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Príncipes irresolutos

El nombramiento de Mario Delgado como titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP) nos ha hecho cuestionar sus cualidades, ligas y experiencia. Su comportamiento emite señales de lo que podría ser la política educativa en los próximos años.

Estos análisis no deben separarse del contexto político-electoral que estamos construyendo. La colocación de piezas en el nuevo gabinete tendrá que entenderse si reconocemos que la débil democracia mexicana está por acabar. Ya no se trata de subsanar los errores de los gobiernos pasados mediante la competencia político-electoral, sino de simplemente mantener el poder a toda costa.

Mario Delgado llega a la SEP para cuidar, ampliar y mantener el poder político con una visión de grupo no de Estado. Por eso, se seguirá repartiendo dinero público por medio de becas (independientemente de su efectividad) y se apapachará al magisterio otorgando plazas sin que medie el mérito o cambien realmente sus condiciones de trabajo. Se seguirá administrando el conflicto con la CNTE y se repetirá que la “educación es un derecho no un privilegio” sin aumentar el gasto por estudiante. La austeridad seguirá rigiendo, dijo Sheinbaum.

Como la soberbia tecnocrática hirió el estatus social de la gente (Sandel), el momento del desquite llegó en 2018: el ansiado líder reivindicó al pueblo. Con este sentimiento, se diseñaron y promovieron varias políticas y programas de AMLO. Independientemente de sus resultados en términos de libertad sustantiva, éstos sí dieron frutos por su rentabilidad y control políticos. ¿Para qué entonces cambiar?

Claudia Sheinbaum, virtual presidenta electa, ha reiterado que desea construir el “segundo piso” de la Cuarta Transformación. Si esto es verdad, vamos entonces a ver la profundización del modelo de gobierno experimentado en los últimos seis años, y esto es entendible, aunque regresivo. A pesar de que el gobierno saliente causó con algunas de sus acciones muerte, rezago y restricción de libertades, no pagó los costos. El “pueblo fue agradecido” votando por la candidata de AMLO, entonces, ¿para qué cambiar de modelo de gobierno y de políticas?

Si alguien ahora reclama la falta de datos e información para la toma de decisiones, la mal llamada 4T mostró que es más efectivo acusar al interlocutor de “neoliberal” o de simpatizar con el PRIAN que discutir cómo la evaluación educativa puede ser utilizada. Igualmente, aludir que nuestra historia mexicana es incomparable con la de otras naciones colonizadoras o que la pobreza del contexto es lo que determina el aprendizaje, han servido para descargar de responsabilidades a los agentes escolares. Así, podemos seguir promoviendo políticas superficiales y programas clientelares.

Pareciera el tiempo de los “príncipes irresolutos” (Machiavelli, 1469-1527), que evitan actuar y gobernar por el miedo presente a perder, en este caso, votos y popularidad. El costo de esto ya no importa si acabamos con la democracia al justificar la andanada del oficialismo contra el poder judicial y la sobrerrepresentación legislativa.

Mario Delgado se moverá hacia donde vaya el viento para acumular y conservar el poder de grupo. Como consecuencia, la autoridad educativa seguirá diluyéndose como vimos de 2018 a 2024. Se perderá con ello la capacidad y el poder real para enfrentar los graves problemas que enfrentamos tales como la falta de libertad magisterial y académica, corrupción sindical, exclusión escolar, violencia, analfabetismo, pobre aprovechamiento, rezago educativo y desconfianza. Sin democracia, ya no hay incentivos para mejorar.

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