Erick Juárez Pineda
El ejercicio pleno del derecho a la educación requiere necesariamente de prácticas educativas que estén ejecutadas por profesionales con una formación sólida y amplia experiencia en la materia. Además, de las condiciones necesarias para su desarrollo e implementación de estrategias enfocadas al aprendizaje de los estudiantes.
Sin embargo, esto no sería posible sin pasión ni amor.
En Pedagogía del oprimido, Paulo Freire advierte que el despertar de las personas y la liberación completa, sólo vendrá desde adentro, es decir, desde la noción individual de su condición de oprimidos y, posteriormente, de una visión colectiva del contexto. Esto, señala, va acompañado de procesos amorosos de reconstrucción interna que se refleja en el deseo comunitario de mejora y liberación.
Los millones de maestros y trabajadores de la educación que a diario enfrentan los contextos, situaciones e historias más complejas, deben tener una fortaleza emocional casi inquebrantable. La interminable desigualdad de condiciones, injusticia social e incertidumbre del porvenir; aunado a la crisis epidemiológica que atraviesa el mundo y los cambios radicales en materia educativa, han mermado considerablemente la salud mental de los principales actores educativos.
Como sabemos, lamentablemente son momentos de mucha frustración, tensión y tristezas. La amenaza constante a la salud, pérdidas de empleos e ingresos económicos, la débil y tardía adaptación a los dispositivos digitales y el poco acceso a los recursos tecnológicos para continuar con la tarea educativa, son factores que debilitan y transforman la tranquilidad emocional de padres, alumnos y maestros.
Sin embargo, aunque mucho se habla del cuidado mental de los alumnos, poco se ha abordado la salud emocional de los docentes.
La pérdida de familiares cercanos, la disminución de sus ingresos familiares, el aumento de tareas y el poco o nulo acompañamiento y respaldo por parte de las autoridades educativas y los grupos sindicales, han debilitado considerablemente la parte emocional de los trabajadores de la educación.
A pesar de ello, de las malas condiciones, la poca voluntad política por mejorar el contexto y la incertidumbre del futuro próximo, existe un pequeño hilo de esperanza alimentado de amor y pasión educativa.
La mayoría de maestras y maestros han sabido sortear el complicado panorama. La creatividad, el crecimiento de redes de apoyo magisterial independiente y la creciente exigencia y formulación de propuestas, han dado esperanza, aunque sea mínima, para creer que no todo está perdido.
Otras crisis profundas por las que ha atravesado el país han dejado lecciones valiosas: la empatía, el amor propio y colectivo y la pasión por mejorar las condiciones, han demostrado que no se requiere participación gubernamental, política o de otras organizaciones para lograr mejorar las cosas. Sin embargo, es necesario, como dice Freire, despertar la inconformidad interior para generar cambios que ayuden, de verdad, a mejorar esas malas condiciones.
Ya lo decían en algún momento los Zapatistas: llamamos a todos y a todas a no soñar, sino a algo más simple y definitivo: los llamamos a despertar.
Para Miriam por su interminable
pasión educativa
*Periodista especializado en temas educativos. Director editorial de Educación Futura. Locutor de La Otra Educación 97.3 fm.
Twitter: @elErickJuarez