento infinito a usted, que a lo largo de estos años, me ha regalado cinco minutos de su valioso tiempo.
¡Gracias, muchas gracias!