En la entrega de la semana pasada, sostuve con algunos datos que el proyecto educativo del gobierno de la autonombrada Cuarta Transformación ha fallado. Promesas de inclusión incumplidas, indicadores contrarios al desarrollo magisterial y mayor pobreza (El Universal, 25/04/22). Entre las causas del fracaso educativo de la 4T hay múltiples, pero mencionaría al menos tres que me parecen centrales. Primero, para hacer avanzar los asuntos públicos, la cooperación entre diversos actores es clave, pero este gobierno decidió concentrar el poder para servir sus intereses. Segundo, descalificó a todo aquel que no se alineaba al “Proyecto de Transformación”, y en tercer lugar, no hubo una definición clara de los complejos problemas educativos que había que resolver, sino creencias simples del mandatario a las que había que doblarse. Por eso nos ha ido mal. Pese a lo que asumen las y los senadores de Morena, AMLO no encarna ni a la “nación”, ni a la “patria” ni al “pueblo”.
Una vez descentrando el poder de la figura presidencial, se puede pensar más claramente cómo reconstituir los procesos de gobierno. Sugeriría, en primer lugar, continuar con la crítica pública hacia las acciones gubernamentales y afinarla.
Cuestionar implica fundamento, razonamiento lógico (algo radicalmente distinto al “maromeo”) y un propósito más amplio que querer ser la voz cantante del coro. Saberse impopular a la par de reconocer al interlocutor como igual es necesario para enfrentar a un gobierno que se dice “humanista”, pero que se asume “moralmente” superior. Ser adverso a la crítica impide la autocorrección y explica en cierto grado la ineficiencia gubernamental.
Segunda sugerencia: discutir propuestas referidas a la equidad y al aprendizaje. Que un gobierno que se asumió de “izquierda” de malos resultados en términos de equidad contradice ser un digno portador de esa credencial. En educación superior, al igual que gobiernos anteriores, el de AMLO, apostó por dos estrategias tradicionales: (1) otorgamiento de becas y (2) apertura de nuevas opciones educativas. El problema con este tipo de instrumentos es que, aunque son rentables en lo político, socialmente son limitadas. Esto se debe a que privilegian una idea de desigualdad de tipo transversal, es decir, en un determinado momento, cuando en realidad las adversidades que enfrentamos las personas son parte de un proceso continuo y en ocasiones, de larga data. El dinero y el espacio físico de estudio, aunque importantes, son insuficientes.
Entonces, una propuesta más imaginativa en términos de equidad e igualdad educativa es necesaria y para ello, habría que tomar más seriamente los temas de aprendizaje. Definirlo como “máximo logro” escolar es un paso para poner en marcha un esquema clásico de evaluación, pero poco dice sobre el proceso por el cual la niña, niño, joven o adulto pasó para alcanzar dicho logro. Los procesos educativos cuentan, no sólo los resultados escolares. Recordemos que hace poco hubo una protesta estudiantil porque una institución echaba mano de la “pedagogía del sufrimiento” para “preparar” a los jóvenes y “competir en el mundo”. Infligir dolor o propiciar tensión nerviosa de manera deliberada no es una “teoría” educativa que pruebe dar resultados, al contrario. Por cierto, relacionado con la violencia, cierro expresando aquí mi indignación con el asesinato de Ángel Yael Ignacio Rangel, estudiante de la Universidad de Guanajuato, en manos de la Guardia Nacional. Mi solidaridad con sus padres y con las y los universitarios que queremos vivir sin miedo y en paz.