Eduardo Gurría B.
La pandemia provocada por el COVID19 y las consecuencias sanitarias que se generaron, han pegado de manera significativa en todos los sectores sociales y económicos; hay afortunados que, aún en el encierro, siguen percibiendo ingresos, sobre todo cuando estos provienen de los sectores gubernamentales, según decreto presidencial próximo a publicarse en el Diario Oficial (Notimex, abril 22), o de empresas que, por sus propias características, no dejan de generar utilidades, como es el caso de las escuelas particulares que siguen cobrando colegiaturas –aunque no sabemos si esta situación ha de prevalecer por mucho tiempo, ya que se empiezan a percibir reticencias por parte de los padres de familia para cubrir la matrícula, sobre todo cuando la propia SEP no sabe hasta cuándo se va a extender el regreso a clases-.
Los docentes que trabajan para el sector público, enfrentan retos relativos, ya que sus propias condiciones laborales permanecerán, pase lo que pase, inamovibles.
La situación para el sector educativo privado, es muy distinta, ya que, para mantener su status, las escuelas y los maestros han tenido que implementar estrategias encaminadas, sobre todo, a mantener la matrícula inscrita, bajo la premisa de que si no hay dinero (pago de colegiaturas), simplemente no hay trabajo, de ahí que se hayan visto impelidos a aprender y adecuar el manejo de innumerables plataformas digitales, estar al día, preparar e impartir clases en línea, diseñar actividades y tareas acordes con la modalidad, etc., lo que les lleva a emplear, muchas veces y sobre todo a los maestros, aún más tiempo y recursos que los que normalmente utilizan en las clases presenciales, siendo que la mayoría no cuenta con las habilidades digitales necesarias. Esto ha costado mucho trabajo y tiempo, puesto que muchos aprendemos con base en el ensayo y el error.
De ahí que se ha tenido que improvisar, tanto la SEP, con la implementación de estrategias cuyos resultados, positivos o negativos, solo se verán al paso de los meses y cuando esta situación y el año escolar terminen, como las instituciones privadas, y esto es válido para todos los niveles.
Aparte queda la respuesta de los alumnos y de los padres quienes, ahora y mas que nunca, deberán involucrarse en el proceso de la formación de sus hijos.
Sabemos que miles de estudiantes no tienen acceso a la tecnología, como computadoras, internet, etc., como tampoco muchas escuelas, sobre todo las oficiales, cuentan con la infraestructura necesaria para seguir adelante con los contenidos curriculares mediante una didáctica congruente con las circunstancias presentes.
Es decir, han aflorado todas las deficiencias y carencias previstas y no previstas.
Sin embargo, es indiscutible el hecho de que también miles de docentes de todo el país están realizando esfuerzos titánicos por acceder a sus alumnos de la mejor manera posible y esto, aún ante la tenaz incertidumbre que se genera a diario y poniendo para ello lo mejor de sí mismos.
Sin embargo, surge el cuestionamiento sobre si esta educación es de calidad; salvo la crisis de la influenza en años pasados, no existe antecedente para enfrentar el presente y es necesario generarlo en cuanto a los recursos, las estrategias y la preparación.
Otros retos implican a los criterios de los propios maestros y sus instituciones ya frente a la clase, ya sea en línea, como sería zoom, o por medio de alguna otra plataforma y sus consideraciones de cómo deben llevarse a cabo las sesiones y/o las actividades; es probable que ante esta situación por demás desconcertante, muchos maestros presupongan que asignar muchas actividades a sus alumnos redundará en una mejor comprensión y su avance sea mas rápido y eficaz o, simplemente para que “estén ocupados”, sin tomar en cuenta otros muchos factores tales como la carga de materias, los horarios, la capacidad de los padres para supervisar o la falta de ella o la disposición de los medios adecuados. Otros, por el contrario, pecarán de indolentes y dejarán a la deriva a sus alumnos. En fin, estos serían apenas unos ejemplos de la carencia de una logística bien pensada y estructurada, de lo que ni las escuelas ni, mucho menos, los maestros tienen responsabilidad o, en todo caso, su responsabilidad sería muy relativa además de limitada.
También es tiempo de enmendar las deficiencias y las injusticias educativas, es tiempo de que el Estado asuma cabalmente su responsabilidad para con la educación, sobre todo con los sectores y las comunidades que viven al margen de los procesos formativos escolares.
La educación en México siempre ha operado con números rojos, sin utilidades, y es necesario cambiar el esquema, dejando de lado la retórica política, corrupta, inútil, gastada y consuetudinariamente improvisada del discurso oficial.