¿Qué hace a una persona ser pobre? ¿La falta de autoestima, la carencia de ingresos o ambos? La discusión sobre la pobreza en México y en el mundo se ha renovado considerablemente desde hace más de dos décadas. El interés por entender mejor este fenómeno ha servido para desarrollar inteligentes discusiones entre economistas, filósofos, sociólogos y antropólogos, entre otros especialistas.
Comprender mejor la pobreza, medirla con mayor rigor e imaginar y aplicar políticas y programas para combatirla eficazmente ha sido preocupación de gobiernos de signo político distinto, de diversas asociaciones civiles (e.g. Oxfam), así como de los poderosos organismos internacionales.
En este sentido, el Banco Mundial (BM) ha establecido dos metas importantes. Primero, terminar con la pobreza extrema al reducir a 3 por ciento el porcentaje de personas viviendo con menos de dos dólares diarios (36 pesos, aproximadamente). Segundo, promover la “prosperidad compartida” impulsando un crecimiento del ingreso de 40 por ciento más bajo de la población de cada país.
Bajo la visión del economista bengalí, Kaushik Basu, quien fuera vicepresidente y economista en jefe del Banco Mundial, se creó, en 2015, la Comisión sobre Pobreza Global con el propósito de asesorar al organismo internacional sobre cómo mejorar sus prácticas y procedimientos para medir y monitorear la pobreza a escala mundial. El informe estuvo coordinado por Anthony Atkinson, economista de la Universidad de Oxford y prominente especialista en el campo. Sir Atkinson estuvo acompañado por 23 expertos, entre quienes podemos encontrar a premios Nobel de Economía y a destacados académicos de América Latina, África, Norteamérica, Asia y Europa.
¿Cuáles fueron las recomendaciones de este grupo? De acuerdo con la carta de presentación (cover note), del reporte de 232 páginas —que aún estamos por recibir— surgieron 21 recomendaciones. Con la misma independencia que actuó la Comisión Atkinson, el Banco Mundial también declara estar en desacuerdo con cuatro de ellas, aunque va a aceptar inmediatamente 11 y en seis de ellas, tendrá que hacer trabajo adicional, pero, en principio, las suscribe.
Las 21 recomendaciones de la Comisión Atkinson son de naturaleza distinta. Encontramos, por ejemplo, diversas recomendaciones para hacer comparables los datos a escala mundial, así como un notable reconocimiento a las variaciones en los estándares de vida en cada país. Ser pobre en París no equivale a serlo en Metlatónoc, Guerrero.
Llama también la atención que la mayoría de las recomendaciones hechas al Banco Mundial tiene que ver con la necesidad de mejorar la medición de la pobreza y expresarla en indicadores más precisos. Ir más allá del ingreso monetario parece un punto ya ganado en el debate y por eso se habla de la multidimensionalidad para poder establecer quién es pobre. El Banco cayó en la cuenta de que “el dinero no es la vida”, como cantaría Luis Arcaraz hace años.
No hay que perder de vista que a partir de lo sugerido por la Comisión Atkinson, el Banco Mundial ya aceptó establecer sus propios requerimientos de información para estimar la “pobreza no monetaria” y trabajará, en los próximos doce meses, para introducir indicadores de pobreza multidimensional y no solo basados en el ingreso. Para poner en marcha esta recomendación, el Banco dice que va a rastrear carencias no monetarias en tres dominios específicos: (1) resultados educativos, (2) acceso a atención médica y (3) acceso a servicios básicos como agua, sanidad y electricidad. Según el Banco, está particularmente interesado en conocer los traslapes entre estas tres dimensiones y cómo éstas se relacionan con la pobreza monetaria ($).
Que el poderoso Banco Mundial considere como un determinante de la pobreza no monetaria los resultados educativos no es algo revolucionario; sin embargo, si abre la puerta para iniciar interesantes debates entre los especialistas educativos. Primero, se ratifica que la dosis de escolaridad —expresada en el número de años de estudio —deja de ser el indicador único para establecer avances educativos y sociales. Segundo, es posible (y deseable) que se reaviven los debates en torno a la calidad educativa y su relación con la riqueza económica. Imagínese que pronto le digan, con base en estas nuevas mediciones, que pese a pagar altas colegiaturas en el colegio de moda y de los viajes a Disneylandia, su hogar es “pobre ” debido a que sus mirreyes o mirreinas obtuvieron resultados escolares bajos.
Tercero, ¿de qué base tomará el Banco Mundial los datos sobre resultados educativos? ¿De PISA? A este respecto, seguramente pronto tendremos que conocer un posicionamiento del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) y del Coneval.
Cuarto, habrá que recordarle a los economistas del Banco Mundial que los resultados alcanzados en la escuela son muy importantes para tener un acercamiento a lo que ahora nombran como la “pobreza no monetaria”, no obstante, no hay que olvidar que aprender es parte de un proceso social y humano y que ese proceso también cuenta y no sólo el resultado que se obtiene. Puede ser que se obtengan resultados educativos sobresalientes, pero para alcanzarlos se practiqué el bullying, se menosprecié a los maestros y se endeude al hogar de manera innecesaria.
El diálogo entre economistas y pedagogos aún está por establecerse a partir de las nuevas corrientes teóricas de la pobreza y la desigualdad.