En los últimos días, he conocido y escuchado las inquietudes, preocupaciones e incertidumbres que privan en buena parte de los docentes que laboran en preescolar, primaria y secundaria. ¿El motivo? Tiene que ver con el informe de calificaciones que los profesores, habrán de requisitar y “entregar” en los próximos días, con el propósito de dar cumplimiento a lo estipulado en el Acuerdo 12/05/18 (por el que se establecen las normas generales para la evaluación de los aprendizajes esperados, acreditación, regularización, promoción y certificación de los educandos de la educación básica), puesto que como se recordará, dicho acuerdo al dejar sin efecto el 696, prioriza el trabajo que se viene realizando en las escuelas de educación básica, conforme a lo dispuesto en el modelo educativo 2017.
Así, más allá de las temporalidades en cuanto a la planificación y evaluación que comprende el Plan 2011 aún vigente en 3º, 4º, 5º y 6º grado de primaria o, en 2º y 3º de secundaria, la verdad de las cosas es que, lo que se vive en este nivel educativo (el de básica), es algo que he denominado un verdadero “teléfono descompuesto”. Me explico.
La semana pasada, en este y otros espacios que tan amablemente comparten algunas de mis ideas, publiqué el artículo “Evaluación del 1er. Trimestre: ¿una tarea esclavizante para los maestros?”; mismo que generó algunas opiniones importantes e interesantes y que, más allá de estar en contra o a favor del contenido en dicho artículo, evidenciaron lo que es una realidad en el Sistema Educativo Mexicano (SEM): la desinformación que prevalece en sus distintos niveles. Tal parece entonces que ese “teléfono descompuesto” al que hago referencia en el presente texto, adquiere notoriedad y certeza, sobre todo, cuando las cosas no se hacen como debieran hacerse; y es que mire usted, la Secretaría de Educación Pública (SEP), particularmente en este sexenio, se ha caracterizado por estar lejos o muy lejos de lo que cada maestro y maestra de México vive en sus propios espacios, en sus escuelas y en sus salones de clase.
Como seguramente usted sabrá, en algunas zonas escolares existe información puntual, precisa y oportuna, sobre lo que implica la implementación del modelo educativo 2017 o, en este caso, de lo que conlleva la evaluación de los estudiantes en su primer periodo o en su primer trimestre (me gustaría que me compartiera sus experiencias); sin embargo, hay que reconocer, que también se hace presente el otro escenario, aquel que está relacionado con la falta de claridad, omisión u opacidad por parte de la autoridad educativa en turno, ya sea del centro de trabajo, del supervisor de zona o del jefe de sector. Vaya, en estos días, repito, en que he estado conversando y escuchando a algunos maestros de ese nivel educativo, expresiones como las que a continuación le expongo, han sido una muestra de lo que vive el profesorado en México: “hay que llenar el formato tal y como lo indicó el director de la escuela”; “hay que organizarnos, como docentes, para ver qué incluiremos en las recomendaciones que el formato exige”; “hay que esperar a que abran la plataforma para ver de cuántos caracteres está integrado el espacio para realizar los comentarios o recomendaciones”, entre otras.
Ciertamente generalizar sobre esta serie de expresiones no es del todo correcto, porque precisamente, repito, hay espacios en los que lo contrario a estas expresiones es evidente; y que bueno que sea así, que existan profesores y autoridades educativas que se preocupan y ocupan por realizar su quehacer educativo de la mejor forma; no obstante, permítame subrayar que, no es el común ni es lo que prevalece en el territorio mexicano, lo cual me lleva a reafirmar esa idea del “teléfono descompuesto” que expongo y a formular algunas interrogantes: ¿por qué si la evaluación, tal y como lo señala el Acuerdo 12/05/18 se fundamenta en la observación y el registro de lo que acontece en el aula y en los alumnos, los profesores deben llenar un formato con las indicaciones que el director, supervisor, jefe de sector o, en el mejor de los casos, que el asesor técnico pedagógico les ha brindado?, ¿por qué si la evaluación, tal y como lo señala el Acuerdo, es formativa, ésta debe responder a criterios administrativos y no pedagógicos y didácticos que se viven en el aula?, ¿por qué si la evaluación permite obtener información para una futura toma de decisiones (por parte del docente), ésta debe limitarse a expresar una recomendación en un renglón y medio?, ¿por qué si la evaluación se desprende de un proceso pedagógico que acontece en un espacio y momento determinado, se limita y reduce a una cuestión meramente administrativa?, ¿por qué si la evaluación es fundamental para reconocer logros y dificultades, no se acompaña de una debida capacitación y profesionalización del profesorado mexicano?, por qué si la evaluación es fundamental para comprender el fenómeno educativo, la SEP pero, sobre todo, las entidades federativas, no manejan la misma información con la idea de que ese “teléfono descompuesto” no arroje resultados que poco a nada tienen que ver con lo que tiene presupuestado?
Ahora bien, por lo que toca a las valoraciones y orientaciones que el docente debe colocar en el informe de calificaciones (parcial), el Acuerdo menciona que éstas deben estar sustentadas en las estrategias e instrumentos de evaluación que el profesor haya implementado con la finalidad de valorar el logro de los aprendizajes esperados; hecho que implica, llevar un proceso sistemático a través del cual, se obtenga la información que le permita realizar, por alumno, esa valoración sobre sus logros y dificultades a lo largo de un periodo determinado. Proceso sistemático que, no es nada sencillo, sobre todo, por la carga administrativa que hoy día al docente se le ha impuesto. Vaya, para nadie es desconocido que, en la “llenadera” de formatos, en la impartición de los clubes, en la planificación diaria, en la elaboración de sus respectivos materiales didácticos, en la atención de los padres de familia, en la ejecución de cada una de sus comisiones asignadas, además del pensamiento que realizan para identificar el proceso a través del cual sus estudiantes lograrán sus aprendizajes a lo largo del día, semana, mes, el tiempo que le queda al docente para sistematizar la información, recuperar evidencias (tangibles e intangibles) y evaluar a sus alumnos, es poco o muy poco. ¿Hablamos de sistematización entonces?
Sí, la evaluación es fundamental y necesaria porque contribuye a ese desarrollo de las facultades de los seres humanos. Sí, esa evaluación, requiere de procesos sistemáticos y ordenados que le permitan al docente valorar su trabajo y el que vienen realizando sus alumnos. Sí, la evaluación es importante como también lo es, una educación integral en la que todos los actores involucrados participen activamente en el proceso de enseñanza y de aprendizaje. Lamentablemente, no todos están viendo la evaluación de esta forma; la SEP tiene responsabilidad en ello, pero también, las condiciones que se viven en cada uno de los espacios escolares, por ejemplo: aquel docente de secundaria que tiene 6 o 7 grupos de 35 o 40 alumnos y que, por obvias razones, tiene que atender porque el personal no es suficiente para que compartan el trabajo de una asignatura de español, por ejemplo. ¿Se imagina lo que tendrá que realizar el docente para evaluar a más de 200 alumnos?, ¿y su planeación?, ¿y su sistematización?… ¿y sus demás actividades, la familia, por ejemplo?
Por lo que toca los clubes y las áreas de desarrollo personal y social, éste es un tema que me gustaría abordar en otro momento porque, aunque son parte de la evaluación que en este momento se tiene que realizar, desafortunadamente, en muchas escuelas, el trabajo aislado y la poca integración del personal para lograr proyectos integradores, no permite avanzar hacia el logro de los aprendizajes que el alumno requiere. Eso sí, los profesores frente a grupo se esfuerzan para abordar los aprendizajes clave y esperados que marcan los campos de formación académica, pero… ¿y el trabajo “integrador” dónde queda?
En suma, sí hay un teléfono descompuesto, y éste se ha dado gracias a la SEP y a la falta de una estrategia que le permita al maestro, contar con información certera y acorde a las necesidades que su contexto, su escuela, su aula y sus alumnos requieren.