Ronald Coase escribió en 1960 el artículo, quizá, más importante de todos los tiempos sobre economía y derecho, si tan sólo por ser el artículo de análisis del derecho, más citado en la historia (http://www.law.uchicago.edu/lawecon/coaseinmemoriam/problemofsocialcost). Yo solía decirles a mis alumnos de ciencia política, economía y derecho que si querían leer un sólo artículo que explicara la esencia del pensamiento económico y su relación con la realidad, leyeran el “Problema del Costo Social” de Coase.
En esencia, lo que aprendemos de Coase y la economía, es que la eficiencia es el valor supremo; y los seres humanos, como actores poderosamente racionales, siempre llegarán a un acuerdo si no hay ruido o costos de transacción que se interpongan. Es decir, si las partes involucradas en un conflicto tienen libertad de negociar y ambos tienen información perfecta sobre el tópico a colación. Pero la realidad es que, aún si las partes involucradas son racionales, la vida cotidiana está repleta de imperfecciones e incertidumbre. En otras palabras, la información es imperfecta, asimétrica, limitada; y las intenciones de los jugadores no siempre son declaradas. Si el mundo fuera así de claro, las negociaciones sobre cualquier disputa, siempre terminarían en un justo medio.
Pero cuando uno negocia en el mundo de la incertidumbre o imperfección, lo que es fácil de intercambiar se convierte en obtuso, oscuro, sinuoso, ventajoso y tendencioso. Ahí, pasamos de la negociación a la estrategia; y en la estrategia los negociadores escoden sus verdaderas intenciones. Ahí, cualquier teoría se diluye por el amargo sabor de la realidad.
¿Dónde pues chocan la economía y la pedagogía? Más o menos en el mismo terreno análogo donde coluden la economía y la ecología. Y a pesar del Teorema de Coase, nuestros ilustres economistas investidos como políticos o administradores de políticas públicas, no han logrado desarrollar las instituciones con las que Coase soñó para resolver el Problema del Costo Social. Ni los impuestos, ni los programas compensatorios resuelven el problema de la ecología ni la pedagogía. ¿Por qué? Porque los economistas no han entendido que el valor supremo no puede ser la eficiencia, per se.
Tomemos el ejemplo de la política pública y la pedagogía en dos casos de realidad actual y perenne. De acuerdo con estudios empíricos, no importa el tamaño de escuela, ni el número de estudiantes en un salón de clase, el resultado en pruebas estandarizadas puede ser el mismo; inclusive escuelas con 4 mil estudiantes pueden tener mejores resultados que escuelas con 200 estudiantes. Existe pues un fuerte estímulo para aglutinar muchas escuelas pequeñas en un solo plantel, o aumentar el número de alumnos por salón de clase.
Esto, desde el punto de vista económico o de política pública, hace todo el sentido del mundo, pero desde el punto de vista pedagógico, es completamente antitético. Economía y pedagogía chocan. Un ejemplo más. Como no todos los estudiantes pueden ser atendidos por el sistema presencial, desarrollemos la universidad abierta o escuela a distancia. Es un ejemplo, además, donde los tomadores de decisiones se ven modernos. Bueno, la evidencia sugiere que los alumnos que menos se benefician por la educación a distancia, son los alumnos que más necesitan la educación presencial; y los que más se benefician, son los alumnos presenciales. En otras palabras, la educación distancia de la política pública está dirigida para los estudiantes que menos se beneficiarán por ella, y que más ayuda requieren de maestros y compañeros presenciales.
El problema del costo social, en un sistema educativo equivocado, que produce decenas de miles de jóvenes inadecuados para el estudio, no se puede resolver con instituciones que entronizan la eficiencia sobre la mente. Si queremos que los niños cuando sean jóvenes continúen a la universidad o politécnicos, no debemos tomar decisiones con métricas de eficiencia sino pedagógicas. Los cerebros de los niños se desarrollan mejor en escuelas pequeñas cercanas a sus hogares en ambientes ricos de aprendizaje; los maestros pueden crear ambientes más ricos de aprendizaje en salones de clase con un número limitado de niños y jóvenes. No importa qué diga la economía, la pedagogía es irrefutable. Necesitamos más economistas y politólogos que piensen como pedagogos. A lo mejor cuesta más, mejores y más escuelas, con mejores ambientes de aula en kínder y primaria; pero ciertamente cuesta mucho más, cientos de miles de jóvenes ahuyentados de la escuela por las propias escuelas.