Carlos Ornelas
En una de sus máximas el filósofo liberal Bertrand Russell sentenció: “La democracia es el proceso por el cual la gente elige al hombre que va a cargar con la culpa”. Andrés Manuel López Obrador obtuvo una votación histórica el 1 de julio de 2018 y desde ese día comenzó a centralizar el poder. Conjeturo que será más recordado por sus pifias que por su obras faraónicas, que también son pifias.
Cada vez es más palpable que hay contradicción entre el pregón de las mañaneras y la realidad cotidiana. Sin embargo, aunque no se manifieste en su popularidad —no todavía—, su hacer principal es destruir las instituciones; modela otras que se pliegan a sus dictados. El problema es que al demoler entidades que costaron tiempo, esfuerzo y recursos considerables, edifica armatrostes que no funcionan —o marchan pésimo— ni resuelven problemas sociales.
Dos ejemplos. La inseguridad y la salud están peor que en cualquier otro gobierno. El bienestar es parte de la narrativa, que no proyecto, de la 4T. Infortunio, acaso sería la consigna apropiada. Además, el presidente, no cambia de opinión, por más que voces sensatas y aun gente que simpatizó con él, se lo demande.
La suerte de las escuelas de tiempo completo es un buen ejemplo. Si bien el presidente no logra quitar de la agenda la defensa del programa, se aferra a sus convicciones (que son las únicas que valen) que no a los hechos. Ordenó a la secretaría de Educación Pública, Delfina Gómez Álvarez, que en la mañanera del 2 de marzo anunciara el finiquito del PETC. Pero le saltaron mandatarios estatales, organizaciones civiles y legisladores de todos los partidos. Ante ello, dijo que el programa de su inspiración, la Escuela es Nuestra, que distribuye fondos a los padres de familia para infraestructura y mantenimiento, podría destinar recursos para mantener los planteles de horario ampliado y repartir alimentos a los niños.
Empero, las reglas de operación de ese programa lo prohíben. La SEP las publicó en el Diario Oficial de la Federación, el 28 de febrero. No obstante, la oposición a su propuesta no amaina y hasta se constituyó una Comisión en la Cámara de Diputados que busca restablecer el programa.
El presidente no da su brazo a torcer. En la mañanera del 17 de este mes, de nuevo, se fue contra el pasado, incluso el reciente, en donde salpicó hasta gobernadores de su partido. Aseguró que cuando los recursos públicos se entregaban a los gobiernos estatales, “no bajaban” a las escuelas. Con sorna expresó: “pues en 2020, pese a que los planteles estaban cerrados por la pandemia, se pidió a la federación entregar los recursos y ¿a qué niños les iban a dar alimentos?”. Ergo, no hay marcha atrás.
Pero el PETC tiene legitimidad que la facundia mañanera no puede borrar. Y la historia culpará al presidente López Obrador, no sólo por cerrar un programa valioso, querido y necesario, sino por el desastre de su política educativa. Su culpa será tan grande como su triunfo electoral.
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