Érase una vez un alumno de preparatoria que tenía una tarea: redactar 70 (!) ejemplos de diferentes tipos de silogismos, para lo cual no le habían dado ejemplo alguno. Como este alumno es mi hijo, me dispuse a sufrir con él. Presionados por el tiempo y el volumen de la tarea, no “nos” dio tiempo desentrañar en detalle las diferencias que existen entre estos tipos. Se entregó y listo. Pero casi me da un infarto cuando, la semana siguiente, la tarea consistió en redactar 130 ejemplos de diferentes tipos de argumentos. Ahora bien, suponiendo que todos los alumnos del grupo de mi hijo –son unos 40– cumplan con las dos tareas, el maestro habrá recogido 8,000 oraciones en total. Pero imparte la materia en varios grupos… ¡Es humanamente imposible corregir todo eso! ¿Entonces qué? ¿Los alumnos sabrán si sus ejemplos fueron atinados o no? ¿Habrán aprendido algo? Me temo que no.
Y no es que yo fuera de la “liga cero tareas”. El problema es cuando la tarea se vuelve terapia ocupacional, cuando no deja espacio para hacer otra cosa y, sobre todo, cuando no sirve para reafirmar conocimientos. En el caso de las oraciones, ¡mucho menos hubiera sido mucho, muchísimo más!
Retrocediendo en el tiempo, caigo en la cuenta de que las malas tareas siempre nos han acompañado. También las tareas sin corregir. O las corregidas donde, en el mejor de los casos, abajo decía “hechale [sic] ganas”. Y esto no sólo es un problema de la escuela, se extiende a la carrera universitaria. Si el profesor no tiene tiempo, no sabe, o simplemente no se le pega la gana, el alumno aprueba por palomitas, palomitas en la lista de tareas entregadas, mas nunca regresadas. Y de esta manera, el alumno puede llenar hojas y hojas con algo que no sirve y no genera aprendizaje alguno. Más bien todo lo contrario: la tarea sin corrección es contraproducente: cunde la falsa sensación de haber cumplido o, incluso, de haber hecho las cosas bien.
Regresando al caso de mi hijo, hay otra cosa que me hace temblar: la palabra “investigar”. Durante varios años, su tarea siempre consistió en “investigar”. Es ilusorio pensar que a un niño de primaria o secundaria se le puede mandar, día tras día, a buscar –ni él sabe qué- en alguna biblioteca mal dotada. Y cuando les reclamaba a los maestros, me decían: “¿Apoco no tiene libros en su casa?” Seguramente eran del tipo de maestros que, en los eventos “didácticos” que las editoriales promueven en las escuelas, se enganchan con las enciclopedias que allí les cuelan. Pero uno que sólo posee libros de interés personal…
Para no quedar mal, “recurrimos” entonces a Internet (lo que todos terminan haciendo). Hay que tomar conciencia de lo que esto significa realmente: renunciar a cientos de años de pensamiento didáctico y arrojar al niño desprevenido a un océano de información no didactizada; pasar por alto su nivel lingüístico, todo lo que sabemos sobre el desarrollo del lenguaje; hacer caso omiso de la necesidad del niño de avanzar paso por paso. ¿Pero qué no se hace en nombre de las nuevas tecnologías, proclamadas hoy en día panacea de la educación?[i] El mismo maestro, desde luego, no tiene nada que hacer con todas esas impresiones que le llevan. Y por eso tampoco da alguna retroalimentación por escrito. Pura “pedagogía de palomitas”. He llegado a la conclusión de que la palabra “investigar” debe eliminarse de los diccionarios, porque ha perdido cualquier contenido semántico.
La falta de criterio didáctico (o simplemente de sentido común) que estos ejemplos demuestran, permite sacar conclusiones no sólo sobre las clases en general, sino también y ante todo sobre el sistema de formación de los maestros. Atrás de las fallas personales, están las fallas del sistema.
En cuanto a la trayectoria académica de mi hijo, mi peor trauma sigue siendo la falta de continuidad que se dio entre educación preescolar y básica. Al principio, planas y planas y planas, a una edad en la que sólo jugando se aprende. Pero luego, la letra cursiva se volvió obsoleta, casi puede decirse que la escritura misma se desechó. Con el resultado de que hoy, impulsado por un difuso sentimiento de sinsentido de las tareas, opone una notable resistencia a la hora de tener que escribir. Hay que ser pragmático: ¡es infinitamente más sencillo el copy and paste!
[i] Un dato muy interesante al respecto es que los grandes cerebros de la tecnología de la información de Silicon Valley mandan a sus hijos a una escuela sin wifi ni computadoras. Ellos sabrán por qué. http://www.escuelasinwifi.org/colegio-sin-ordenadores-ni-pantallas-donde-estudian-hijos-empleados-silicon-valley