El gobierno mexicano ha caído en una atroz paranoia de poder, por su afán por encontrar a toda costa a buenos docentes así sea echando al cesto de la basura el proyecto y legado histórico de las escuelas Normales. El anuncio del pasado 22 de marzo así lo demuestra cuando el Secretario de Educación señaló que el normalismo terminará con el monopolio o exclusividad de la formación de docentes que ha tenido hasta ahora.
Las escuelas Normales de México, desde su creación y desarrollo forman parte del buen legado que heredaron del apartado social de la revolución mexicana de 1910. México tenía que optar por un modelo de formación y optó por el modelo de moda en los años finales del siglo XIX: el modelo normalista.
Si bien el modelo normalista actual de formación docente ha agotado buena parte de la frescura que lo caracterizó y de la oferta académica, habría que ver cómo del otro lado de la luna aparecen las bondades que hacen vigente y justifican un movimiento en defensa del normalismo mexicano. A saber:
- En muchas ocasiones ha sido la única opción de desarrollo educativo y cultural para muchas comunidades pobres, para hijos de obreros, de campesinos y de indígenas.
- Generó una mística de combate y lucha social. La identidad normalista está asociada con las causas más auténticas de lucha y por la democratización de este país.
- Ha propiciado una vocación y mística de trabajo, con un estilo particular de ser profe al estar en las comunidades apartadas, ser sensible ante las necesidades de la gente, oponerse a los cacicazgos regionales y estar en contra de todo tipo de abuso o injusticias sociales, combatir los abusos del charrísimo sindical en todas sus dimensiones y un largo etcétera.
- Se gestó un estilo de práctica educativa que, si bien no es de la mejor calidad, si está legitimada y goza de un alto valor social ante los ojos de la gente y los ciudadanos comunes.
Hoy todo esto el gobierno de Peña Nieto lo pretende enviar al cesto de la basura ¿por qué? La respuesta es relativamente sencilla: los caprichos empresariales y las deudas a cambio de favores políticos se cobran caro. Se trata de cortar los vasos comunicantes que unen al normalismo con las prácticas críticas y beligerantes que cuestionan el modelo de educación y de nación que actualmente prevalece en nuestro país.
En todo ello, la gran pregunta que la SEP no ha querido responder y, además, porque no puede hacerlo es la siguiente: ¿cuál es el modelo de formación docente que México necesita de cara al siglo XXI en un mundo exigente, complejo, globalizado y tecnificado pero que no rompa con el hilo histórico de modelo de formación crítico y de compromiso social que ha sido parte de sus constitutivos históricos centrales?
Obviamente la SEP tiene la palabra.
Profesor-investigador de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Guadalajara
Correo: mipreynoso@yahoo.com.mx