En memoria de Pablo Latapí Sarre
Lo que se expresa en los medios y redes sociodigitales, lo que se realiza en los estudios sistemáticos sobre algún fenómeno social, y las acciones orientadas a la resolución de los problemas educativos guardan una estrecha relación. Prensa, investigación y políticas educativas están ligadas. Pero cada una, evidentemente, tiene su propia lógica. A la prensa le toca visibilizar problemas actuales por medio de noticias atractivas, mientras que a los investigadores nos interesa diseñar agendas de investigación a largo plazo y en ocasiones, sólo interesantes para un grupo reducido.
El estudio de temas especializados demanda una interrelación en comunidades pequeñas donde se discrepa. Sabemos que el conocimiento no puede avanzar si alguien se siente poseedor de la verdad, proclive al aplauso o si no es capaz de dudar y abrirse al cuestionamiento. Refutándonos, los académicos mejoramos nuestra materia de trabajo que es el pensamiento y la argumentación.
Esto, claramente, no ocurre con el hacedor de las políticas públicas. Estar en una posición de poder político tiene una lógica distinta a la académica o periodística. “No decir mentiras” es una regla del quehacer científico, diría Ruy Pérez Tamayo, y la mentira, prosigue el doctor, está “proscrita en la ciencia, como no lo está en otras actividades humanas, como las relaciones amorosas, la publicidad y sobre todo la política”.
El compromiso de los académicos e investigadores es entonces con la búsqueda de la verdad. ¿Y qué futuro tienen la verdad con gobiernos nacionalistas, populistas y demagógicos? El nacionalista, recuerda George Orwell, “está frecuentemente poco interesado en lo que pasa en el mundo real”. Lo que quiere, prosigue el escritor británico, “es sentir que su propia unidad está derrotando a alguna otra, y puede conseguir esto más facilmente descalificando al adversario que examinando los hechos para ver si lo apoyan”. ¿Les suena conocido? Si alguien osa contradecir la verdad oficial y señalar que no “vamos requetebien”, la descalificación sobre el académico o el periodista puede llegar súbitamente.
“Usted aquí ha denostado, ha estigmatizado periodistas, casi todos los días se dedica a eso”, le dijo Reyna Ramírez (@rynram) a AMLO el pasado 21 de julio en La Mañanera. Luego de que lo increpó esta reportera independiente, el presidente de México reaccionó bien al principio: “tienes todo el derecho a manifestarte” y puedes “ejercer con libertad tu derecho a disentir”. No obstante, cuatro días después, ante la posición de otra reportera de que “el periodismo no debe ser afín al poder”, el titular del Ejecutivo expresó que “el periodismo en época de transformación no puede estar en las medias tintas, no hay término medio”, hay que tomar partido (www.gob.mx).
Tiene razón AMLO, hay que tomar partido pero con la verdad y la democracia, no con la causa o movimiento que un político representa. Ser independiente es una posibilidad de académicos y periodistas. Por eso podemos ejercer libremente la crítica pública. Si el gobierno fuera moderno y democrático aprovecharía los recursos de la ciencia y del periodismo. Podría revisar su proceder, introducir cambios innovadores en sus políticas y tratar de dar mejores resultados para todos en lugar de andar lloriqueando por ser dizque “el más atacado de la historia” o inventar “los otros datos” para tratar de ocultar errores, incumplimientos y desgracias humanas.