Al parecer, luz y sombra. Es necesario más tiempo para estudiar lo que los resultados de México en el examen PISA 2012 significan y cómo usarlos bien en (y para bien del) análisis de la realidad educativa del país.
Ahora es posible una comparación más adecuada en cuanto al módulo de matemáticas, al tener información de 2003 y 2012: en esos años el énfasis del examen se puso en ese rubro.
Los primeros datos parecen indicar que hay avances que se entrelazan con la persistencia de tropiezos. Los que anuncian, en principio, una mejoría tienen que ver con dos tendencias: por un lado, hay más jóvenes de 15 años en la escuela y el resultado promedio en matemáticas fue más alto que hace nueve años.
En 2003 asistían a las aulas el 58% de ellos; ahora lo hace casi el 70%. Y si el promedio fue de 385 puntos antaño, ahora hay un
incremento de 28, colocando al indicador en 413 unidades.
Una medida gruesa del incremento es que significa tres puntos más cada año. Aumentar la cobertura y mejorar la cifra no es
despreciable y habrá que ponderar su significado, aunque del lado de la sombra se puede decir que si el promedio de la OCDE es de 494 puntos, nos separan 81: si crecemos a tres por año, llegaremos a ese umbral —si se quedase quieto— en 2040.
El avance, entonces, parece lento, a pesar de ser 7% mayor el indicador que hace nueve años, y explicarse más por el incremento de los que estaban más abajo (subieron 44 puntos) que los mejores en 2003, pues avanzaron 21 unidades.
Más de la mitad, 55%, de nuestros compatriotas quinceañeros (en tercero de secundaria o primero de prepa) no tienen, luego de nueve años de escolaridad, conocimientos básicos en razonamiento matemático. Están abajo del nivel 2 en la escala, que llega al 6. Son menos ahora, pues en esta condición estaba el 66% en 2003, pero no deja de ser un hecho que cala: ¿mil 800 días de escuela (200 por año) no alcanzan para contar con lo más elemental en aritmética y la lógica inicial del cálculo? Es una medida clara de la magnitud del problema educativo nacional.
En el polo opuesto, ni uno de cada 100 logra ubicarse en los niveles 5 y 6, donde en promedio hay 13 por centena entre los socios de la OCDE. En lectura, cuatro de cada 10 no saben leer ni escribir de manera suficiente para considerar que dominan estas destrezas.
Quizá al no entender bien el planteamiento del problema —por deficiencias en la comprensión de lo que se lee— el índice de fracaso en matemáticas sea mayor.
Se dirá, con razón, que la meta de alcanzar 435 puntos al promediar matemáticas y lectura no se logró. Esa era la “nota” de España en 2006, y para nuestra vergüenza, el Plan Sectorial de Educación del pasado sexenio se propuso “empatar” con ese país. Criticar que no se haya alcanzado es menor al hecho, vergonzoso, de haber puesto, como primer objetivo del sexenio, ese tipo de logros que onfunden al proceso educativo con una tabla de futbol.
Ya veremos si el Plan Sectorial hacia el 2018 no se agota en equis aciertos en el examen, sino en examinar cómo acierta y convoca para modificar la capacidad de aprendizaje del país. Ese es el reto